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El mensajero digital

26 de octubre de 2013

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Ni por decreto legal ni por imposición guerrera. Este sitio les pertenecía por la ley inapelable de la costumbre. Lo adquirieron poco a poco, día tras día. Ninguno podría especificar la fecha del primer encuentro ni el número de asistentes, ni el porqué de las reuniones. La espontaneidad los recogió en las tardes en el espacio libre entre los dos edificios construidos al mismo tiempo. Alguien, nunca se supo quién, en lugar de situar los bancos a la entrada como en las otras construcciones de la misma época, los colocó en esa zona y ni siquiera los niños y las madres les dieron el apropiado uso.
Los ancianos se adueñaron de los bancos en esa hora del atardecer en que los niños desaparecen en los obligados baños y tareas escolares y en el disfrute de los muñe, mientras madres y abuelas dan los últimos toques a la comida y la mayoría de los padres todavía transita en el ómnibus o el auto.
Todos pertenecían al desarmado cuerpo de los jubilados y algunos, complementaban los dineros con labores cercanas al oficio u otras asumidas por pura necesidad. Sin establecer diferencias, desnudos de la envidia de los otros, los que recibían remesa eran tan bien acogidos como los demás. Tantos años de vida comunitaria los había unido para las buenas y las malas.
El béisbol era el acicate principal y el provocador de calentadas discusiones solo detenidas cuando de las ventanas salía el grito aglutinador de “¡Ya está la comida!”. En los temas nacionales e internacionales coincidían en la mayoría de las aseveraciones, aunque en la juventud de los edificios y de ellos, sostuvieran ciertas divergencias.  Las programaciones de la radio y la TV también eran sometidas a debate y las paridades se multiplicaban. En aquellos apenas sesenta minutos, evitaban desbocarse en tristezas personales y mucho menos en juzgar los procederes ajenos. En estos edificios se cocinaban dramas y sobresaltos como en todas partes en que respira la humanidad, pero estos hombres sin acuerdo inicial, inconscientemente lograban un respiro oxigenado en evasión de las cuitas.
Un día, apareció uno de los integrantes del informal grupo con un material impreso, facilitado por un nieto de profesión informático. Lo blandía, orgulloso de su descendiente y proclamaba la importancia del mismo. El escrito detallaba las ventajas de la manzana por encima de todas las frutas. Ese día, tampoco archivado en las invisibles actas de los convocados, comenzaba el viraje radical de los temas. En cada encuentro, el anciano traía nuevos impresos pues parecía que la labor del informático era pescar en la red desde un estudio sobre la vida y milagros de los protagonistas de la telenovela en pantalla o la sexualidad en las cucarachas albinas, o la colocación de los dedos en determinadas posiciones para desvanecer las influencias oscuras.
Este contacto con el fenómeno digital, hizo languidecer las intervenciones masivas. Crédulos o incrédulos, atendían a estas conferencias de la Universidad de Internet, obedientes, silenciosos. Hasta un día, el día del comienzo de la temporada beisbolera en que todos se consideraban doctos y capacitados para inaugurar también, las académicas discusiones.

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