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El lunes que viene, empiezo

28 de abril de 2018

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gordos1Se probó el pantalón. Mejor dicho. Trató de penetrar en el elegante pantalón, regalo de un amigo venido de visita. En tres ocasiones anteriores, realizó la misma operación de penetrar en él y el regalo retornaba al perchero. A los sesenta cumplidos, todavía creía en hechizos. Y que por obra y gracia del mago Merlín u otro colega, se acostaría obeso y despertaría esbelto. Desencantado, acudió a la terca realidad. Y se dijo para sí y después a la hora del almuerzo dominical lo comunicó a la familia que el próximo lunes empezaría una dieta. Ni la esposa, ni los hijos, ni las nueras, ni los nietos, creían en cuentos de hadas y menos en él. Por respeto y por evitar una discusión mientras saboreaban el delicioso postre también ingerido por el abuelo, permanecieron silenciosos. La nieta más pequeña que ya sabía contar los días de la semana y además se avizoraba capacitada para nuevas teorías de los agujeros negros, preguntó al abuelo en ejercicio de una sincera ingenuidad. Quizás en la voz del hermano mayor, el sesentón lo tomaría como una verdadera provocación, pero en ella lo asimiló con benevolencia: “Abue, si mañana es lunes, ¿por qué no empiezas mañana y no el otro lunes?”. El aludido contestó más a los otros comensales que a la pequeña en palabras extraídas de algún comentario de un profesional escuchado en la radio o la TV: “Tenía que prepararse psicológicamente para salir ileso de las tentaciones en pizzas, dulces, frituras, refrescos, maltas y hasta cervezas encontradas en el camino últimamente desbordado de timbiriches y cafeterías”.
Nadie hizo el menor comentario. Cansados estaban la esposa y los hijos de advertirle del peligro del ansia devoradora que siempre lo caracterizó y que después de la jubilación, se acentuaba. ¿Acaso devoraba pasteles y tragaba batidos por cubrir el tiempo sobrante recobrado? Engrosaba peligrosamente ante la vista de todos y del silencioso espejo. Pero ese domingo, único día de posible reunión familiar antes de que en estampida partieran los más jóvenes y todos buscaran algunas horas de distracción y descanso, lo declaraban “Día Libre de Confrontaciones”.
Solo el adolescente más irreverente marchó del comedor imitando a los Sampling con aquello de “el lunes que viene, empiezo”.
Ese lunes, lunes antecedente del lunes prefijado para el comienzo, salió el jubilado temprano a dar un recorrido por el barrio en cumplimiento de pedidos de productos agrarios estipulados por la esposa. Si las novias y los novios realizaban despedidas de solteras y solteros, ¿por qué él no debía despedirse de las tentaciones comestibles? Y en esa semana se dedicó a ingerir los bocados apetecibles en timbiriches, cafeterías y jabas de vendedores ambulantes. El azúcar, la grasa, la sal común, la sal de nitro, los refrescos gaseados, revolotearon en su estómago, pasaron a su sangre, se esparcieron en sus venas.
Aquel lunes, el lunes del verdadero comienzo, en un adiós de despedida y con juramento interno, se zampó una pizza en una cafetería en moneda fuerte pues las despedidas se hacen en grande. No llegó a terminar la pizza. Cayó sobre ella y arribó al Cardiovascular embarrado de queso legítimo. Los magos de allí lo salvaron. Le predijeron que la sobrevida dependía de él, que su lunes que viene había empezado.

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