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El llamado de la sangre

17 de octubre de 2014

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padre-e-hijo1Todos sabemos que los códigos emocionales mostrados en los productos audiovisuales son muy emotivos -valga la redundancia- y nos llevan a donde quieren sus realizadores, tanto al llanto, dolor  y tristeza extrema (yo no puedo terminar de ver La decisión de Sophie, porque creo que moriré de tristeza y llanto) como al sublime amor, pasión, ternura en otros  momentos como con Romeo y Julieta, o al terrible pavor si es el filme El resplandor con el enloquecido Jack Nicholson lo que se nos presenta, pero nunca somos espectadores pasivos y nos “sacan” toda la gama de emociones humanas, por lo que nos dejan acongojados, felices, tristes, enojados, etc. etc. durante un rato o tiempo, y tanto es así que uno dice “hoy lo que quiero ver es un filme alegre para que se me olviden las preocupaciones” o “quiero ver un amor verdadero para que me  transporte al cielo”. Otro código emocional repetido es el de hijo perdido, ya sea por rapto o porque fue abandonado por el abuelo malvado o cualquier  otra situación que se le ocurra al imaginativo escritor, y que al cruzarse -años después- con alguno de sus progenitores, y sin que ninguno sepa que son tan cercanos, aparece una espontánea corriente de atracción que no se explican y eso es lo que se llama el “llamado de la sangre” y en la vida cotidiana no son pocos los que creen que efectivamente existe una conexión inconsciente que atrae a quien comparten genes. Y yo les pregunto ¿Qué creen al respecto? ¿Tienen alguna experiencia al respecto? es decir ¿han conocido algún caso donde “la sangre llamó”? Porque la verdad es que yo no lo conozco ninguno, ni existen evidencias científicas que lo prueben. Sin embargo, ciertamente que hay aspectos que deben ser analizados con detenimiento, ya que, sin bien es cierto que ni la sangre, ni los genes tienen voz en la conciencia de la paternidad y la maternidad para favorecer el reconocimiento ¡ojalá que así fuera! No se puede negar que en determinadas circunstancias se establece una relación interpersonal con alguien desde lo puramente afectivo que no se explica por las reglas del raciocinio y que de manera excepcional -y repito que excepcional- pudiera ser que se tratara de un pariente del que desconocíamos su existencia o que nos fuera arrebatado. Y entonces ustedes se preguntan ¿En qué quedamos? ¿La sangre llama o no llama? ¿Qué pasa? Les voy a dar mi opinión al respecto y para eso me remito, no a la mente emocional, ni a la mente racional, sino a un aspecto mezclado de estas dos , que es el subconsciente, ese lugar donde guardamos -por debajo de superficie consciente- recuerdos, ideas, emociones, percepciones olfativas, auditivas, visuales, en fin, lo que los sentidos sensoriales nos dan, es decir un conjunto de información que hemos acumulado durante la vida, y el cual no usamos frecuentemente, pero que están ahí, semi dormidos, pero dispuestos a emerger en cualquier momento en que la circunstancia lo amerite para hacernos tener determinadas conductas que no podemos explicarnos claramente.  Este caudal de contenidos subconscientes hace que nos sintamos inclinados, atraídos hacia personas que poseen algunas de las cualidades que tenemos en ese arsenal personal, por lo que si nos recuerda a nuestra madre, un hijo, un hermano, o a nosotros mismos por cualidad física, personalidad o porque tengan historias de vida que nos sean afines, estamos dispuestos a ser cercanos, a establecer relaciones interpersonales fuertes, y si a esto se le suma la pérdida de esa persona a que se parece y recordamos, pues no cabe duda que la atracción es más fuerte, y más si esa persona posee determinadas características que nos son gratifican o que nos mueve otras emociones, y si a esto se le suma que la persona que hemos perdido ha sido en circunstancias oscuras, que no se ha aclarado bien, pues están todos los ingredientes para  creer en el llamado de la sangre, lo cual ocurre por ejemplo, en situaciones de guerra, donde se pierde a un ser querido por desaparición y se mantiene la esperanza de su reencuentro y se busca -consciente o inconscientemente- en aquellos que comparten determinadas similitudes. En la era del ADN, lo que posibilita la certificación real de la relación parental parece que ya no le queda mucho espacio al ancestral “llamado de la sangre”.
Claro que en este tema no puedo dejar de mencionar también sobre otro aspecto que no es por pérdida, sino cuando la familia que conoce de la existencia de sus miembros  no se relacionan por determinadas razones y se necesita de la cercanía del padre, de la madre, del abuelo, y si se encuentran de manera casual hay necesidad de acariciarlos, y más con los pequeños. Pero en este caso, tampoco la sangre tiene voz, sino que son las relaciones sociales, la formación de la familia y el papel que tenemos todos dentro de la misma y la necesidad de las relaciones entre todos los miembros lo que hacen que la inclinación y aceptación sea inmediata, lo cual es imprescindible para un buen desarrollo humano en su totalidad, ya que cada cual desempeña un rol significativo en la vida de los demás, por lo que no resulta extraño que un niño que no conozca personalmente a su padre, necesite buscarlo y cuando lo encuentra se desborde de emoción y precise mantenerlo cerca, pero no porque la sangre haya hablado, sino porque las necesidades humanas dan paso a una sinfonía de amor.

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