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El indestructible

14 de agosto de 2023

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índiceEl hombre leía o imitaba la lectura del libro. Ella se sentó frente a él. En silencio, lo observaba. Él sentía esa mirada fija detenida en su rostro. Huía de aquella mirada preguntona como de sus dedos desobedientes a su mando. La sabía sabia en descubrir en un estribillo cantado por la nieta, el comienzo de una relación y en la mochila tirada contra la mesa, el fracaso en un examen. Aun ella dudaba si este era el momento propicio para entablar la conversación.
Desde hacía semanas, ella lo notó. Cuando le ocurría él procedía a esconderla. En la comida del día anterior, el tenedor cayó de esa mano. Entonces, inventó un pretexto para huir de la mesa. Todos se dieron cuenta. Y le preguntaron. Logró evadirlos. Creyó evadirlos. El nieto menor, el de la secundaria, no le preguntó, le aseguró después que el abuelo tenía el Mal de Parkinson. Todavía ella no asimilaba bien que los muchachos tienen acceso a la información abierta en las redes. No perdería más tiempo. Hoy estaría dispuesta a tocarle el tema a él.
Lista para el acoso verbal, la anciana se detuvo. Conocía a “su hombre”. Tantos años construyen un lazo, lazo enredado, pero lazo al fin de todo. Lo peor en aquellas circunstancias era una ancestral costumbre humana. Clasificar cualquier discapacidad física y mental en un demérito ante la sociedad. Y para él ese demérito comenzaría en la familia. La familia forjada por él con la horma heredada de las familias antecesoras. La pérdida de un apellido en una charla se evade, entrando en la conversación cualidades o defectos que retratan a la persona del apellido perdido. Los pasos más lentos por la acera de sus juegos infantiles, se culpan a los desniveles causados por el garaje del vecino. La palabra que pide repitan, se esfuma entre el grito del vendedor callejero. Pero la mano temblona que dejó caer la cuchara e hizo volver la cabeza a los golosos nietos, no se pudo escamotear esta vez a tiempo. El Parkinson es un chismoso social.
Dentro de él escuchó un sonido, adivinado apenas en la muerte del padre venerado. Detrás de las gafas de lectura en sus ojos perfectos, confirmó el ensayo de las primeras lágrimas. Se acercaba la apertura completa. Ojalá llegara a romperse en llanto. La experiencia femenina sabía del reposo ganado después del desboque sentimental. Allí estaría ella para comprenderlo, pero indicándole que asumiera recoger la cuchara con la otra mano.

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