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El Gabo sí tuvo quien lo filmara en Cuba (III)

25 de septiembre de 2017

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Gabriel García Márquez en el rodaje de Cartas del parque

 

De cómo Titón sobrevivió un amor (difícil) por el universo garciamarquiano

El gran realizador Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996), privado de la posibilidad de filmar la novela El amor en los tiempos del cólera por la venta de sus derechos a un productor norteamericano, evidentemente disfrutó tanto como el escribano escapado de unas pocas páginas de esa novela al trasladar –con la complicidad del guionista Eliseo Alberto Diego (1951-2011)– aquellas cartas del cartagenero portal de los dulces a un parque de la ciudad de Matanzas en 1913. Titón, como era conocido familiarmente el realizador del clásico Memorias del subdesarrollo, lograba cumplir su ambición de «hacer un filme con una simple historia de amor, una historia en la que se debatieran sentimientos encontrados, en la que la razón se viera obligada a ocupar su lugar frente al misterio, frente a la vida». Cartas del parque (1987) fue el aporte de Gutiérrez Alea a la serie «Amores difíciles», coproducida por TV Española e International Network Group con el auspicio de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano entre 1987 y 1988. Narra la historia de dos jóvenes enamorados que solicitan los servicios de un escribano para comunicarse mediante las cartas que este redacta. Los sentimientos del escribano van a imponerse y terminará por prendarse de la joven.

Rodada en la ciudad de Matanzas y sus alrededores, la película sumó en el equipo al fotógrafo Mario García Joya, la editora Miriam Talavera, el compositor Gonzalo Rubalcaba –en su primera colaboración con el cine cubano de ficción–, y el sonidista Germinal Hernández, mientras que Santiago Llapur asumió la responsabilidad de la producción por el ICAIC, como compañía productora asociada. Protagonizada por el actor argentino Víctor Laplace como Pedro, el escritor y escribano público, le secundó un elenco íntegro de intérpretes cubanos: Ivonne López, Miguel Paneque, Mirtha Ibarra, Adolfo Llauradó, Elio Mesa, Paula Alí, Amelita Pita, Dagoberto Gaínza, Elvira Valdés y Raúl Eguren, entre muchos otros.

Pero Cartas del parque (1987), es una cinta totalmente prescindible, tanto en el conjunto de la serie «Amores difíciles»,, como en la filmografía de  itón. Está lastrada por un defecto común a casi todos los títulos de esta serie: el relato original apenas alcanzaba para un corto o, a lo sumo, un mediometraje. Por excederse Ruy Guerra –el primero en filmar–, en la duración de Fábula de la bella palomera, cuya historia sí admitía mayor tiempo, esto obligó a los restantes cineastas, aún en fase de guion en ese momento, a incorporar elementos superfluos con el fin de extender la trama, por la decisión del productor chileno Max Marambio de extenderlas a la duración de un largometraje.

Con el propósito de que se incorporara a la realización de Cartas del parque, proyecto que estaba priorizado, justamente a ese mismo productor se debe la interrupción del proceso de pre filmación por Titón en Colombia del filme «Für Elise». Para esta coproducción entre compañías de Colombia, Francia y España, llegaron a escoger locaciones, a confeccionar un plan de rodaje y hasta seleccionar el reparto, según anunció un despacho de EFE publicado el 14 de enero de 1987 en el periódico español Crónica. Entre los intérpretes figuraban los españoles Francisco Rabal, Imanol Arias y Juan Diego, secundados por los franceses Philipe Leotard e Isabel Otero. La producción preveía contratar para la música al célebre compositor Michel Legrand a partir de la pieza homónima de Bethoven que da título al guion, escrito por Eliseo Alberto Diego, Tomás Gutiérrez Alea y García Márquez sobre un argumento de este último concebido originalmente para el cine y que contara alguna vez en una visita a la residencia en La Habana del poeta Eliseo Diego.  Sobre esta frustrante experiencia declaró Titón:

Es una fábula sobre el poder y sobre el comportamiento absurdo y caprichoso del hombre cuando ocupa posiciones de preeminencia. La historia tiene lugar en Colombia, a principios de este siglo. Es una especie de Odisea tropical de cierto batallón que transporta un objeto misterioso en una caja blindada, desde el puerto hasta la capital, atravesando ríos, montañas, pantanos y selvas, y enfrentando el acoso implacable de los rebeldes liberales. El objeto transportado resulta ser un piano de cola que Don Bernardo Holguín, influyente y poderoso hombre de negocios, traficante de armas y amigo personal del Presidente, quiere regalar a su hija Elisa en su décimo cumpleaños. El piano llega a tiempo para que la niña toque «Für Elise» en un gran salón lleno de ilustres invitados, mientras fuera del palacio la ciudad ha sido arrasada por los enfrentamientos militares que se han desatado en forma creciente, a causa de la determinación de los liberales de no dejar llegar a su destino el mítico objeto.

Imposibilitado de retomarlo por motivos disímiles, de todos modos, Gutiérrez Alea, quizás con algún entusiasmo por lograr filmar Cartas del parque, divertimento que no significó escapar de la realidad, no dudó en volver sobre la obra del escritor colombiano. Tres años más tarde, el cortometraje Contigo en la distancia (1991), una pieza excepcional en su obra, representó su contribución a la serie televisiva mexicana «Con el amor no se juega». Fue producida por el Taller de guiones del Gabo y producciones Amaranta, con el auspicio de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. En este caso partió de uno original firmado también por Eliseo Alberto Diego sobre una idea suya reelaborada como guion junto a García Márquez. En él, una mujer mayor, ya casada y con hijos y nietos, recibe al cabo de muchísimos años una carta de su novio de adolescencia en la cual la citaba para escapar de sus padres para ser felices… y que no llegó a tiempo porque le puso tanto pegamento que quedó adherida al buzón. La fotografía de este hermoso corto protagonizado por la actriz mexicana Blanca Sánchez, correspondió de nuevo a Mario García Joya, colaborador habitual del cineasta, quien contó en la banda sonora con la música improvisada por Chucho Valdés sobre acordes del bolero titular.

 

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Titón realizó una fugaz aparición como el pianista en la secuencia en la que el veterano actor mexicano Roberto Cobo, quien personificara al Jaibo en Los olvidados (1950) de Luis Buñuel,  interpreta el bolero de César Portillo de la Luz. Integraron además esta serie: Ladrón de sábado, dirigido por José Luis García Agraz, y El espejo de dos lunas, realizado por Carlos García Agraz.

Pero incuestionablemente, el mayor lazo de Gabriel García Márquez con la cinematografía cubana lo estableció a través de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, que presidió desde su creación el 4 de diciembre de 1985 en la Finca Santa Bárbara, donde Tomás Gutiérrez Alea filmara Los sobrevivientes, y un año después, de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. La escuela de todos los mundos, concebida para materializar su sueño de lograr la integración del cine de la región, siempre contó con su decisivo aporte y aliento, en especial por medio del Taller de guiones «Cómo se cuenta un cuento».

García Márquez, interrogado en una ocasión por Radio Caracol acerca de las adaptaciones cinematográficas realizadas a partir de sus argumentos, respondió el sorprendente descubrimiento de todos los directores de cine y televisión al decidirse a acometer su traslado a la pantalla:

que lo que se ve, lo que parece visible y visual en los libros es por la magia de las palabras.  Entonces las palabras te hacen imaginar un personaje, un ambiente, una situación.  Pero a cada lector se lo hacen imaginar distinto de acuerdo con la sensibilidad y la  formación de ese lector.  Entonces parece que son cosas que se ven.  Pero en realidad cada lector se lo imagina de una manera distinta.  Entonces, como les resulta tan visual, dicen, no, pero es que es sencillísimo, yo cojo y numero, escena uno, escena dos. Y cuando se meten, se encuentran que se desbaratan las palabras y tienen que convertirlo en imágenes, son otras imágenes totalmente diferentes y que probablemente no produzcan el mismo efecto que produce leído.  Entonces ese es precisamente el gran problema que existe con mis libros y la razón por la cual yo me he opuesto a que Cien años de soledad se haga en cine, y les dejo dicho siempre a los que la quieren hacer que esperen hasta cincuenta años después de mi muerte que será gratis porque ahí desaparecen los derechos de autor.

La filmografía garciamarquiana debe no poco a la contribución del cine cubano. Con mayor o menor fortuna, con derroche o parquedad de talento o de recursos, imaginación desmesurada o contenida, despliegue de audacia o incertidumbre, en experiencias frustrantes o no, dando rienda suelta a su libertad creadora, absolutamente ninguno de esos realizadores ha soportado la tentativa de traducir al lenguaje de la imagen animada el intransferible mundo personal del autor de Cien años de soledad. Las versiones de obras literarias de García Márquez, objeto de adaptaciones pretendidamente fieles y respetuosas, conforman una filmografía pletórica de lealtades estériles y de traiciones fecundas, sin caer en el frecuente servilismo, ni ser aprisionadas cinematográficamente por su fidelidad a la letra y al espíritu del texto, como también los argumentos escritos por el novelista expresamente para el cine.

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