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El fango de la amargura

4 de marzo de 2022

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188043340Hoy él se levantó con telarañas en la cabeza. Telaraña oscureciendo un día amanecido con el sol a toda candela y prometedor de la desaparición del fango que arrastraron los pies a la casa y que ella, setenta años en las costillas y en los huesos de la cadera, tenía que limpiar. Nació entre el fango y del campo era lo que más odiaba junto a los quinqués, los bichos, las lechuzas. No podía quejarse. Una vez a la semana venía una señora del pueblo a ayudarla. Él se reía con esa dentadura de hierro con que cortaba sogas y desgarraba  la carne con los dientes hasta hacía poco tiempo. Decía que antes las guajiras iban al pueblo a limpiarle a las señoronas y ahora las del pueblo venían al campo a limpiarles a las guajiras. Porque los guajiros ahora, manejaban más dinero.

Se consideraba que no era una aprovechada. Ese día ella no se quedaba con los brazos cruzados. Ayudaba a la mujer a darle una gran limpieza a la casa. Pero no  la ayudaba a planchar la ropa de la semana. Porque si ella odiaba el fango, él odiaba las arrugas en la ropa, hasta la de trabajo. Por el fango arrastrado por sus botas y por las arrugas dejadas en sus pantalones y camisas; por ella, fueron las primeras peleas entre ellos, las únicas. Después, casi en la vejez, vinieron las peleas grandes y no por mujer atravesada ni por coqueteo de ella con algún hombre. Fue por los hijos.

Cuando la mujer salió al portal el hombre ya se había tragado un jarro de café. El anciano achicaba los ojos contra la luz del sol mañanero. Después de la lluvia de esos días, la tierra, su tierra, estaría ansiosa de las semillas. Y se quedaría esperando como en los últimos años. Ya a él se le habían acabado las fuerzas. Y hasta la mala hierba encerraría la vivienda si no pagara a aquel hombre que la mantenía a raya. Se sabía observado por la vieja. Viró en redondo y la descubrió en la puerta. Y sonrió por dentro porque pensó que era una vieja igual que él, aunque con años menos. Y recordó. Cuando la conoció era una guajirita muerta de hambre de piso de tierra y hermanos haraganes. La Revolución la mandó a una escuela, pero porque era bruta para las letras y los números o porque era una miedosa, regresó. Pero se trajo las ganas de ciudad para toda la vida. Y se las pegó a los hijos.

La anciana no se atrevió a acercarse. Cuando las telarañas traídas por el olor a tierra mojada lo posesionaban, se convertía en un amargado. Él nunca le dio ni un manotazo, pero tampoco fue de palabras dulces. Y ahora cercano a los noventa, solo habla de matas y sembrados. Y los hijos desde hace años, quieren que venda la tierra, la casa y se vayan para la capital. Y la maldita televisión y la radio ahora con tanta palabra y palabra hablando de las siembras y los guajiros y sus familias que los ayudan y los que han regresado al campo. Hasta quisiera que se acabara el combustible y se callara la planta eléctrica aunque perdiera las novelas y tuviera que alumbrarse otra vez con los malditos quinqués.

 

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