ribbon

El espejo de la Maléfica

28 de marzo de 2015

|

El tren de los años 414.
Entró y no la saludó con el silbido habitual en demostración de la vitalidad de sus pulmones. Se escurrió al dormitorio y ella se preparó para la nueva temporada de sus aventuras en la calle. Llevó dinero suficiente para tomar un almendrón, pero al pasar cabizbajo y silencioso por su lado, no percibió ese olor petrolero característico. Entonces, marchó en ómnibus y el disgusto venía de algún percance. La esperaba  la actualización en las estadísticas de los baches del barrio, los minutos y segundos contabilizados en la espera del transporte, el pugilato para treparlo o ser trepado. El tiempo pasaba y el anciano no aparecía en la cocina para mendigar un poco de café y librarse de la molestia, engrandeciéndola en los oídos pacientes de ella.
Preocupada, la anciana marchó al dormitorio. Lo encontró detenido ante el espejo del viejo escaparate. Tan abstraído estaba que no sintió su llegada. El espejo reflejaba un rostro angustiado. La mano derecha parecía buscar en el cráneo, algunos pelos sobrevivientes. La izquierda, estiraba la arruba profunda convertida en un camino vecinal entre la nariz y la boca.
¿Qué le había ocurrido en la calle a su viejo?. Algún maleducado lo habría ofendido de palabras o quizás, hasta se atrevería a empujarlo, maltratarlo.  Retornó a la cocina y preparó el café. Le llevaría la tacita que lo conminaría a la confesión.
Lo encontró sentado en la cama. Contemplaba unas fotos. Eran las fotos de la playa tomada por ella en la cámara soviética. En verdad que le tocó un galán apuesto. Esas espaldas anchas, esas piernas de Hércules, el abundante pelo revuelto por la brisa, la sonrisa completa.
La mano de la anciana en su hombro y el café hecho con mas polvo de la cuenta, lo condujo a la confesión.
Si. Era una experiencia ocurrida en el ómnibus. Una muchacha, una bella muchacha se levantó del asiento al verlo y con un dulce “abuelito, abuelito, siéntese”, le restregó en su cara  la vejez con la mejor intención del mundo y la mayor ingenuidad acumulada.
La anciana lo comprendía. Uno le cuenta los años al vecino de enfrente. En el, advierte el paso del tiempo sin interiorizar que los mismos años, meses y días se alojaron en el cuerpo propio. Y de golpe, el espejo mágico firma el acta de la honestidad y en la voz de una inocente chiquilla, le abofetea el rostro con la verdad. Entre habitantes de una misma generación, uno de los temas obligados es clasificar el estado físico del amigo ausente.
La anciana estaba curada de ese mal endémico. Hacía años, cercana a la cincuentena la curó otro adolescente de rostro angelical. Ella, muy oronda, en paso rápido garantizado por los kilos perdidos en una dieta de la luna o cósmica, con las nacientes canas ocultadas por aquella moda de los rayitos, resistente todavía en el pantalón ceñido, se estremeció cuando aquel muchacho le preguntó por la hora, precedido de un “tía” que le molestó mas que los síntomas del climaterio.

Galería de Imágenes

Comentarios



Margarita Hidalgo Ramírez / 1 de abril de 2015

Aunque nuestra delgada figura, optimismo y una salud bastante estable nos acompañe, los años pasan, y de pronto un día nos sorprende una de esas palabras escuchadas para otros un tiempo atrás o un gesto que hicimos para un anciano pero ahora dirigido a nosotros. Aunque el optimismo y los ejercicios físicos acostumbrados no nos hagan sentir la edad, mantenerse optimistas, alegres y tratando de enfrentar los problemas ya no con los hijos sino con nuestros ancianos, tratando siempre de ayudar al necesitado y sentirnos felices viviendo intensamente los buenos momentos es lo que ayuda a enfrentar esa verdad que el espejo o la voz de una inocente chiquilla nos hace ver la realidad. Buen artículo para viejos deprimidos.Hay que asumir la edad porque con ella va todo lo mejor que nos ha sucedido.