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El encuentro de Martí con la emigración de Nueva York: la lectura en Steck Hall

29 de mayo de 2020

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El 24 de enero de 1880 fue ya un día invernal en la gran urbe norteña. Muchos cubanos residentes allí acudieron esa noche a Steck Hall, una céntrica sala en el este de la calle 14 de Manhattan, donde se reunió esa emigración en varias ocasiones. Lo más que sabía la mayoría de los asistentes era, seguramente, que se trataba de un recién llegado que no había participado en la Guerra de los Diez Años, y que había escapado de la deportación a la metrópoli tras ser detenido en la Habana por conspirar contra el colonialismo. Quizás alguien había recibido informaciones desde aquella capital acerca de sus discursos, y a lo mejor se había filtrado que desde el 9 de enero el general Calixto García lo había incorporado, con voto unánime de sus miembros como vocal al Comité Revolucionario Cubano que organizaba la llamada Guerra Chiquita desatada en la Isla.
La oración fue extensa: cubre una veintena de páginas en el folleto en que se imprimió el mes siguiente bajo el título de “Asuntos cubanos”, y cuya venta sirvió para recaudación patriótica. Si tal fue el texto leído en si totalidad por Martí, el acto debe haber demorado más de una hora, y si así ocurrió, ello no fue obstáculo, según testimoniantes, para la sostenida atención de los espectadores quienes premiaron al orador con una largo aplauso cerrado y Vivas entusiastas.
Este es un discurso de hondo carácter conceptual y de cargada emotividad. Obviamente, Martí quería ganarse el corazón de sus oyentes y, al mismo tiempo, entregar su mirada innovadora respecto a la revolución libertadora de la patria. Su palabra se mueve por tres planos principales brillantemente interconectados. Uno es el análisis de la guerra de 1868 a 1878 y el por qué no se alcanzaron sus principales demandas: la independencia política y la abolición de la esclavitud. Otro, la situación del país después del cese de la lucha en 1878 y cómo el colonialismo español continuaba la explotación de los recursos cubanos para su solo provecho y sin atender verdaderamente .los problemas insulares. El tercer plano era cómo organizar el necesario enfrentamiento a esa dominación, en lo cual expuso las claves del cambio imprescindible para la acción patriótica. En dos palabras: la Lectura se trata de un estudio de las tradiciones y enseñanzas aportadas por la experiencia bélica anterior, y de cómo, desde tal experiencia, afrontar creadoramente la situación colonial y fundar la patria libre. Por primera vez, entonces, Martí entregaba la perspectiva de su programa revolucionario, que, desde luego, iría perfilando durante los años posteriores.
Dos ejes esenciales dejó establecidos desde entonces. Así los dijo.
“Esta no es solo la revolución de la cólera. Es la revolución de la reflexión.”
“Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones…•”
Por ideas como estas, expresivas de un proyecto revolucionario ya bien pensado en sus alcances y métodos, aquel joven que ocho días después de este discurso cumpliría 27 años de edad, y que había desembarcado con escasas relaciones personales en Nueva York el 3 de enero, se iría convirtiendo a partir de aquel 24 de enero de 1880 en un líder de esa emigración cubana que lo fue a escuchar en Steck Hall, admirada por el fulgor de su verbo hasta las últimas frases de aquella lectura memorable. .
“¡Antes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la patria, se uniría el mar del Sur al mar del Norte, y nacería una serpiente de un huevo de águila!”.

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