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El desastre del “Invencible”

19 de abril de 2013

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Velero en la tormenta

La ventajosa posición geográfica del archipiélago cubano, y en particular la de la ciudad de La Habana, propició que, a partir de la Conquista, el puerto de la Capital fuera uno de los más concurridos de América.
No son muchas las personas que conocen que durante los siglos XVII y XVIII Cuba fue una verdadera potencia mundial en la construcción de buques.  Esta importante actividad tuvo su génesis cuando mediante el Real Decreto de 29 de diciembre de 1516, la Corona otorgó una licencia expresa a las autoridades de la Isla de Cuba para construir y armar buques de hasta 100 toneladas, destinados a prestar servicios en el descubrimiento de nuevas tierras y el comercio entre el Viejo y el Nuevo Mundo.
La circunstancia de que el puerto de La Habana fuera punto de reunión para las flotas procedentes y con destino a la Península, no hizo más que servir de incentivo a la construcción de barcos, y produjo además un incremento sustancial en el número de buques fondeados en el puerto.  Relacionado con uno de aquellos navíos se vincula el hecho histórico que relatamos a continuación.
El 30 de junio de 1741, se hallaba fondeado muy cerca del muelle de San Francisco el “Navío de Su Majestad Invencible”, entonces poderosa nave de guerra.
Aquella tarde de verano el cielo se cubrió de densas y oscuras nubes, el aire se saturó de un fuerte olor a humedad y se incrementó la velocidad del viento.  Una tormenta eléctrica procedente del sur —fenómeno muy frecuente en nuestras latitudes tropicales—, comenzó a descargar su colosal energía sobre la Villa de San Cristóbal de La Habana y su cerrada bahía.  La lluvia torrencial golpeaba implacable techos, puertas y ventanas.  Los relámpagos y los truenos se sucedían prácticamente sin intervalo alguno, estremeciendo la ciudad hasta sus más sólidos cimientos.  Como es habitual en estas tempestades el viento soplaba con velocidad creciente, y arbolaba la superficie del mar hasta en el interior de la bahía…
Inesperadamente, saltó un rayo sobre uno de los palos del “Invencible”.  El meteoro eléctrico provocó un repentino y violento incendio a bordo del buque.  Como consecuencia, las llamas se propagaron con rapidez por el maderamen de la embarcación hacia la santabárbara, depósito de pólvora y municiones de la nave, que saltó en pedazos bajo el efecto de una horrísona explosión.
La onda expansiva provocada por el estallido dañó a varios de los buques cercanos al Invencible, e hizo zozobrar a otras embarcaciones de pequeño tamaño.  Fragmentos de la arboladura, los aparejos y la obra muerta del navío cayeron sobre los alrededores de la ciudad.  Los vecinos de La Habana, aterrorizados, se lanzaron a las calles.  Varias casas enclavadas la Calle de los Oficios, Lamparilla, Amargura y Baratillo sufrieron severos daños, cuya reparación total demoró varios años.  Los techos de teja del Castillo de la Real Fuerza y las paredes de la Iglesia Parroquial fueron seriamente afectados…
El insólito suceso quedó plasmado con caracteres indelebles en la memoria de los habaneros durante mucho tiempo, y su detallada relación aparece contenida en un informe que, dirigido al Rey, fue redactado ese mismo día por el gobernador Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, dando cuenta del suceso y los numerosos estragos causados por la centella.
Esta y algunas otras referencias nos permiten hoy precisar de manera general lo ocurrido en La Habana aquella tarde de junio de 1741, cuando las fuerzas de la Naturaleza mostraron cuán superiores son a las del hombre, a pesar de que este último se haya considerado en muchas ocasiones “invencible”.

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