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El cronista adolescente

6 de noviembre de 2020

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Retrato de José Martí hecho en el Presidio Departamental de la Habana.

Retrato de José Martí hecho en el Presidio Departamental de la Habana.

 

José Martí es considerado no solo como uno de los grandes de las letras en lengua española sino también como uno de los más destacados periodistas de finales del siglo XIX. Sus “Escenas norteamericanas” acerca de la vida estadounidense se reprodujeron en muchos periódicos de Hispanoamérica y en España. Los estudios literarios consideran hoy aquellas crónicas de madurez muestra mayor de sus cualidades como escritor y como un brillante conjunto de los inicios del periodismo moderno.

Sabemos que desde jovencito Martí sintió el impulso de volcar sus ideas y sus sentimientos en esas hojas impresas en las que volcó su patriotismo. Ello es cierto; sin embargo, su talento y su vocación para el arte de la escritura se manifestaron en todos los géneros en que se ejerció. Y el epistolar fue uno de ellos, al punto que en una carta a la madre a los dieciséis años de edad podemos hallar la precoz muestra de una crónica, nada más y nada menos que de la vida en la cárcel.

Datada el 10 de noviembre, por su contenido es obvio que del año 1869, cuando llevaba una quincena tras las rejas bajo la acusación de infidencia, en espera del juicio que le condenaría a seis años de prisión a trabajos forzados en las canteras.

La misiva actualiza a doña Leonor acerca de su situación personal en la Cárcel Nacional, tanto de la marcha hacia el proceso judicial como de los otros detenidos junto con él. Se detiene en analizar “lo mucho” que le servía la prisión: “Bastantes lecciones me ha dado para mi vida, que seguro ha de ser corta, y no las dejaré de aprovechar.” Le cuenta que muchos viejos le decían que él parecía un viejo, juicio al que encontraba algo de razón, porque junto con el “atolondramiento y la efervescencia de mis pocos años, tengo en cambio un corazón tan chico como herido.”

Pasa luego de esta autoevaluación a narrar cómo solo necesita un poco de dinero para toma café, aunque cuando no se veía a la familia bien se podía pasar unos días sin tomar la infusión. Explica que de las cinco o seis monedas que el padre le había dejado, dio dos o tres de limosna y prestó dos. Así, sabemos que no tomó el café. Y pide que a la próxima visita dominical le lleven “a alguna de las chiquitas”, de sus hermanas.

Un párrafo entero dedica las prostitutas que practican su oficio a diario en la cárcel, y le expone a la madre su criterio sobre la mujer: “… el cuerpo de las mueres se hizo para mí de piedra.—:Su alma es lo inmensamente grande, y si la tienen fea, bien pueden irse a brindar a otro lado sus hermosuras.”

El poeta estaba apagado, pues “no he escrito ni un verso” Pero lo halla conveniente: “En parte me alegra, porque ya V. debe saber cómo son y cómo serán los versos que yo escriba.”

El jovencito cierra la carta refiriéndose a su maestro: “Aquí todos me hablan del Sr. Mendive y eso me alegra.” Pide libros: “Mándeme libros de versos y uno grande que se llama El Museo Universal.” Y al final, la solicitud habitual en la época: “Dele la bendición a su hijo.” Y firma “Pepe”.

Al igual que en sus crónicas futuras, se reúnen en este envío a la madre sucesos, impresiones personales, juicios introspectivos, principios morales. Aunque habla de sí, las descripciones de su ánimo se hermanan en el sustento ético que marcaría siempre su existencia. Hay rigor y amenidad de redacción, y variedad de asuntos. Sin dejar de lado lo contingente, lo que le rodea, pesa más lo interno de su persona. Es de admirar ese equilibrio al hablarle este adolescente a la madre en una narración que da lo externo y también la interioridad de su personalidad. Había madera de cronista en aquel muchacho preso.

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