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El cerdo asado

15 de noviembre de 2013

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¿Quién duda que entre las costumbres más viejas de los cubanos está la de comerse un cerdo asado?
Claro, esto tiene todo un ritual.
Entre el tenue fuego del carbón y el sol tropical lo cocinan, mientras poco a poco, cualquiera puede ser el pretexto, se va formando la fiesta.
En Cuba constituye un ritual reunirse en familia o entre amigos para degustar un delicioso puerco o macho, que es como también se le conoce al citado animal, asado en pleno patio de tierra, sobre parrilla de hierro y cubierto con hojas de plátano.
En realidad la celebración comienza desde el momento del sacrificio, en que los niños presentes discuten de quien será el rabito.
Después el agua caliente y los cuchillos bien afilados. El gran caldero listo para los chicharrones, que pronto sonarán crack, crack, en las bocas de los comensales y las voces femeninas previniendo a los pequeños del hirviente fogón.
La música improvisada o llegada del éter, y los tragos de ron, aguardiente o cerveza, resultan imprescindibles en un ambiente que ha quitado espacio a la cotidianidad.
Línea aparte merece la persona que asume el asado, permanece casi siempre con sombrero de yarey junto al puerco, rociándolo con el mojo ideal, animando el lento carbón y observando su doradez irremediable.
Pasan las horas, aumenta el exquisito e inigualable olor a puerco asado y, por supuesto, el deseo de saborearlo.
Los niños no se cansan de preguntar ¿cuándo estará? Los mayores, entre cuentos, baile y bebidas también sienten impaciencia.
Los vecinos, atraídos por el aroma. Invitados o no, se asoman, pues tienen la certeza de contar con un cubierto en la mesa, donde siempre cabrán más.
Al fin, la improvisada y larga mesa con el preciado manjar en su centro. Alrededor fuentes con yuca, tostones, congrí y ensalada de verduras.
Se armó la comelata.

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