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El boticario

12 de abril de 2013

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Desde tiempos inmemoriales, el boticario ha sido una de las principales personalidades de la comunidad. Faltarían varios siglos para que se creara el médico de la familia, y ya el boticario ejercía esos menesteres.
Sí, porque en la farmacia no sólo se vendían medicamentos, no, también el boticario inyectaba, hacía curaciones y sobre todo, consultas médicas.
Era más fácil y barato acudir a uno de estos establecimientos, el más cercano a nuestras casas, y preguntar al boticario qué es bueno para los hongos entre los dedos.
En realidad lo bueno para los hongos es la humedad, el calor, la falta de higiene, las medias de nylon negras y la poca ventilación en los pies.
Pero el boticario no le va a decir eso, porque él comprende que cuando usted dijo para, quiso decir contra, al igual que cuando usted pregunta qué es bueno para los ratones, indiscutiblemente es el queso y la cebolla.
Recuerdo el caso Beatriz, aquella muchacha que llegó a la farmacia en busca de un medicamento contra el mareo, el boticario, con un increíble ojo clínico, no hizo más que mirarla y le dijo:
“Señorita, usted está en estado”.
A lo que la joven respondió: “Tiene usted razón, tengo ocho meses y medio”.
Otro caso fue el del anciano que desesperado acudió a la farmacia en busca de un medicamento, ya que hacía un mes que no daba del cuerpo, y el sabio boticario, sin necesidad de examen clínico alguno le hizo un diagnóstico: estreñimiento.
Le vendió un purgante y le aconsejó que lo tomara con un batido de aguacate, judías, col y leche.
Pero la cosa es que también el boticario era una especie de consejero espiritual, sí, porque a la botica se acudía, sobre todo algunas mujeres, a buscar remedios amorosos.
Por ejemplo, el amansaguapos, que consistía en una especie de jarabe que si bien no amansaba a ningún guapo, tampoco hacía daño, el abre caminos y el no me olvides, los que se preparaban a base de flores y yerbas.
No debemos olvidar al mensajero de farmacia, casi siempre un adolescente que ganaba seis pesos a la semana jugándose la vida en su bicicleta de un barrio a otro de la ciudad.
Había clientes que llamaban a la botica para encargar una aspirina, vivían en un cuarto piso, puntal alto y sin elevadores, y hasta allí debía ir el mensajero para llevar el producto.
Durante todo el siglo XX, era Sarrá quien determinaba el horario de apertura y cierre de las boticas, los intramurenses menos jóvenes han de recordar como de lunes a sábado a las ocho de la mañana y a la una de la tarde, a las tres pasado meridiano y luego a las seis, las sirenas de la droguería sonaban para toda la vieja Habana.
Y antes de terminar esta crónica, debemos recordar a los dos primeros boticarios de La Habana, Sebastián Milanés y López Alfaro, quienes en fecha tan remota como 1598, ya sus boticas eran conocidas en la calle Real, hoy Muralla, y en el callejón del Chorro, respectivamente.

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