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El bodeguero

22 de marzo de 2013

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Aunque el Larrouse ilustrado dice que una bodega es un lugar donde se guarda y cría el vino, o tienda donde se vende esta bebida, también espacio interior de los buques o almacén de los muelles, en La Habana tiene otro significado.
Aquí la bodega es ese establecimiento que casi siempre está en la esquina, donde compramos los principales alimentos del mes y  nos enteramos de los principales acontecimientos del barrio.
Cuando digo que las bodegas están casi siempre en las esquinas, lo hago por la excepción de la Bodeguita del Medio, que aunque hoy es un bar restaurante, comenzó en 1942 como una simple bodega que precisamente, por ser pequeña y estar en medio de la cuadra, recibió ese nombre.
Allí su dueño, Ángel Martínez, entre frijoles, papa y ají, comenzó en compañía de su esposa Armenia a preparar mojitos y saladitos a sus clientes, hasta convertirla en lo que es en la actualidad.
El bodeguero es una de las personas más importantes y populares de la barriada, casi siempre de buen humor, debe lidiar con los más disímiles caracteres de las más inverosímiles personalidades que habitan el globo terráqueo.
Entre sus clientes están el que perdió la libreta de abastecimiento, al que se le murió el tío hace catorce años y aún no ha tenido tiempo de darle de baja, el que quiere que le adelanten los abastecimientos y el que fue a pesar la mercancía a otra bodega, y dice que de las 36 libras de arroz de su núcleo familiar, le falta onza y media, aunque en realidad lo que le falta es libra y media.
Y el bodeguero, solícito, le da su onza y media.
También está el que protesta porque la galleta vino rota, y Ester, la joven bodeguera con más de 40 años de experiencia, le dice: “‘¿Por qué se queja?, si para comerla tiene que partirla”.
Pero… el bodeguero no es sólo el que administra la unidad y despacha la mercancía, no, es también el encargado de la limpieza, pintura, albañilería, carpintería, cerrajería, herrajería, electricidad y refrigeración del establecimiento.
Desde la época colonial y hasta mediados del siglo XX, en casi todas las esquinas había bodegas donde también se despachaban  bebidas alcohólicas, ya en el siglo pasado no podía faltar la vitrola traganíqueles, con los boleros o los tangos más de moda.
Los bodegueros eran casi todos españoles, y en su mayoría gallegos o asturianos, quienes habían llegado a esta ciudad reclamados por un tío, y con sus alpargatas y boina, comenzaban a laborar 18 horas de lunes a lunes y a dormir en la trastienda, con un salario de 20  pesos mensuales y la comida, y no se graduaban hasta que supieran envolver una libra de chícharos en papel de estraza.
Tenían fama de muy duros o tacaños, pero eso no es cierto, lo que pasaba es que no gastaban ni un centavo, y así, guardando kilo a kilo, llegaban a ahorrar lo suficiente como para al cabo de unos años hacerse de su propia bodega, y entonces cambiaban las alpargatas y boina con las que había venido de España, por unas nuevas.
Pero el bodeguero de hoy, pulcro y bien vestido, entre frijoles, papa y ají, del otro lado del mostrador, dice como Nat King Cole : “toma chocolate y paga lo que debes”.

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