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El arte de Benny Moré (I)

14 de enero de 2020

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Alto y delgado, de caminar y mirar inquietos, Bartolomé nunca llegó a pensar que llegaría a ser una figura del arte musical popular cubano rayano en la mitología. Hijo de un país rico en expresiones musicales y cuna de excelentes compositores, músicos y cantantes, Benny Moré es para muchos la voz más alta del canto popular cubano.

Venido al mundo el 24 de agosto de 1919 en el barrio de Pueblo Nuevo, del pintoresco poblado de Santa Isabel de las Lajas, en la actual provincia de Cienfuegos, recibió en la Pila Bautismal el nombre de Bartolomé Maximiliano y por único apellido el de su madre: Virginia Moré.

La lejanía e intrincado del entorno en que transcurrió su niñez y parte de su primera juventud, más la pobreza y humildad familiar, lo adornaron con una corta y escasa formación escolar, que en parte, pudieran limitar el descifrar todo lo que después acontecerería en la vida de aquel ser devenido artista excepcional para las grandes multitudes, sin descartar las elites intelectuales, que  –dicho sea de paso– nunca han ocultado su gran admiración por su arte incomparable.

Lo que sí se sabe es que, desde sus años tempranos, la música aguijoneaba en lo más profundo de su sensibilidad de joven mestizo de amplia sonrisa y mirada curiosa y que estaba convencido de que en La Habana llegaría a ser artista, por lo que tan solo necesitaba paciencia y un poco de buena suerte. Fue así como a principios del año 1940, con su vieja guitarra se despide de los suyos y marchó a la capital sin mirar atrás.

En La Habana se le pudo ver instalado en los suburbios marginales capitalinos, solo acompañado por su guitarra y algunos elementos de aprendizaje del tres; Bartolomé –aún ni remotamente pensaba llamarse Benny– fue redondeando sus conocimientos sobre la música popular cultivada en esos lugares, como la rumba en todos sus estilos y formas, el arte trovadoresco, y la de los cultos de antecedente africanos, aunque en parte, estos últimos, en especial la música bantú, ya habían sido ejercidos por él pues había sido iniciado por sus familiares en el histórico Casino de los Congos, en su ya, para entonces, lejano y natal Santa Isabel de las Lajas.

En La Habana, la radio le revela los boleros más recientes de la época, y el cine le permiten escuchar la música norteamericana en boga y ver las grandes big band norteñas.

De alguna manera se agencia la posibilidad de escuchar los discos fonográficos que atrapaban en sus estrías los balanceos rítmico-melódicos de las para él, deslumbrantes bandas norteamericanas de swing y apreciar el jazz en sus múltiples formas y estilos desde los despliegues rítmicos del contrabajo, la batería y el piano en elaboración de contrastantes bases armónicas, mostradas con excelencia por las poderosas bandas de Artie Shaw, Chic Webb, Count Bassie, Cab Caloway, Benny Goodman, Glenn Millar y Duke Ellintong, entre muchas otras, que, sin dudas, conmovieron de manera positiva una sensibilidad musical como la de Bartolomé, entonces muy abiertas a todo el acontecer del entorno musical de su tiempo y de los que vendrían después.

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