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El amigo del hijo ausente

12 de diciembre de 2014

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nieto_y_abuelaLa noticia subió por las escaleras, se enredó en las sábanas colgadas en aquellos patios liliputienses, se trabó en las rendijas de algunas puertas, pero con la fuerza dada por la curiosidad, penetró con permiso legalizado en los oídos.
“¡El hijo de los del 512 viene. Y viene con el hijo!”.
A los ancianos del 511 la noticia les reactivó los recuerdos. Y en esos días que habían logrado taponearlos, ella en remiendo de ropas ajenas y el, alargándoles la vida a las gastadas cañerías de algún vecino del barrio. Las palabras, innecesarias entre ellos porque la figura del hijo muerto, esos fenómenos inexplicables todavía para la ciencia, cuando se alzaba entre ellos, los hacía respirar en idéntico soplo.
El amigo del hijo ausente regresaba. Y con un hijo. Al ocurrir el accidente, ya los vecinos del 512 no eran los mismos. Al compás del cambio de las ventanas tragadas por los comejenes por las encristaladas de rejas protectoras, el saludo se les hacía mas seco y seco fue el pésame ante la muerte de aquel niño que creció junto aquel que desde el Norte aseguraba ventanas y rejas.
Ella dejó la costura y marchó. El honbre desde la sala la adivinaba. Buscaría en las gabetas, las fotos. Aquel cumpleaños celebrado en el zoológico. Y los dos pequeños mostrando sus desdentadas bocas embarradas de cake. Al hombre le pareció escuchar aquellas voces perdidas. Venían de la entrada del edificio. Un vocablo soez lo extrajo de la ensoñación. Eran otros niños. Aquellos, los de la foto del zoológico nunca gritarían tamaña barbaridad.
La anciana regresó con la foto en las manos y los ojos húmedos. Retornarían a las mismas interrogaciones. La decisión del amigo tomada en aquel viaje de trabajo lo molestó en grande, ellos lo notaron. No se unió a los improperios lanzados por algunos de los antiguos compañeros de juegos. Tiempo después, cerrada la herida, si en la TV repetían a Elpidio Valdés o sonaba a veces en la radio, Varela o Pedro Luis, le hablaba a la novia de aquel tránsito niñez-adolescencia que percibieron juntos aquellos dos niños inseparables. La muchacha no le dio hijos por decisión de los dos. Los nidos para la cigüeña se vendían en moneda dura, esperarían.
El  auto de aquel borracho no esperó el cambio de luces.
Los ancianos se prepararon, en el enclaustramiento supusieron la salida. Pero encerrados en el hogar no pudieron sustraerse de las risas de bienvenida. Aquel hombre regresado, aunque no tocara a la puerta, despertaba ternuras.
Y tocaron a la puerta. La anciana no dudó. Y abrió, esperanzada de recuperar en otro al hijo perdido. Frente a ella, un niño de pulóver, pantaloncitos cortos y chancletas sin medias y unos ojos y una sonrisa conocidos.
-Papá me dijo que tu también eras mi abuelita.

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