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El alcohol: cambiará tu vida, pero no la realidad

26 de mayo de 2021

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«Cuando empiezas a consumir dices que lo puedes controlar, pero hay un momento en que no es posible controlarlo; no tienes la capacidad y el autocontrol porque desde el punto de vista bioquímico –no es un problema solo de voluntad, de psicología, sino también un problema bioquímico– el consumo provoca que cada vez necesites un poco más para alcanzar ese estado de placer y bienestar, de desinhibición que sientes cuando tomas un trago. Un trago sigue al otro y al otro y llega un momento en que no tienes control; es la bebida la que te está controlando».

Así nos describe Lourdes Ibarra, doctora en Ciencias Psicológicas y profesora titular de Psicología de la Universidad de La Habana, de la forma más sencilla posible, el proceso que lleva al alcoholismo, un fenómeno ante el cual no podemos permanecer indiferentes, con una negativa incidencia en quienes lo sufren directamente, y también en la familia y la sociedad.

 

Doctora, el alcoholismo es una enfermedad que produce daños biológicos, psicológicos y sociales. Ya llega a diferentes sectores etarios y afecta tanto a hombres como mujeres. ¿Cuán visible es en la sociedad actual?

 

En nuestra vida cotidiana estamos viendo continuamente manifestaciones de alcoholismo, que supone una adicción, una necesidad. En la actualidad lo vemos con mucha frecuencia. Se han borrado las barreras del sexo, lo mismo lo vemos en hombres que en mujeres; lamentable­mente, también, cada vez en edades más tempranas. Hay quienes no conciben una actividad social o cultural, privada o pública, si no incluye un trago.

 

Durante las entrevistas que hicimos en la calle predominó esta vez la percepción de que la escasez de opciones recreativas y culturales estimula el consumo de alcohol, que muchos tienen el consumo de alcohol como un entretenimiento y recurso para salir de crisis o malos momentos, o como pasatiempo en reuniones sociales, y que es baja la calidad de la bebida que se consume en ciertos lugares, lo cual, según el punto de vista de estas personas, «empeora sus efectos negativos».

 

Son interesantes esas opiniones porque reflejan que existen justificaciones para el consumo. Las personas están conscientes de que no está aprobado socialmente, y necesitan justificarlo, argumentarlo. Se puede decir que no hay opciones ‒y no quiere decir que esas opiniones sean erradas o estén apartadas de la realidad, es cierto que no hay suficientes opciones‒; que el consumo aparece en momentos en que estamos en crisis, en que las personas se sienten deprimidas;  que hay necesidad de entretenimiento… pero otras personas están en circunstancias similares y no acuden al alcohol ni se refugian en él. Sin negar que hay algunos factores que pueden ser de riesgo, no podemos decir que sean esas las causas; es un fenómeno que debemos analizar de manera multicausal. Hay muchas dimensiones, incluidas biológicas; algunas personas son más vulnerables que otras al consumo del alcohol. También hay que apreciarlo desde el punto de vista de la familia y la educación; los valores, las pautas de comportamiento que parten de ella y permiten a la persona saber cómo conducirse y cómo comportarse en distintos escenarios y momentos. También se hablaba del entretenimiento. Algunos buscan el alcohol para entretenerse, pero existen muchas formas de entretenimiento.

 

¿Es el cubano bebedor por naturaleza, por tradición?

 

Yo no diría que tiene que ver con la identidad del cubano. En la identidad del cubano hay muchas cualidades, características que nos tipifican. Somos alegres, creativos, capaces de enfrentar cualquier situación de conflicto. Pero ser bebedor no es necesariamente una cualidad del cubano. Es cierto que hay muchos cubanos que beben, pero no está en nuestra identidad.

 

Doctora, se dice que el alcoholismo disminuye al menos 10 años el promedio de vida de las personas, entre otras implicaciones muy negativas para la salud del individuo, su familia y la sociedad. Usted señalaba antes que cada vez más adolescentes comienzan a beber alcohol. ¿Qué implicaciones tiene esto?

 

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Vemos a adolescentes en edades tempranas consumiendo alcohol. No queremos decir que en otras situaciones, en otras épocas, no ocurriera, pero no con la dimensión que se aprecia en la actualidad. Debemos pensar en el adolescente como una persona que está en una edad muy vulnerable, más susceptible al consumo de alcohol e incluso a probar con otras sustancias que pueden provocar adicciones. La familia debe estar atenta a lo que está ocurriendo en su entorno: qué está pasando con el niño; qué puede estar influyendo en su rendimiento académico; por qué sus estados de ánimo cambian con tanta facilidad; con quién se reúne. En esa etapa de su vida, el control familiar comienza a ser menor que cuando el niño estaba en primaria, pero siempre debe haber control, aun discreto. En la adolescencia no está desarrollada todavía la capacidad del autocontrol.

 

Los adultos están concentrados en buscar el sustento e incluso adaptarse a los cambios socioeconómicos que plantean nuevos retos a nivel profesional y laboral. A veces descuidan el tiempo que deben dedicar a los hijos que, a su vez, están en una etapa en la que buscan afirmarse y no permiten a sus padres entrar en su mundo. ¿Qué riesgos trae este escenario?

 

No existe un modelo único de control, pero la familia no puede perder de vista por dónde va el desarrollo de los hijos. No hablo de autoritarismo, de que los hijos se sientan asfixiados, porque sabemos las consecuencias de ello, pero sí hay que saber ‒como decía antes‒ los lugares que frecuenta, con quién se reúne, porque ahí están muchos de los factores de riesgo. En la Cuba de hoy la función económica de la familia está hiperbolizada ‒lo han reflejado estudios durante los últimos años‒, y eso va en detrimento de la función espiritual y cultural. La familia dispone de menos tiempo, tienden a quedar un poco detrás los valores que rigen las relaciones humanas, las pautas de comportamiento. En investigaciones y consultas, las familias refieren poca disponibilidad de tiempo y así justifican no atender a los hijos. Ahí es donde pueden aparecer otras personas que llenan vacíos que no está cubriendo la familia.

 

 

Brechas en la sociedad

 

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«El incremento del alcoholismo ha sido considerable, sobre todo en un sector de la población no muy visibilizado, las mujeres. He visto muchas mujeres entre los 35 y los 40 años con el vicio del alcohol; la mujer tiene muchos prejuicios en cuanto a este tema, disfraza el consumo: “Estoy deprimida”, o “estoy contenta”, son algunos de los pretextos», nos decía uno de los entrevistados en las calles de la ciudad.

Otro nos contaba que «en Lawton hay jóvenes de 15 y 16 años que ya son prácticamente alcohólicos, porque quien tome dos o tres veces en la semana ya es un alcohólico», y alguien nos habló de los que recaen: «Si hubiera alguna institución que se hiciera cargo de esa gente, fuera lo mejor».

Y escuchamos el siguiente comentario: «El alcoholismo esta precedido en nuestro país por tradiciones como el machismo. Con frecuencia encuentras ventas de ron en lugares públicos, y después ves a personas totalmente desprovistas de su dignidad, tiradas dondequiera y afectando a sus familias y a la sociedad. Muchas veces vemos personas en ese estado y no sabemos cómo ayudarlas, qué hacer».

 

Doctora, vuelven a aparecer la cuestión de género y el consumo en edades tempranas, pero también hay percepción del alcoholismo y la falta de herramientas para afrontar el fenómeno.

 

Me llamó mucho la atención la expresión que empleó uno de los entrevistados, que decía «esa gente», como si separara a los alcohólicos del resto de la población, pero ese límite se desdibuja cada vez más, porque el fenómeno ya no está solamente en un sector poblacional o en un grupo social, que pudieran ser marginales, personas que no trabajan o no estudian… No. Coexisten con nosotros en el hogar, en el centro de trabajo, en otros espacios. Históricamente hubo un mito con relación al consumo como exclusivamente masculino, pero también la mujer es una alta consumidora. Fue interesante escuchar sobre las recaídas, cómo quienes asisten a tratamientos pueden recaer, pero eso es parte del proceso, y ahí entra la familia para apoyar a esas personas interesadas en cambiar. Hay un sector, el de los profesionales, que se enmascara más porque su comportamiento social puede no ser rechazado; este no es el que está tirado en la calle ni mal vestido, y sigue determinados hábitos higiénicos. Hay personas capaces de controlar su comportamiento pero igualmente son alcohólicas.

 

¿Dónde están las brechas que propician que esté tan expandido el consumo de alcohol en este abanico tan amplio de sectores que conforma hoy la sociedad? ¿Cuáles serían los modos para afrontar este fenómeno?

 

Creo que somos más permisivos, a nivel mundial, a nivel social y de la familia. Antes, las personas se escondían para consumir; ya no. Por otra parte, uno se mueve en cualquier espacio, en cualquier ámbito, y se están vendiendo bebidas alcohólicas. Es una invitación al consumo. Es decir, la familia y la sociedad son más permisivas, no hay un control. No significa que debamos ir a una ley seca, porque se sabe que con la ley seca también se consume, pero, ¡cuidado!, en alguna forma estamos diciendo a los jóvenes, y a todas las personas, que no es posible compartir si no se hace a través del consumo de bebidas alcohólicas.

En Cuba vivimos una situación económica difícil, de crisis sostenida en el tiempo y asociada a crisis de valores en la familia, lo cual no quiere decir que todas las familias, todas las personas, estén viviendo igual ni reaccionando igual a esas circunstancias. Hay quien siente que consumiendo ciertas sustancias puede lograr un nivel de enajenación y alejarse de la situación y el estrés. Eso es engañarse, porque la realidad no cambia porque uno consuma alcohol.

Al contrario, sufre implicaciones negativas en su cuerpo y también a nivel psicológico. Las personas que consumen empiezan a perder interés, a desmotivarse, a fatigarse, a «desimplicarse»; todo les importa menos, empiezan a distanciarse de las familias, se desinhiben y desconocen una serie de normas que uno debe guardar porque vive en una sociedad civilizada. Hay familias que sufren, llegan al punto de no saber qué hacer. El alcohólico se puede volver agresivo y eso genera violencia familiar. Cuando sucede en edades muy tempranas, a veces aparecen los delitos porque las personas empiezan a robar para comprar el alcohol.

Familiares y amigos, compañeros de trabajo y vecinos identifican que el comportamiento de la persona ha cambiado y comprenden que necesita ayuda. Eso está muy claro para los otros, pero no para el alcohólico. Primero, él tiene que reconocerse como alcohólico. Dice, por ejemplo, que él solo puede controlarlo ‒«no se preocupen, yo tomo cuando quiero, soy un bebedor social»‒, porque no tiene conciencia de que ha dejado de controlar el consumo. Un primer paso es lograr el reconocimiento por parte del alcohólico de que realmente es un enfermo. La familia tiene que crear condiciones para que el alcohólico no sienta que es rechazado, sino que es una persona a la cual se le va a brindar una ayuda como en caso de cualquier otra enfermedad.

 

 

Doctora, otra de las cuestiones mencionadas por ciudadanos que entrevistamos fue el enfrentamiento al alcoholismo, desde mecanismos de atención en la comunidad y el barrio hasta regulación de la venta, asistentes sociales con algún grado de especialización y limitaciones de consumo público.

 

Al inicio hablábamos de identificar causas en diferentes dimensiones y de que se necesita un análisis desde la multicausalidad. A la hora de abordar las medidas, también hay que ver el fenómeno en distintas dimensiones. Hay una primera dimensión social: en cualquier espacio la persona está invitada a beber, porque está diseñado de forma tal que lo que encuentra para consumir es la bebida alcohólica; por tanto, hay una legalización social del consumo, una esti­mulación desde el punto de vista social por la forma en que están diseñadas las actividades. Hay también una implicación de la familia, que, por las razones que antes mencionamos, ha dejado de atender determinados elementos en la formación y normas de civilidad y compor­tamiento a nivel social. No se está prestando atención a la educación y las normas sociales; usted se sube a un carro, un transporte público, y puede haber personas tomando cerveza o ron. No se sabe regular los espacios, en qué momento se consume, y las consecuencias que esto tiene. Hay que educar desde edades tempranas, no es solo decir no al consumo, sino explicar las implicaciones que tiene. El Ministerio de Educación está sensibilizado en este sentido y Cinesoft está haciendo algunos videos para mostrarlos a los estudiantes de secundaria en las escuelas.

 

¿Cómo percibe usted, desde los estudios que se realizan en la familia, la receptividad y efectividad de estos programas de educación y concienciación?

 

Hay todavía un problema vinculado con la comunicación. Hay que seguir trabajando en sen­sibilizar a la población acerca de los impactos y las repercusiones que tienen el consumo de bebidas alcohólicas y otras adicciones. Hay instituciones y sectores trabajando y hay muchos programas, anuncios de bien público, pero todavía no es suficiente porque la familia no es sufi­cientemente sensible a lo que está ocurriendo. En ocasiones, la familia no sabe adónde acudir, no sabe qué hacer y se siente impotente, y en ocasiones ‒más difíciles todavía‒  la familia ni siquiera sabe lo que está ocurriendo. Yo creo que también corresponde un papel importante a los medios para sensibilizar por diferentes vías sobre lo que está ocurriendo en la sociedad y las implicaciones que tiene el consumo de determinadas sustancias, adónde pueden acudir los afectados, cuáles son los programas de orientación, todo lo que ofrecen el Ministerio de Salud Pública y los proyectos que existen, además de Alcohólicos Anónimos. Hay muchos programas no suficientemente divulgados, la sociedad no los conoce y en ocasiones puede haber desinformación. Pero eso tampoco es mágico. Es importante y necesario corregir, pero lo más importante es prevenir, trabajar para no tener la necesidad de acudir a estos programas.

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