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Echarle ganas a la vida

8 de noviembre de 2013

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Dentro de las competencias emocionales intrapersonales, o sea, las que son internas ya vimos dos de ellas que son la  autoconciencia o conciencia de uno mismo y la autorregulación, y dedicamos varios escritos a analizarlas detenidamente, por lo ahora comenzaré con la tercera competencia emocional intrapersonal que es nada más y nada menos que la motivación, o mejor dicho, la automotivación. Y es con fanfarrias que anuncio este tema porque seguramente es la más conocida de todas las cualidades humanas cuando se trata de tener metas, de como  se dice popularmente  “echarle ganas” a algo para hacerlo bien. Y voy a empezar con lo contrario, con la desmotivación que se verbaliza con el  “no, no tengo ganas de hacerlo”, lo cual expresa un estado interior de falta de motivación y ni con una grúa nos pueden obligar a hacer lo que sea, y si vamos a la fiesta porque los amigos nos empujan, aún cuando no queríamos, somos el aburrimiento personificado y no entendemos como los demás se pueden divertir y menos como uno mismo en otros momentos gustamos de esa actividad. Es fácil entender entonces que la conducta humana está dirigida por la motivación, pero la motivación es mucho más, porque tener ganas de hacer algo es también sinónimo de inspiración, de ideas buenas para que la tarea salga bien, de seguridad en lo que queremos y estar convencidos de saber cómo hacerlo, o por lo menos tener ganas de arriesgarse hacia nuevos caminos y modos de hacer y actuar, y todo esto acompañado de emociones positivas, de satisfacción, alegría, felicidad. Tiene que ver la motivación con cómo transcurre nuestra vida, intereses, por la etapa que estamos pasando, por los nuevos estímulos que recibimos. Y como ya he teorizado mucho, voy para los ejemplos (que siempre saco de la vida, así que no son inventos míos) y seguro que el amor nos motiva de manera que tenemos deseos de vestirnos, perfumarnos, de caminar altivos, reírnos, hablar, los ojos nos brillan, y tanto es así que los demás, aún cuando no sepan de nuestros sentimientos, son capaces de darse cuenta, porque los signos de felicidad son inequívocos. Lo contrario, la pérdida del amor nos pone en el otro lado de la cerca; la desmotivación, por lo que  la tristeza se manifiesta como desaseo personal, o por lo menos falta de acicalamiento, andar lento, poco hablar, ojos enrojecidos por el llanto y la falta de sueño entre otras conductas. Recuerdo que hace años, siendo yo una adolescente, acompañaba a mi padre a  un juego de beisbol donde el equipo Industriales jugaba y estaba perdiendo -lo cual para los habaneros es peor que un tsunami azote el Malecón- y el cátcher llamado Lázaro Pérez (espero que mi memoria no me traicione) fue a batear y caminaba con tal seguridad y mostraba signos de tanto deseos de ganar que mi padre comentó “ese va a dar un jonrón, ¡Míralo!” (el españolizado home run) y efectivamente, como se dice en argot beisbolero “el batazo voló la cerca” y nuestro inefable Industriales ganó el juego. Otros ejemplos de la importancia de la motivación los podemos encontrar en la vida diaria, como aquel que sube por un muro altísimo, imposible de escalar en condiciones normales porque está siendo perseguido por un perro, la madre que salva a un hijo de las olas del mar, aún cuando ella apenas sabe nadar, o yo misma que escribí hoy este artículo de un tirón porque el tema de apasiona. En fin, que estar motivados hace que la vida esté llena de acciones dirigidas a mejorarnos, pero para estar motivados no basta desearlo, hacen falta otras cosas y les prometo que en otra ocasión hablaré de ello.

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