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Dos maneras de hacer: carteles a la italiana y a la cubana

14 de diciembre de 2016

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Cubierta del catálogo de la exposición (Small)

 

En el Centro Cultural Cinematográfico Fresa y Chocolate, justo enfrente de la sede del ICAIC, puede disfrutarse de una singular exposición de carteles; son obras realizadas por artistas italianos sobre una película de su país y, a la vez, otro cartel, hecho por un cubano, a partir de ese mismo largometraje.

En conversación exclusiva con este Diario, recordó Sara Vega curadora –junto a italiano Luigino Bardellotto– que en los años sesenta y setenta en las salas cubanas se proyectaba una gran cantidad de películas italianas que tuvieron marcado impacto en el público cubano. Cintas de ese país –algunas de ellas, con los años, se han convertida en clásicas– comoLa dulce vida, Desierto rojo, Rocco y sus hermanos, Celos estilo italiano y Nos amábamos tanto, llegaron a la gran pantalla cubana acompañadas por su cartel cinematográfico, pero aquí, en la Isla, fueron revisitadas por el talento de diseñadores que hicieron lo suyo; en otras palabras, le imprimieron su impronta. Sobre este tema, su significación y génesis de proyecto, conversamos con Sara Gómez, una defensora del cartel cubano.

«Bardellotto es un apasionado por la Isla y por su cultura y, especialmente, por los carteles cubanos; es poseedor de una gran colección y desde hace muchos años visita Cuba, y apoya las exposiciones de cine cubano en Italia. Él ha asumido la realización de catálogos sobre nuestra cinematografía y asimismo organizó y curó una de las más grandes exposiciones de carteles cinematográficos cubanos –más de doscientos– que se realizó en un importante museo de la ciudad de Turín».

 

¿Cómo fue esta curaduría a cuatro manos?

Bardellotto trajo los carteles italianos, hechos en Italia para las películas italianas, y yo seleccioné del fondo de la Cinemateca de Cuba, los carteles cubanos de filmes italianos. De manera que es una exposición en la que, por ejemplo, hay un cartel para La dulce vida hecho en Italia y lo acompaña el concebido en Cuba. Esto da la posibilidad de ver la manera de hacer de los italianos, es decir, ese cartel comercial que puede ser de pequeño o gran formato, pero que tiene unas características, desde el punto de vista comunicacional, diferentes al cartel cubano.

 

¿Cuáles son las características del nuestro?

El cartel cubano tiene la particularidad de ser un formato estándar ICAIC, impreso en serigrafía, y que apunta hacia la interpretación que tiene el diseñador en relación con la obra en cuestión; con una síntesis extraordinaria, con una imagen que puede ser figurativa o no, y donde aparecen los elementos principales del filme, es decir, el título y los créditos.

A diferencia del cartel cubano –que ha marcado pautas en las artes visuales del país y también en el extranjero, y que nunca ha pasado de moda– el cartel italiano, hecho en la época, se parece mucho más al norteamericano, o sea, es un cartel comercial, común en el sentido artístico porque no tiene ninguna búsqueda. Sencillamente, aparecen los rostros protagónicos de los actores o un fotograma del filme, es decir, no posee el vuelo artístico del cartel cubano: es un cartel con valor comercial y que informa al espectador lo que iba a ver en el cine, pero sin muchas más pretensiones.

 

¿Puede, entonces, considerarse el cartel cubano una obra de arte?

El cartel cubano funciona como obra en sí misma aunque tiene como primer objetivo la información y la promoción de un filme, pero desde una mirada artística. En Cuba ocurrió un fenómeno muy interesante: la gente colocaba los carteles enmarcados en la sala de sus casas –por lo general uno pone fotos de familia o un cuadro o una reproducción, que tiene un significado especial y personal– y esa tendencia, también se extendió a otros países: eso significa que el cartel comenzó a tener un sentido afectivo.

 

¿Cuáles considera que son las peculiaridades del cartel cubano?

En comparación con el cartel de cine a nivel internacional, el cubano es pequeño (51 x 76 cm) porque respondía a las condiciones técnicas que,en ese momento, tenía el taller del ICAIC y los colores, a veces, no eran los deseados sino lo que habían.

Las películas –rusas, búlgaros, checas, húngaras, italianas, etc.– venían acompañadas de sus carteles, por lo tanto, hubiera sido muy fácil, y quizás hasta justo, exhibir esos carteles, pero se tomó la decisión de que la película que se exhibía en Cuba tenía que tener un cartel diseñado por los cubanos. Ese principio constituyó un acto de valentía cultural y una manera de enfrentar el neocolonialismo a nivel de estética. Gracias a esa decisión hoy contamos en nuestros archivos con una gran riqueza y un universo gráfico impresionante que, en su momento, solo tenía el fin de promover el cine cubano e internacional, pero que ya es patrimonio.

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