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Domingo Faustino Sarmiento

30 de octubre de 2019

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Muy pocos recuerdan o conocen que en La Habana de finales de 1847 estuvo por varios días el prócer argentino Domingo Faustino Sarmiento.

Sarmiento era entonces un hombre de 37 años y en consecuencia bastante diferente, en cuanto al físico, de aquel de los retratos que estamos acostumbrados a ver. Lucía una barba oscura y arribaba procedente del puerto de Nueva Orleans, en una embarcación cargada de cerdos y con unos cuantos enfermos a bordo. El calendario marcaba la fecha del 1ro de noviembre de 1847.

El viajero quiso conocer la ciudad colonial, posesión española y con la presencia de una indignante cantidad de esclavos. Aquí se relacionó con los hombres que como él, estaban preocupados por la educación del pueblo y aspiraban a un futuro más luminoso, escuchó los anhelos reformistas de unos y los francamente independentistas de otros. Afirmó algunas amistades que lo serían ya por el resto de su vida, por ejemplo, la que trenzó con el bibliógrafo Antonio Bachiller y Morales.

De aquella estancia casi olvidada no es mucho más lo que puede decirse. Pero es seguro que Sarmiento andaba escaso de fondos, pues a la hora de partir atravesó toda la provincia habanera, de norte a sur, hasta Surgidero de Batabanó, donde embarcó —alojado a popa— en un modestísimo vapor de cabotaje que lo condujo hasta Santiago de Cuba.

Aquel buque partió el 10 de diciembre, tocó en Cienfuegos y Trinidad un día después, y el 12 en Santa Cruz del Sur y en Manzanillo. A Santiago llegó en la noche del 13 y de allí salió, probablemente el 20 de diciembre, en el vapor Clyde, vía Jamaica hacia Panamá. Ya en el Istmo, lo atravesó y embarcó rumbo a Valparaíso, Chile, donde se sabe que desembarcó en febrero de 1848.

Entre Domingo Faustino Sarmiento y José Martí, que nunca se conocieron personalmente, existió una profunda admiración recíproca.

En 1887 el ilustre argentino escribió: “En español, nada hay que se parezca a la salida de bramidos de Martí, y después de Víctor Hugo, nada presenta la Francia de esta resonancia de metal.”

Martí, por su parte, escribía desde las páginas de El Partido Liberal, en México, este muy acertado comentario:

“Sarmiento sentó a la mesa universal a su país, y lo puso a jugar con modelos de escuelas, de máquinas norteamericanas, de ferrocarriles.”

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