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Doménico Boni

1 de febrero de 2021

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MonumentoMaceoHabana

 

El 20 de mayo de 1916 La Habana amaneció engalanada. Dos motivos había: se conmemoraba el decimocuarto aniversario de la instauración de la República y se inauguraba el monumento ecuestre al mayor general Antonio Maceo. Al acto asistió el presidente Mario García Menocal, con los miembros de su gabinete, personal diplomático, veteranos de la Guerra del 95 y personalidades. Entre los asistentes estaba Doménico Boni, el autor de la obra.

Pero esta historia no comienza ni termina ahí.

Comienza cuando en 1912 se libró una convocatoria pública para la presentación de   los proyectos del monumento, de la que Boni emergió triunfador.

El escultor arribó a Cuba el 5 de diciembre de 1915 para estar presente en la ejecución de su obra. No era ningún desconocido: había vivido en Madrid, tenía trabajos emplazados en Ecuador y Brasil. Acerca de la importancia que su llegada revestía da cuenta el hecho de que concurrieron a darle la bienvenida dos ilustres generales de la Guerra del 95: José Miró Argenter y Agustín Cebreco.

Aunque no del todo satisfecho con la realización definitiva de su proyecto, allí, en la antigua explanada de la Batería de la Reina, frente al mar, estaba el resultado de sus desvelos en la figura descubierta y broncínea del héroe de Baraguá, quien con una mano empuña el machete en tanto con la otra sostiene las riendas del corcel.

Después de la inauguración del monumento, el escultor permaneció en La Habana. Se ocupaba en otros bocetos, entre ellos una estatua de José Martí. La prensa ya dedicaba sus espacios a los festejos por el fin de año cuando el 29 de diciembre de 1916 los lectores se sorprendieron ante la noticia del fallecimiento del artista.

De inmediato circularon versiones diversas: una lo suponía muerto de una herida de bala, en duelo con un columnista del Diario de la Marina, con quien sostuviera una disputa por motivo de la posición escogida para el emplazamiento. Otra lo hacía víctima, también en duelo, del sable de un general cubano.

En realidad no fue ni lo uno ni lo otro. La edición de agosto de 1917 de la revista Arquitectura lo explica todo: en el mes de noviembre, el escultor fue operado de una úlcera en el vientre. Los médicos detectaron la presencia de un tumor maligno, por lo que suturaron la herida sin muchas esperanzas. Un mes después el paciente murió.

El general Miró Argenter costeó los funerales y a Boni se le tendió en su estudio, con guardias de honor. El cortejo se encaminó hacia el monumento a Maceo, allí se detuvo y recibió manifestaciones de respeto. ¡Sépase que por vez primera en Cuba se otorgaban tales honores a los restos de un escultor!

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