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Discurso de José Martí dedicado a México

23 de abril de 2021

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México, el país y su gente, ocupa un importante lugar en la vida y la obra martianas: allí pasó dos años de su juventud; allí se hizo periodista, allí tuvo amores y conoció y se casó con su esposa; allí vio en la escena una pieza teatral de su autoría; allí empezó a ser valorado como poeta; allí conoció in situ las culturas autóctonas vivas; allí estudió las reformas liberales; allí se enamoró la imponente naturaleza continental; allí hizo amigos para siempre, como Manuel Mercado, su más íntimo corresponsal.
Fue, por ello, un defensor siempre de la soberanía mexicana y denunció varias veces las ambiciones de la potencia del norte para arrebatar nuevos territorios a la nación de Miguel Hidalgo y Benito Juárez, para él dos patriarcas de nuestra América.
Por eso decidió comenzar por México cuando, en su condición de presidente de la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, propuso efectuar unas sesiones nocturnas tituladas “Noches Americanas” a fin de homenajear a cada una de nuestras naciones. El 23 de abril de 1891 se efectuó esa velada y Martí tuvo a su cargo las palabras de agasajo.
El texto está formado por seis párrafos, algunos de considerable extensión, que deben haberle mantenido alrededor de una hora en el uso de la palabra, un recorrido por períodos decisivos de la historia mexicana y por su presente. Así, comienza señalando que estaba despertando “el alma indómita” de “las cenizas de Cuauhtémoc, nunca apagadas.” Y saluda a “un pueblo que funde en el crisol de su propio metal, las civilizaciones que se echaron sobre él para destruirlo”, “al pueblo ejemplar y prudente de América.”
El segundo párrafo detalla los aspectos más notables de la rica y avanzada sociedad prehispánica y su terrible destrucción desatada por los conquistadores: “…sobre el cascajeo de las ruinas indias alzó sus conventos húmedos, sus audiencias rebeldes y vanidosas, sus casucones de reja y aldaba, el español; todo era sotana y manteo en la ciudad de México, y soldadesca y truhanería, y fulleros e hidalgotes, y balcón y guitarra. El indio moría desnudo, al pie de los altares.” Peculiar riqueza del idioma junto con una crispante y sintética narración de la colonia, caracterizan este enfoque, procedimientos reiterados en el párrafo siguiente, dedicado a Hidalgo, el sacerdote que acaudilló la rebelión de los pueblos originarios, rasgos estilísticos y analíticos que se continúan al referir las guerras de Reforma dirigidas por Juárez.
Un largo párrafo da la imagen positiva del México de aquellos tiempos finiseculares y de sus habitantes: “Como de la raíz de la tierra le viene al mexicano aquel carácter suyo, sagaz y señoril, pegado al país que adora, donde por la obra doble de la Naturaleza, y el dejo brillante de la leyenda y la epopeya, se juntan en su rara medida el orden de lo real y el sentimiento romántico.”
Exaltado, Martí termina su discurso recordando a Moctezuma, el emperador azteca, y a los “cadetes heroicos de Chapultepec”, quienes, según la leyenda, se inmolaron al lanzarse al vacío desde aquellas murallas, envueltos en su bandera, antes que rendirse al invasor estadunidense. El homenaje del Maestro culmina de este modo transido de emotividad: “¡Señor: como los guerreros de manto y penacho de diversos climas se juntaban al pie del ahuehuete, a jurar su ley al árbitro imperial, las Repúblicas agradecidas de América, con palmas invisibles y flores selladas con el corazón, se juntan alrededor de la bandera mexicana!”

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