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Día de los Padres

20 de junio de 2015

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padres-ancianosMedio dormido todavía buscó el jugo en el refrigerador. Sonrió. En estas noches, confundía las acciones realizadas. ¿Estaba dormido, estaba despierto? El llanto del niño era más chillón que el de los viejos relojes de cuerda. La voz de la madre emitía el pedido en una extraña componenda entre una orden militar y el gorjeo de un pájaro enjaulado. ¡Cariño, alcánzame mi jugo! Y la espectacular imagen del niño pegado a su pecho, desvanecía cualquier protesta.
Gozaba la paternidad en todas sus consecuencias. La mirada dura de algunos por sus ausencias y llegadas tarde, la burla de los otros por su tardío debut en este oficio de doctorado alcanzado por pocos. Ella le alargó la recompensa de un hijo. Se ocultaba en su derecho al desarrollo personal, en las implicaciones financieras de un descendiente criado en la conciencia de la carga material. Él la comprendía, no era lo que más pesaba. Nunca supo quién era su progenitor y dudaba de esta función en todos los hombres, incluso en él.
Regresó con el jugo. El niño, su niño, dormía saciado en el pecho de la madre. Ella lo recibió con una sonrisa de madonna de cuadro italiano. Con un gesto, le rogó u ordenó, no venía al caso, que se acomodara a su lado. Sentados muy juntos en la cama, disfrutaban al hijo.
Tampoco él se crió en un hogar perfecto. De pequeño, muy pequeño para comprenderlo, asistió a las peleas entre el padre y la madre y aquel vacío sufrido cuando él no estuvo más. Pero él nunca perdió el contacto con el padre. Venía a buscarlo los fines de semana y aunque la madre le repetía a diario que aquel hombre era un sinvergüenza y debía olvidarlo, la pasaba muy bien y mejor cuando empezó a regresar solo de la escuela y el padre le daba una vuelta en el carro y lo dejaba a una cuadra de la casa bajo el compromiso solemne de no decirle nada a la madre. Y la bronca aquella cuando se enteró por una amiga que el padre lo sacó de la escuela para que conociera al hermanito en el hospital, le provocó la única golpiza que después la hizo llorar mientras le curaba los moretones. La cosa mejoró al casarse la madre con aquel hombre que nunca se metió en nada. Ni en sus escapadas de la beca en la adolescencia y entonces sí, la madre acudió al padre.
Esta vez una sonrisa pícara acompañó al mandato. ¡Ay, cariño, tráeme mi bata, está en la segunda gaveta! Salido de la placidez de la contemplación, marchó a cumplir la orden. Abrió y encontró un paquete. No le interesaba el contenido. Lo emocionó la tarjeta con la foto de ella y el niño y un “Felicidades, papá”, extractor de lágrimas en los ojos. Con su primer regalo por el Día de los Padres, regresó a la cama. La abrazó a medias detenido por el plañidero “Ay, que aprietas al niño”. Bajito, al oído, le susurró. “Hoy domingo te quedas sola. Voy a visitar al viejo”. Ella sonrió.

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