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Desgajar la ternura

20 de agosto de 2022

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mujer-mayor-anciana-alzheimer-1Estaba en los años en que la juventud se despide de las pasiones y acuciosa aspira a paladearlas hasta el final. Y los espejos entorpecen las miradas y cada minuto dura más segundos, cuando la madre le paralizó los últimos anhelos. Desconocedora del futuro, aceptó la palabra cuidadora de una enferma de Alzheimer con la prestancia de un estudiante enfrentado al examen de una asignatura apenas enseñada, de esas puestas por los profesores para demostrar su saber. Desbordando firmeza, aceptó el cáliz imaginado entonces recipiente que llenaría de una ternura nacida de todos los recuerdos de una infancia en que esa mujer le enseñó, precisamente, la fabricación de esa ternura.
Y al cáliz echó la música de las primeras nanas, provocadoras en la madre de una sonrisa convencional, de esas nacidas de la cortesía. Se cortó un rizo de su cabello teñido del color original ordenado por los genes y lo colocó en su regazo. Esa mano nerviosa lo esparció en el suelo y provocó que en todo el día levantara la saya para librarse de las hebras ya desaparecidas. Le hizo la natilla heredera directa de las fabricadas por esa mano que le lanzó el platillo a la cara. Y día a día asimiló que en aquel cáliz, le sería difícil respirar a la ternura.
Cada mañana, parada en la reja de la prisión voluntaria veía pasar la vida.
La cansaban aquellos seres que le hacían las mismas preguntas. Eran los conocidos. Los otros, los nuevos en el barrio, parecían ponerle precio a la vivienda y se preguntaban por quien la heredaría.
En la noche, con el pelo suelto y la bata de colorines, también se asomaba a la ventana.
Disminuían los andantes y al revés de las horas del día, aquellos no escarbaban en los secretos de la vivienda, huían de su mirada porque eran portadores de secretos propios.
Era la hora de los ensueños ajenos o de su locura propia. Pertenecía a las dudas abiertas de mujer pisando la vejez. Imaginaciones creadas en afán de la resistencia o gajos caídos del raciocinio debilitado. Acompañaba a estos seres nocturnos, tambaleantes, susurradores de melodías románticas o seguidores en alta voz de ritmos ensordecedores. Los acompañaba con sus sueños propios, los escondidos durante el día en negación de los tiempos felices, porque los tuvo. La noche acallaba los sobresaltos del día. Los gritos engendrados en la casa disminuían. Aumentaba la dosis recetada por el médico y hacía dormir a la madre por unas horas en su derecho al descanso y a liberar los sueños despiertos o las locuras empezadas. Por la espalda, el grito la penetró. Lo calificaba de grito para no rebajar a la madre al aullido animal. Años atrás corría en pos del grito para dominarlo con ternuras. Ya no podía. Le pesaban las piernas inflamadas o le pesaban más el desgaste del llamado cariño filial.
Es al fin en esta noche el proyecto inicial de una hija, cuidadora solitaria, navegante entre la realidad y la locura. En la mañana, los antiguos vecinos del barrio, los que envejecen junto a ella, pero de la parte de afuera de la ventana, después de saludarla, hablarán entre ellos. La admirarán por su devoción a la madre enferma, la colmarán de adjetivos y la pondrán de ejemplo ante sus descendientes. Ninguno advertirá en los ojos de la elogiada, una mirada distinta y en los labios, la sonrisa que pronto terminará en carcajada interminable.

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