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Del pasado el presente

24 de enero de 2018

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La generación más joven de musicólogos cubanos tiene el privilegio de contar con nombres como el de Miriam Escudero, doctora en Ciencias Musicológicas y especialista del Gabinete de Patrimonio Musical de la Oficina del Historiador de La Habana, quien se ha dedicado, en cuerpo y alma, a investigar y profundizar el pasado musical de la nación cubana. Así, han salido a la luz partituras y otros documentos que se habían dado por perdidos y ella rescató luego de varios años de búsqueda, como es el caso de Cayetano Pagueras y Juan París, cuyas obras, luego de más de dos centurias de haber sido escritas, hoy pueden escucharse en las agrupaciones corales de nuestro país.

Estoy segura de que el lector no especializado en la música, habrá escuchado el nombre de Esteban Salas, pero también estoy segura de que los otros dos –escritos en el párrafo anterior– le eran desconocidos hasta este momento. Sin embargo, sus obras poseen una calidad extraordinaria, por lo que le aconsejo asistir a cualquiera de los conciertos donde podrán disfrutar de ellas.

Gracias a Miriam Escudero hemos conocido que, a mediados del siglo XVIII el obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz en su visita pastoral a la Catedral, escribió sobre la existencia de dos órganos en el coro para acompañar el canto de las sagradas alabanzas. Tanto Pagueras como París fueron compositores catedralicios y escribieron partituras entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX, cuando ya existían instrumentos como el fagot, utilizado en el repertorio de la Semana Santa, donde los instrumentos no podían perturbar la solemne celebración de la pasión de Cristo.

Juan París era de origen catalán y llegó a Santiago de Cuba permeado  por la influencia del teatro en sus villancicos, influencia que ya en España y desde Italia había logrado introducir arias, recitativos y grandes solos en las iglesias, lo que fue criticado. Pero sucede que él era un reformador (a diferencia de Salas) y como tal, utilizó un lenguaje armónico más variado, y el fortepiano en lugar del órgano y el clavecín, entre otras innovaciones.

Por su parte, Cayetano Pagueras –catalán también– era un hombre de mundo que vendía su música al maestro de capilla de la catedral de La Habana; que viajó a México donde ofertó sus composiciones al cabildo de la Catedral de Puebla; que anunció a través del Papel Periódico habanero y desde su casa situada en la calle Sol, la venta de música para clave de los mejores autores del norte, lo que nos lleva a pensar que podía ser cualquier país de Europa, donde ya existía un desarrollo cultural, como es el caso de París, la denominada “ciudad luz”.

Aunque con características individuales muy distintas, tanto París como Pagueras crearon excelentes partituras rescatadas por Miriam. Pero su montaje es complejo, por estar dispersas en La Habana, Santiago de Cuba, Puebla de los Ángeles, Oaxaca y el Distrito Federal; porque hay que transcribirlas cuando faltan partes, y enmendar los errores. Sin embargo, se han podido escuchar gracias al minucioso trabajo realizado por la Escudero y su equipo que, con la paciencia de quienes aman su profesión, luego de meses de concentración para lograr el resultado esperado, han permitido que disfrutemos de un patrimonio que se creía perdido. Y uno de esos regalos sonoros se realizó en la Basílica Menor de San Francisco de Asís, rodeado del ambiente propicio, cuando el coro vocal Sine Nomine, dirigido por Leonor Suárez y la Orquesta de la Universidad de las Artes (ISA) bajo la dirección de José Antonio Méndez, realizaron el doble concierto “Cayetano Pagueras y Juan Paris”, que podrá ser escuchado por las generaciones venideras, a través del CD que, felizmente se grabó.

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