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Debut de María de los Ángeles Santana en la radiodifusión cubana

16 de mayo de 2014

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En ocasión de cumplirse el 2 de agosto venidero un siglo del nacimiento en La Habana de la cantante y actriz María de los Ángeles Santana, fallecida en el 2011, hoy la evocaremos en esta sección con una síntesis del capítulo que aborda su debut en la radiodifusión criolla, el 7 de febrero de 1940.
Tal pasaje corresponde a nuestra obra «Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana», publicada este año por la editorial Letras Cubanas, y cuya presentación oficial tuvo lugar el día 10 del mes en curso durante el tradicional Sábado del Libro, en La Habana Vieja.

María de los Ángeles Santana en los tiempos de su debut en la radioemisora CMQ (Custom)
Hice mi debut profesional en la radio en 1940 al lado del maestro Lecuona en un programa de la CMQ llamado Kresto en el aire, en el cual él se presentaba con cierta frecuencia como solista o acompañando al piano a importantes cantantes de sus obras. Entre gente muy valiosa se vio inmersa de pronto la Santana, y Miguel Gabriel me contrató de inmediato para que participara en programas musicales de su planta.
Mis comienzos en la radio tuvieron lugar en los primeros meses del estallido de la Segunda Guerra Mundial, que fue un tremendo batacazo para el nivel económico de casi la totalidad de las familias cubanas por sufrir escaseces materiales de diferentes tipos, y también espirituales, al disminuir en muchas casas las reuniones para dar rienda suelta a nuestras capacidades artísticas, ya que muchos tenían familiares en el extranjero participando en el conflicto.
Esa conflagración nos acercó a una parte lejana del mundo y desencadenó expresiones de solidaridad con pueblos que sufrieron tantas calamidades. De muchas naciones se enviaron voluntarios para sumarse a las fuerzas aliadas y la Cruz Roja Internacional se volcó en una extraordinaria ayuda humanitaria. Todo eso influyó en que numerosas transmisiones radiales de Cuba, como las de la mayoría de los países, concentraran algunas horas de su programación en difundir sucesos de aquella guerra.
Nuestra radio desarrolló una intensa labor de solidaridad con las víctimas de ese cruel conflicto militar y recuerdo que muchos de nuestros compositores musicales crearon una serie de piezas directamente relacionadas en sus temas con la contienda, lo cual fue una reacción de la repulsa de los artistas cubanos hacia los causantes de los dolores padecidos por millones de personas inocentes.
En medio de tal situación empecé en la CMQ, de Monte y Prado, donde pude conocer a famosos artistas que nos visitaron como los mexicanos Tito Guízar, Sofía Álvarez y Pedro Vargas, la puertorriqueña Myrtha Silva y los argentinos Hugo del Carril y Amanda Ledesma, que desde la primera vez que nos vimos me demostró un sentido aprecio.
Al mismo tiempo actuaba en programas de la COCO y la CMCK, pertenecientes al capitán Luis Casas Romero, compositor y director general de la Banda del Estado Mayor del Ejército, quien desde los días en que di mis primeros pasos en Películas Cubanas se interesó en que yo cantase como aficionada en sus emisoras cubanas, como él las llamaba, una de las cuales, la COCO, trasmitía en onda corta.
Siempre recordé con mucho cariño mi paso por ambas estaciones de radio, pues a todo el que me extendió una mano en los inicios de mi labor jamás he podido olvidarlo y ese fue el caso de mi relación con Luis Casas Romero, otro de los grandes maestros cubanos que creyó en mí. A pesar de su prestigio, era un hombre sencillo, afable, comunicativo y muy dedicado a sus partituras y a la Banda del Ejército, la cual, con mamá y mi hermana, algunos domingos iba a ver tocar en unas famosas retretas organizadas en la glorieta situada al comenzar el Paseo del Prado. En sus emisoras —ubicadas en la calle San Miguel, de Centro Habana— aprecié el interés de algunos compositores en que yo les estrenase algunas obras y alterné con artistas consagrados y otros de reciente promoción a los que me vería unida a lo largo de mi existencia.
A mi llegada a la radio me fasciné por las nuevas relaciones forjadas con compositores, cantantes y actores de extraordinario valor que trabajaban en programas cómicos y dramáticos, a cuyos ensayos o transmisiones asistí en determinados momentos a fin de adquirir experiencia en un medio totalmente novedoso para mí.
Pienso que la radio constituye la formación completa de un actor. Es hostil en el sentido de nadie verlo y sólo se conoce la reacción del oyente después de salir la voz al éter y vienen los parabienes o la repulsa. La única referencia inmediata en aquellos programas era el aplauso tibio, caluroso o la ovación del público asistente a los estudios, en muchas ocasiones con la advertencia de no demostrar una efusividad desmedida que afectara aquellas trasmisiones en vivo, pues nada se grababa previamente, lo cual determinaba que el artista mantuviera plena conciencia de la responsabilidad de su participación y evitara los errores.
La radio posee la particularidad de concentrarlo todo en la voz. Cada uno de los sentimientos, de las características más difíciles al encarnar un personaje en un escenario frente al público, deben lograrse en el estudio de una emisora para espectadores invisibles con el empleo del micrófono, lo cual determina el valor de la palabra, que tiene que sustituir a los gestos. Además, tiene otro elemento importante en la formación del actor: la pausa. En la actualidad se trabaja mucho con actores iniciados en el teatro y desconocedores de la existencia de instantes en que un silencio dice más que la palabra, lo cual nada más se aprende cabalmente en la radio.
Más tarde, toda esa ejercitación posibilita dulcificar un tanto algunas expresiones en el teatro y el cine y valorar profundamente el papel supremo de la voz en la actuación, al extremo de que, a veces, al uno impactarse desde la luneta con determinada figura puede asegurar que ha hecho radio por la calidad de su voz que, entre otras peculiaridades, jamás es monocorde.
Indiscutiblemente la base de mi labor artística posterior sería la radio, poseedora también del mérito de trasladar lo que uno expresa a los confines del planeta, de hacerlo llegar con una fuerza enorme a personas que habitan en parajes remotos y nunca han asistido a un teatro, a un cine y, sin embargo, encuentran en este medio una vía de conocimientos, de  belleza, para ayudarlos a formar su cultura, su sensibilidad.

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