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Debut de ancianos en el fin de año

3 de enero de 2018

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El jugo frío en sus vasos individuales con el nombre grabado. Todavía a beberlos del envase de la fábrica, no se acostumbraban. Ya no anhelaban las frutas naturales y menos, tomadas a mano alzada del árbol. Y también aceptaban ser simples observadores de los preparativos de la gran cena familiar de fin de año. Aquellas manos femeninas engarrotadas no podían preparar los buñuelos tradicionales e, inclusive, aconsejar. A la esquiva memoria se le escapaban las medidas exactas en el azúcar. Al hombre, aquel presumido de los anchos hombros, los músculos gelatinosos le protestaban por el peso de unos pocos limones.
Se sabían adorados por los hijos. Los convivientes en la casa remodelada, los ausentes siempre abrazados en algún verano playero o en esta quincena religiosa de términos de Diciembre. En la alimentación, el vestuario, las comodidades inventadas para viabilizar la vida de los adultos mayores, estaban complacidos. Se sentían queridos y hasta respetados por estos nietos nacidos y criados lejos de ellos. Pero… a la inteligencia o a la sensibilidad de este par de viejos sabios, no escapaban ciertos matices en dicho cariño y respeto.
Los hijos los escuchaban. Estaban entrenados en permanecer durante minutos con la máscara de un rostro atento. Hasta inclinaban la cabeza en gesto de aprobación. A pesar de todo ese esfuerzo no podían superar la azucarada expresión condescendiente. Esa lástima subyacente por ese par de viejos que tiempos atrás regía sus vidas. Y para contentarlos, hacían lo posible para hacerles creer que respetaban su integridad mental.
No lograban engañarlos.
Ni una intrincada opinión de matiz filosófico, ni un mínimo comentario dedicado a un hecho trivial, eran tenidos en cuenta. Y también reconocían que sus jóvenes nietos los admiraban, como se aprecia un libro de historia estudiado en los días fijados para los exámenes.
El jugo terminado. Los vasos vacíos. El anciano engrasaba las articulaciones para levantarse y llevarlos a la cocina. Un nieto, enfundado los oídos en un enano artilugio de música estridente, advirtió el gesto. Sonriente, pero silencioso, ¿qué podía conversar con esas dos estatuas familiares veneradas?, recogió los vasos y marchó. A dúo le ofrecieron las gracias aunque era imposible que los oyera.
Durante unos minutos permanecieron en silencio. A ellos llegaban alegres voces. El sonido de botellas destapadas. El innegable aroma del cerdo en proceso de asado. La casa revivía. Se oxigenaba con una brisa fresca. Se movía a otro ritmo. Renacía. Compartieron una mirada cómplice. Eran un par de buenos actores. Esa noche, repartirían nuevamente las anécdotas tradicionales. Y todos sonreirían al escucharlos. Era el papel que les tocaba a los adultos mayores, el rol como decía el libro de auto ayuda estudiado. Aunque les fallaba la memoria, todavía eran capaces de razonar y aprender.

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