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De vacunas y otras gestas

15 de agosto de 2014

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Viajar-a-TailandiaEn 1804 arribó a Cuba la  llamada Real Expedición de la vacuna contra la viruela, integrada por médicos y enfermeros. Pero, por poco apoyo de las autoridades de entonces, el desconocimiento del riesgo, o la incredulidad ante lo nuevo, no tuvo impacto en la población.

Un gran salto en el tiempo marcó en el almanaque: 1959. El  triunfo de la Revolución, entre sus cambios liberadores, posibilitó la inmunización, masiva y gratuita, en todo el país. Ya 1962, Cuba era declarada: Libre de Poliomielitis. Y hasta la fecha, se han aplicado 83 millones de dosis de la vacuna antipolio.

Desde entonces, paulatinamente, el avance científico del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, y del Instituto Finlay, sistematizaron y aumentaron las vacunaciones contra 13 enfermedades.

No pudo pasar inadvertido el esfuerzo de quienes realizaron  aquella gesta inicial para garantizar la salud de la infancia cubana. Por eso, guardo una vieja grabación con los testimonios de algunas brigadistas sanitarias de la  Federación de Mujeres Cubanas, organización que asumió también la misión de llevar la vacuna antipolio a quienes vivían en todas las regiones del país.

Para conocer la magnitud del esfuerzo de aquella primera campaña, había que subir  al Escambray*, zona donde se desarrollaba  la lucha contra bandidos, bandas dirigidas por la CIA,  que asesinaban, saboteaban y sembraban el terror en el campesinado de la sierra trinitaria.

Burlando la actividad de los “alzados”, las federadas llegaron hasta los caseríos, donde vivían sus esposas e hijos. ¡Y había que tener coraje!, pero nada frenó el cumplimiento de aquella misión; una vez finalizada, volvieron dispuestas a enfrentar otra nueva tarea que esperaba, apoyar a las organizaciones políticas y de masas en la primera campaña antiparasitaria; incluso, contribuyeron después a mudar a los campesinos del Escambray*, para facilitar la operación de los cercos que dieron fin al bandidaje.

Valerosas mujeres las de esa tierra. Olvidadas de sí, convirtieron en éxito el compromiso de la FMC. De entre los múltiples testimonios recogidos entonces,  escogí dos para ustedes.  Nunca más supe de ellas, pero todas,  estarán siempre en mi memoria.

-Margarita Álvarez Marcos

“Aquellas guajiras eran duras. Teníamos que hablarles mucho para convencerlas de que dejaran vacunar a sus hijos. Les explicábamos los ejemplos de niños poliomielíticos de la zona y del riego que corrían sus vidas. Hubo casos de pasarnos el día entero en un bohío para convencerlas, sin contar que algunas madres enseñaban a sus muchachos a escupir la vacuna sin que nosotros los viéramos.

-En un lugar de muy difícil acceso, después de horas de charlas y convencimientos, accedieron a vacunarlos, y hasta nos ofrecieron café.
Eso nos asombró, porque no  daban ni agua. Casi al despedirnos, pregunté quien era el señor de una foto. La mujer, con un odio inmenso en los ojos, dijo: “Era mi hijo. Ustedes me lo mataron, porque se pasó a los bandidos”

Salimos en silencio del bohío, pensando en el café que  tomamos.

Acabamos en Topes de Collantes*, “peinamos” Aguacate* y la Felicidad.* A veces teníamos el privilegio de subir en mulos, pero aquellas rocas, solo los pies y la voluntad, podían vencerlas.

– Matilde Puig Paneque

-Convencer a la gente del Escambray para que cambiaran el modo de vida, fue tarea de gigantes. Fíjense, que hasta ayudaban a construir sus nuevas viviendas, pero a la hora de mudarlos, había que desarrollar tremendo poder de convencimiento para que abandonaran los bohíos. ¡Se arraigaban como árboles!

-Respondieron mejor a la campaña antiparasitaria porque veían a los hijos echando lombrices por la nariz. Después que los curábamos, no había forma de hacerles comprender la relación entre la higiene y la cura de los parásitos. Antes de la Revolución habían vivido en el más total abandono.

-Nunca olvidaré a una miliciana que nos acompañaba en Río Cañá*, zona de bandidos muy peligrosa. Una banda de alzados la había acorralado para “ahorcarla”… Pero ella era de las bravas. Cogió la metralleta y tiró una ráfaga. Hirió a uno de ellos, y los otros se dieron a la fuga, porque sabían que las Milicias estaban “pegaditas” al lugar. Así mismo fue. ¿Y usted cree que cogió miedo? De ese lugar continuó para otro, con su carga de caramelos antipolio… ¡Y su metralleta!

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