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De cuando La Habana conoció el primer automóvil (I)

2 de agosto de 2013

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El primer carro en La Habana

Es de suponer el asombro y la curiosidad que despertó en La Habana en diciembre de 1898 el primer automóvil en su primera andanza desde los muelles, “con su crujir de herrajes mal ensamblados y el explosivo taf-taf que habrá de acompañarlo durante muchos años de su historia”, como dice Francisco M. Mota en su interesante libro “Por primera vez en Cuba”.
Aquel vehículo hacía apenas unos doce kilómetros por hora y costaba poco más de seis mil francos, equivalente a los mil pesos. Se trataba de una de las primeras marcas automovilísticas de la naciente industria francesa de ese sector.
La fábrica, nombrada La Parisiense, había entregado en exclusiva su representación en La Habana José Muñoz, quien pensaba sacarle a ese convenio una buena tajada.
Sin embargo, aquello sólo floreció en su mente, pues en un censo realizado diez años después sobre los vehículos y marcas que transitaban por la capital cubana, se encontraron muy pocos carros de La Parisiense.
Por cierto, hay una vieja foto que eterniza el acontecimiento. Muñoz, con su esposa a la derecha del volante, presumiendo de su deslumbrante adquisición: el primer automóvil que rodó por las calles habaneras, en medio de la sorpresa, la admiración y hasta las chanzas de la gente.
Pero… negocios son negocios.
Y muy bien pudo ser esta frase la que pronunció el susodicho Muñoz mientras se acariciaba el bigote, cuando decidió traer a Cuba en diciembre de 1898 el primer automóvil.
Tal vez pudiera creerse que lo suyo fue esnobismo o petulancia de nuevo rico, pero nada más lejos de la verdad.
El hombre había pasado los años de la guerra de independencia en París, donde pudo conocer de primera mano el esplendor que el nuevo medio de locomoción iba conquistando en el mundo, y no lo pensó dos veces que a su regreso a la Isla, en los días de la primera intervención, pudiera sacarle un buen filón a la venta de “aquel vehículo que no llevaba caballos y era capaz de propulsarse por sí solo”.
La crónica social se haría eco de tal suceso desde los primeros días, toda vez que el automóvil era considerado entonces un objeto de lujo y distinción, y no una necesidad, como lo es ahora.
A Enrique Fontanills, el más mimado de los cronistas sociales de la época, no podía pasarle inadvertido hecho tan excepcional que por otra parte, mostraba una nueva forma de ostentación, y a la que él, sin embargo, no dejaría de prodigarle un matiz de choteo criollo:
“Cuando hace tres años el señor José Muñoz ocurriósele la peregrina idea de lucir su original automóvil por las calles de La Habana, la gente no salía de su asombro”.
“¿Se acuerdan ustedes? Era un carnaval, y muchos creían que se trataba de una broma”:
-“Diga usted, caballero –oíamos preguntar en el Prado-, ¿será verdad que camina solo?”
“-Quite usted, señora… ¡No ve que lleva dentro un gallego que lo va empujando…!”

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