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Daniel Santos: el inquieto Anacobero (II)

16 de agosto de 2013

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La historia de Daniel Santos en La Habana comenzó en  de 1946 cuando el cantor boricua se presenta en el programa “Bodas de Plata con Partagas”, de la RHC Cadena Azul, de Amado Trinidad. Dos maestros están al frente de la orquesta: Adolfo Guzmán y Rodrigo Prats.
Por cierto, Daniel iniciará allí su programa con la canción “Anacobero” del pianista también puertorriqueño Andrés Tallaba. Y el locutor Luis Villarer lo presenta: “Con ustedes Daniel Santos y el tema Anacobero”.
Un día el locutor se equivoca y dice: “Con ustedes el Anacobero Daniel Santos”.  Desde entonces se convirtió en el Anacobero, que entre los ñáñigos significa diablillo. Lo de Inquieto vendría luego a causa de su agitada vida, repleta de alcohol, mujeres y riñas, que lo llevaron a guardar prisión más de una vez.
En 1955, en Colombia, donde también fue querido por el público, al Inquieto Anacobero le añaden otro sobrenombre: El Jefe.
En La Habana cantó con la orquesta Sonora Matancera y con ella engrandece su nombre, aunque -como dicen los especialistas-  también la Sonora, con todo su nombre, se hace más popular cuando tiene en el micrófono al boricua.
“Hay quienes sostienen que yo hice a la Sonora Matancera. Otros, que la Sonora Matancera me hizo. Creo que nos beneficiamos mutuamente”, diría Daniel.  Pero lo cierto es que con esta unión nació una leyenda.
Grabaron más de 80 canciones, algunas antológicas. Su primer gran éxito en Cuba fue “Dos Gardenías”, de Isolina Carrillo. Luego vendrían “Bigote Gato”, “El preso”, “Virgen de medianoche”, “Patricia”, “El tíbiri tábara”, “Y qué, mi socio”… y muchas más.
Pero nada ni nadie lo tranquiliza.
Se cuenta que cuando participan en la película cubana-mexicana “El Ángel Caído” -dirigida por José Ortega- Daniel cantó después de haber recibido una de las muchas golpizas que le dieron en su vida.
“Si se ve bien la película se observará – confiesa el inquieto Anacobero – que solo aparezco desde el lado izquierdo del rostro, pues el derecho lo tenía bien pateado”.
Por esa época el cantor puertorriqueño entra y sale constantemente de Cuba pero nunca olvida su condición de gran intérprete de la música cubana.
En 1957, en una barra de Maracaibo, Venezuela, compone la canción: “Sierra Maestra”, grabada en Nueva York y distribuida por él mismo.
Era un hombre de mucho atractivo, de grandes aventuras y que dejaba anécdotas por doquier. Su forma de cantar gustaba a las multitudes. Tenía muchos admiradores, y las mujeres se lo disputaban.
Tampoco se cansaba de provocar comentarios acerca de su escandalosa vida: “Yo sé lo que soy, y pueden decir de mí lo que les dé la gana. Si uno va al infierno se encontrará tan tremendamente ocupado estrechando la mano de amigos, que uno no tendrá tiempo de preocuparse”.
El Anacobero o el Jefe, como quieran llamarlo, cantó pasados los 70 años. Siempre fiel al bolero.
Compuso más de cuatrocientas canciones sobre las que su propio autor afirmó que en Cuba, y muy particular, en La Habana, sucedieron hechos que le motivaron.
Su bolero “El columpio de la vida” se lo inspiró una caminata por el Malecón. “Déjame ver a mi hijo” surgió cuando su esposa Eugenia le impidió ver a Danielito.   Una breve estancia en la Cárcel de La Habana en el Castillo del Príncipe le motivo la pieza llamada “Virgen de la Caridad” en la que abogó por una amnistía para beneficiar a los reclusos de ese recinto penitenciario…
Daniel Santos, el Inquieto Anacobero, falleció a los 76 años, en Ocala, Estados Unidos, el 27 de noviembre de 1992, y según se cuenta, en muy precarias condiciones económicas, aunque ganó una fortuna, la que supuestamente dilapidó entre  juergas, el alcohol y las mujeres.
Está enterrado en Puerto Rico.
Un dato curioso: admirador de Gabriel García Márquez, su última grabación –realizada en Bogotá, en 1983- la tituló: “Homenaje del Jefe a Gabo”. Y en ella incluyó el tema: “El hijo del telegrafista”.
El Festival de Boleros de Oro de La Habana, en su edición de 2001, estuvo dedicado a su figura, homenaje que se hizo extensivo a su Puerto Rico natal.

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