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Cuenta conmigo

5 de octubre de 2019

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08_1.jpg_1834093470Retornaba el punzante dolor. Apretó los dientes. Al confirmar que nadie lo escuchaba, se otorgó el permiso de exhalar un quejido. Los dolores acercaban sus frecuencias. Allí, en el centro de la masculinidad. Estaban también los sudores fríos, ese cansancio dominante de la fuerza de voluntad y la languidez del apetito que le hacía despreciar hasta los preferidos buñuelos. Todo había comenzado hacía unos meses con unos cosquilleos. No les hizo caso. Tantas cosas por hacer en la casa. Entre él y la mujer velaban por la retaguardia hogareña.
La casa era un panal de abejas en que ellos dos eran las obreras supervivientes de reinas y zánganos desaparecidos. Hijos, hijas, nueras y yernos trabajaban al ritmo de las últimas exigencias de los mercados. Los nietos estudiaban y en pago a las excelentes notas, eran pajarillos con el pico abierto a los deseos de moda. En verdad, todos se exigían al máximo y a cambio en las leyes del dar y recibir, también ellos estaban sometidos a los nuevos ritmos que no eran los cadenciosos del danzón. Hasta los nombres del bautismo desaparecieron en la vorágine. Eran El viejo y la vieja, el abuelo y la abuela y a lo más que llegaban era recibir un “abuelito lindo” cuando algún nieto captaba que la exigencia se le iba de control. Al dolor en las entrañas se le unía el dolor de sentirse invisible para la familia.
Tan abstraído estaba que no sintió la llegada de la anciana. Aquel quejido escuchado esa mañana lo agregó a la amarillo del rostro y la falta de apetito del antiguo joven glotón con que se casó. Él estaba enfermo. Colocó la mano en su hombro y lo hizo volver el rostro. Aquellas lágrimas no del dolor ya retirado, sino del abandono del cariño comprensivo de la familia, también las había llorado ella a escondidas. Pasaron largo rato hablando de lo que hasta ese momento evitaron hablar. La conclusión de él, lo resumía todo. “Dicen ellos que no vemos bien, que a ti se te va la mano en la sal y yo escojo mal las frutas en el mercado. No ven que cada día estamos más viejos. Tienen cataratas en el corazón”. La voz de la anciana recobró frescura cuando le afirmó que al día siguiente lo acompañaría al médico porque podía contar con ella hasta el final.

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