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“Cuba canta y baila”: un título más preciso, imposible

12 de agosto de 2021

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Al abogado español Manuel de la Pedrosa, radicado en Cuba a principios de los años cincuenta del siglo xx, y quien probaba sus fuerzas en el contexto del cine de la Isla, le entusiasmó la recepción de público cosechada con sus dos recientes películas producidas con rapidez, Hotel de muchachas y Príncipe de contrabando. Intentó entonces repetir la fórmula con el sostén financiero de Manuel Pellón en Cuba canta y baila, que comenzó a rodar en los primeros días de mayo de 1951. Leer el título es suficiente para intuir que el argumento —original del propio director—, apenas es un motivo para estructurar una cadena de números musicales en torno a una trama endeble sin otra pretensión dramatúrgica que servir de sostén a las canciones y ritmos diversos de la música popular cubana.

Con el nombre de Manuel P. del Valle, el realizador firmó el argumento acerca de un matrimonio campesino que vive con relativa holgura económica, y recibe la grata noticia de haber ganado un primer premio en la lotería. Con el fin de cobrarlo en efectivo, organizan un viaje a La Habana en compañía de su hija de dieciocho años, y aprovechan el tiempo para disfrutar de un sinnúmero de atracciones por ellos desconocidas. Sus parientes los acompañan a todos los lugares de diversión e interés, pero el primo capitalino pronto se revela como un pillo que maquina el modo de despojar a su tío de todo el dinero. Trata de sacar algún provecho, cuando conoce de las aficiones al baile de su joven prima, a la que simula llevar a una prueba de televisión, pero en realidad es un programa transmitido en vivo y termina por embolsarse el importe obtenido por la actuación de ella.

La casualidad interviene cuando los padres de la muchacha ven la emisión televisiva. Horrorizados por todos sus prejuicios de solo pensar que su hija se convirtió en artista, acuden al novio que la joven dejó en el campo. Este desenmascara al primo y pone al descubierto todos los turbios manejos urdidos alrededor de la familia. El héroe de la historia echa por tierra todos los planes y todos regresan al ingenio, donde les aguarda una vida feliz en medio del «sol esplendoroso y el verde esmeralda de los cañaverales de la Perla de las Antillas, crisol del trópico…», como cita ampulosamente un narrador al inicio.

Otro extranjero que incursionaba en el cine criollo, el norteamericano George P. Quigley, que figura como codirector, tuvo a su cargo la escritura del guion técnico. No era raro durante la filmación en los estudios escuchar las órdenes dadas por Manuel de la Pedrosa, seguidas por otras similares en inglés en la voz de Quigley: «¡Action!» y es que la película se rodó en dos versiones, una en español y otra en inglés. Los diálogos corrieron por cuenta de José González Prieto y mientras Salvador (Saviur) Cancio desempeñaba las funciones de asistente de dirección, Manuel Pellón, Salvador Fernández y Rodolfo Pellón ocuparon la gerencia de producción.

Con el propósito de garantizar un ritmo productivo análogo al de su doble experiencia previa en Hotel de muchachas y Príncipe de contrabando, los productores no renunciaron a la presencia en el equipo del fotógrafo Enrique Bravo (padre) con Minervino Rojas (operador de cámara) y Bebo Muñiz (segunda cámara), el iluminador Manuel Bruguet, asistido por Rafael Mascorieto, el sonidista Modesto Corvisón en unión de sus hermanos Raúl y Gustavo en la grabación de diálogos y la regrabación, respectivamente. A ellos se sumaron los editores Julio Chávez y Julio Trigo, la utilería de René Muñoz, Juan Monagas (foto fija) y el maquillista Israel Fernández. En los Laboratorios Nacional, Federico Buendía, realizó el procesamiento de los negativos y las copias. Manuel de la Pedrosa está acreditado como escenógrafo con el seudónimo de Manuel P. del Valle.

Para esta tercera producción, la Proficuba contrató a un reparto digno del título: Mimí Cal, Julito Díaz, Maritza Rosales, Bob Wilkinson, Lalita Salazar, Analía Trinidad, José González Regueral, Maño López, Ernesto Monato, Eddy Cabrera y la actuación especial de Rafael Bertrand. Otros créditos correspondieron a la pareja de baile Ana Gloria y Rolando (Los reyes del mambo), Olga Chorens y Tony Álvarez, Joaquín García y sus Mulatas de Bronce, Guillermo Portabales, el dúo Los Compadres, Jack Dempsey y la Amenaza Roja y las comparsas El alacrán, Los marqueses y Las jardineras, pues era inconcebible una visión turística completa de la capital cubana sin la presencia de los carnavales.

Los doce números musicales de rigor —promedio en este tipo de películas en esos años—, fueron los siguientes: «La bella cubana» de José White, «Frutas del Caney» de Félix B. Caignet, «Guajira linda» de Margarita Acevedo, «La zarzamora» compuesta por Antonio Quintero, Rafael de León y Manuel Quiroga, «Mambo a la Kenton» de Armando Romeu (hijo), «Esto es felicidad» firmada por De la Rosa, Collazo y Menéndez; «Uxahowa» de Ramón Carmona Argote; «Incomprensión», «Oggún Mambo» y «Oye mi rumba», originales de Maño López (director musical de la película), además de «Puntos guayaberos» y «La guajirita que yo quiero» por el dúo Los compadres. Un texto del programa de mano promocional, impreso por la Distribuidora Cuba-Mex, expresaba: «En Cuba siempre se ha cantado y bailado; pero jamás como ahora nuestro pueblo ha podido disfrutar y “vivir” libremente el íntimo maravilloso sentido de sus ritmos embrujadores… por ello, estas lindísimas canciones y despampanantes bailes de un cercano ayer hallarán resonancia plena y fecunda hoy, en el alegre y feliz de cada cubano…»[i]

Transcurrieron setenta años desde el 13 de agosto de 1951, fecha escogida por la Productora Fílmica Cubana para programar el estreno de Cuba canta y baila en el circuito integrado por los cines capitalinos. Reina, Negrete, Cuatro Caminos, Luyanó, Olimpic, Ámbar, Roxy y Récord. Enrique Perdices, director de la revista semanal Cinema, atribuyó la entusiasta acogida popular al descubrimiento «en la escenas de algo que le satisface, bien sea el proceso de la elaboración de nuestro azúcar, la presentación de las comparsas, el paisaje o las variadas vistas de nuestra capital, enfoques hechos con verdadero acierto».[ii]

Según Perdices, el inesperado éxito no estribaba en una calidad superior de la película, ni a la pretensión de los productores por realizar algo deslumbrante, sino a un acierto no premeditado al reunir una serie de factores eficaces, aun cuando el asunto careciera de originalidad sin provocar emociones o sonrisas. Amén de la fotografía y el sonido, para Perdices ni siquiera las actuaciones eran dignas de ser tomadas en consideración: de Maritza Rosales nada podía decirse, Mimí Cal apenas resaltaba en un papel diferente a su especialidad, Julito Díaz se hallaba privado de motivos para poder lucirse como él acostumbraba y Bertrand podría ser un galán de porvenir en manos de quien supiera guiarlo. Perdices escribió en su reseña editorial semanal:

«Manuel de la Pedrosa tiene la virtud de no ser engreído. No es un gran director; pero hay razones para que pueda llegar a serlo, pues como pocos, presta atención a todo consejo, lo analiza y lo pone en práctica cuando comprueba que es sincero. Consideremos que con un pretexto poco socorrido, ahora nos está brindando un espectáculo que a juzgar por su éxito, brinda alguna amenidad, y no podemos pasar inadvertida su selección de figuras femeninas, ya que en esta oportunidad ha tenido una visión más familiarizada con la estética que en otras ocasiones. Esperamos que se divorcie de los argumentos frívolos y pruebe con asuntos un poco “vitaminados”. No le dé tanta importancia a que la «escoria» alimente la imaginación de los fanáticos con «algo más sólido. […] El público sigue premiando los esfuerzos de los productores cubanos, lo que obliga moralmente a éstos, a corresponder con superación».[iii]

El cronista de la sección «La Farándula pasa» en la revista Bohemia del 23 de septiembre, aportó su escueta pero muy precisa valoración del nuevo estreno del cine cubano que irrumpía en las pantallas:

«Quisiéramos decir, como en otras ocasiones, hablando del cine cubano, que Cuba canta y baila es una película prometedora. Que en ella, en su factura técnica y dramática se advierten ciertos adelantos. ¡Pero no podemos decirlo! Todavía estamos empezando. Todavía se advierten los balbuceos primerizos, los lunares de improvisación y ensayo, tan característicos de nuestras películas. Con un argumento mínimo se ha querido cubrir el horario reglamentario. Y aunque el título obliga a ello, se advierte claramente que muchos números musicales se han metido sin justificación, innecesariamente, para cumplir el tiempo. Como ocurre en las comparsas, que llegan a fatigar un poco. […] Aparte del cansancio que producen las comparsas, sin embargo, se pasa gratamente el tiempo con Cuba canta y baila. Es todo lo que podemos decir en su favor».[iv]

 

Notas

[i] Texto del programa de mano del filme Cuba canta y baila.

[ii] Enrique Perdices: «Son cosas nuestras»: Cinema, año XVII, no. 817, 19 de agosto de 1951, p. 3.

[iii] Idem.

[iv] «Cuba canta y baila»: «La farándula pasa», Bohemia, Año 43, No. 38, 23 de septiembre de 1951, p. 86.

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