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Cosas del daiquiri: descripción, su día, sus fiestas y el más grande nunca antes visto

5 de mayo de 2022

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“Thomas Hudson estaba bebiendo otro daiquiri helado sin azúcar y al levantar el vaso para llevárselo a la boca, bajo el hielo que cubría la parte superior se quedó mirando el líquido. Le recordaba el mar. La parte frappé se le antojó la estela que va dejando un barco y la parte de abajo, más clara, la comparó al mar tal como queda después de ser cortado por la proa, navegando en aguas poco profundas por una superficie con fondo de arena. Era casi el color exacto.” De esta sencilla manera lo describiría Ernest Hemingway en su libro póstumo Islas en el Golfo. En el mismo libro y con el mismo entusiasmo, lo figuraría también así: “Había bebido daiquiris dobles muy helados, de aquellos grandiosos daiquiris que preparaba Constante que no sabían a alcohol y daban la misma sensación al beberlos que la que produce el esquiar ladera abajo por un glaciar cubierto de nieve en polvo y luego, cuando ya se han tomado seis u ocho, la sensación de esquiar ladera abajo por un glaciar cuando se corre ya sin cuerda.”

¿Se podría, tan elegantemente, y de mejor forma, describir un coctel?

Y esa innata pasión de rendirle culto al coctel más atractivo que existe, me llevó una vez más a mostrarlo en nuevas facetas en uno de los pasajes del libro que en honor a los cinco siglos de la villa de San Cristóbal, La Habana, había concluido.

 

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“Se retiró con el desconsuelo de no haber podido beber —los duendes no beben— el refrescante coctel. Por cierto, ese mismo día se enteró por el comentario dicho en alta voz de uno de los entusiastas presentes, que el Daiquirí tiene una fiesta en los Estados Unidos —el 19 de julio— conocida como Día Nacional del Daiquirí, y que en la aldea donde nació Constante allá en España —que ahora es un famoso lugar turístico— todos los años celebran una fiesta conocida como Fiesta de los Indianos, en la que escuchan y bailan música cubana, recuerdan con bombo y platillo al famoso cantinero y realizan competencias de elaboración de mezclas etílicas, donde el papel principal lo tiene la que nos recuerda a la playita santiaguera del monte minero. Aprecia que el Floridita continúa montado en su gloria. Y aunque ya no están físicamente sus genios queridos, «la cuna del Daiquirí» sigue su invariable rumbo. Cada vez que las manos expertas de los cantineros confeccionan los torrentes de Daiquirís que engullen ávidamente los parroquianos de aquí, de allá y de más allá, Floridito recuerda con veneración a Constante, el catalán de Lloret de Mar, que en Cuba se convirtió en rey. Para su orgullo y tranquilidad, mira de frente, y en ocasiones de soslayo, el busto y la estatua de Ernesto recostado a la barra como quien va por lo suyo, es decir, por su trago predilecto… De vez en vez, sucede algo que le impresiona. De momento vio que a la puerta del Floridita trajeron una copa grandísima y la ubicaron cerca del bar. Como estaba muy intrigado, por esos días no se movió hasta que el 21 de julio de 2012, más o menos a las nueve, se presentaron un montón de cantineros que al mismo tiempo preparaban Daiquirís con hielo picadito y desde el mismo vaso de la batidora los vertían dentro de la copa grande. Así, como a los treinta y tres minutos la llenaron hasta el tope para contabilizar 275 dosis normales dentro de ella. Este contenido espectacular lo repartieron entre muchos invitados, y por la ventanita que da hacia la Plaza de Albear a los espectadores que se asomaban. Fue un espectáculo como de teatro, muy bonito. Alguien habló y dijo que el acto era un homenaje al 113 aniversario del natalicio del escritor estadounidense Ernest Hemingway. “

 

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