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Construyendo vidas

3 de noviembre de 2017

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maestros-cubanos

 

La semana pasada, estando en el aula dando clases –creo que ya he dicho que soy profesora de psicología en la Universidad Médica de la Habana–,los estudiantes comentaban lo estresantes que son los estudios de Medicina, yo les dije que yo no quiero que mis estudiantes me teman y mucho menos que suspendan, como tampoco quiero ser un estresor, sino que mi mayor deseo es que la psicología sea para ellos una diversión, que aprendan para que puedan aplicar los conocimientos en su vida profesional y personal y que me recuerden con afecto.

Pues bien, recordando estas palabras y ya frente a mi PC me di cuenta que escribí hace unos meses al respecto, pero releyendo ese artículo me parece que fui demasiado académica, faltándole calor afectivo, por lo que hoy me dedicaré a hacer más potable este tema y agregar algunas cosillas que me faltaron.

Empezaré por un error –desafortunadamente frecuente– en las aulas universitarias, y que convirtiéndose prácticamente en una leyenda, es copiado por los profesores noveles y es que el buen profesor debe ser severo, poner los exámenes más difíciles, teniendo por lo tanto, los más altos índices de reprobados, por lo que hay que tenerles miedo y mucho respeto, y quienes no responden a estos supuestos criterios de excelencia, o sea, quienes son cálidos, cercanos (esto no significa de ninguna manera que se trasgredan los límites obligatorios entre estudiante-profesor) y que logren que los estudiantes estudien y por lo tanto aprueben (tampoco significa poner exámenes fáciles y mucho menos ser permisible con las calificaciones) son vistos como poco exigentes, tolerantes, y por lo tanto, merecen menos respeto.

Pues estos criterios son un enorme error, porque nada tiene que ver el sarpullido con la llovizna, como me gusta decir a mí, y la calidez, la cercanía afectiva, querer que los estudiantes aprendan y no “machucarlos”, mantener una efectiva comunicación y organizar la asignatura basándose en criterios pedagógicos acertados son la base de una real educación universitaria. Esto quiere decir que es mucho más que aportarles conocimientos, sino enseñarles a desarrollar métodos y recursos que de verdad les van a ser de utilidad profesional, lo cual está lejos de una gigantesca y aplastante cantidad de teorías, criterios enrevesados, difíciles de entender y con poca o ninguna aplicación, ya que es un aspecto primordial para ser un profesor no buscar el lustre personal, sino formar profesionales bien preparados y ajustados emocionalmente.

Pero más allá de esto, está lo puramente humano en términos de afectos, y ahí entra la necesidad de individualizar la enseñanza, lo que significa que hay que conocer a cada estudiante e identificar no solo sus talentos y aptitudes, sino, principalmente como es el funcionamiento de sus emociones ante el proceso enseñanza-aprendizaje, tratando que las emociones negativas como el miedo, la ira, la ansiedad no aparezcan, o por lo menos se presenten en niveles bajos, ya que es ilusorio pensar que ante un examen a este nivel, los estudiantes no presenten ansiedad y miedo, pero que estas emociones sean expresión de una preocupación, una activación para obtener una buena calificación, y no que sean generadores de disfunciones y conductas desorganizadas. Por lo tanto, los profesores deben erradicar de su comunicación, las expresiones como “el examen está tan difícil que pocos van a aprobar” o “a mí me conocen porque siempre tengo más suspensos que los otros profesores”, y más aún, si estas y otras expresiones similares se individualizan y se dirigen a un estudiante en particular.

Por lo que ante este tipo de conducta antieducativa yo siempre me pregunto ¿cómo es posible que ese profesor sabiendo que hay estudiantes que no van a aprobar no utilizó otros medios para mejorar el rendimiento? ¿Por qué manejó de forma tan ineficiente las emociones y se dirigió a crear miedo? Y como yo soy psicóloga la respuesta que doy –ya saben que los psicólogos no podemos dejar de hacer análisis de las personalidades de los que conocemos– es que deben tener conflictos personales no resueltos, necesidad de reconocimiento social y problemas con sus autoestima, por lo que debían asistir a un psicólogo para empezar un tratamiento, ya que creo, sea profesor, jardinero o cosmonauta, es muy importante dejar una herencia de amor, que significa que participó en la construcción y no en la destrucción de vidas.

Para terminar les diré cómo terminó la historia con que comencé este escrito: mis estudiantes me dijeron que yo no les provocaba estrés, sino que soy un catalizador para sus emociones negativas, y ese, les aseguro, es una de los más hermosas palabras que me han dicho mis estudiantes en mis ya 40 años de andar por las aulas universitarias.

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