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Consigna de fin de año

30 de diciembre de 2013

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El nacimiento de la consigna desconocido,  opacado por tantas voces distantes que en fonemas distintos la acogieron desde el primer aviso.
Ante los asombrados académicos estudiosos de los cambios ocurridos en los sistemas comunicativos, si bien el correo y los celulares se emplearon, ocuparon lugares después de la voz humana, una voz humana a pleno pulmón. La supusieron, dadas las estadísticas acumuladas, nacida en un susurro individual que al ser escuchado por otro mas en el corazón que en los oídos, se acató en un susurro mas alto, mas alto hasta que pasó a alarido primero triste y al saberse secundado, grito alegre.
En los continentes e islas, la consigna atravesó llanuras cubiertas de pasto tierras arenosas, ríos embravecidos, lagos tranquilos. Escaló montañas floridas o escondidas tras la nieve. Navegó en cruceros, barcos de pesca y canoas. Supo de los cielos en aviones comerciales y avionetas particulares.
Acogida la consigna mientras las manos recogían redes de pesca, acariciaban entretenidas las teclas del piano, tejían intrincados puntos, adormecían niños en rítmicos movimientos.
Hombres y mujeres obesos o raquíticos, de belleza o fealdad descrita según los cánones de su cultura, de pieles de colores variados como variados son los genes constructores de la humanidad.
Todos aprobaron la consigna, sabedores del oxígeno que les proporcionaría para el respiro en el próximo año.
La consigna exigía un compromiso firme, irreductible ante las añoranzas y sus convidos a plasmar las imágenes desoladoras por encima de las esperanzas. Pregonaba el olvido de los vacíos sentimentales. Era exigente en el rango de las edades de los involucrados en el pacto de aceptación. Solo los mayores de 60 años tendrían acceso a los beneficios.
Y decía, mas bien gritaba la consigna:

En el día final del año en cualquier hemisferio y bajo cualquier circunstancia, nos desprenderemos de la presencia de quienes ya nunca volverán. No narraremos nuestros dolores físicos ni espirituales. No criticaremos la conducta de los otros, sobre todo la de los mas jóvenes. No trataremos de ser el centro de las atenciones ni sufriremos por no serlo. No culpemos ni con la mirada a quienes consideramos provocadores de nuestros sufrimientos, así estén en la tierra todavía o hayan marchado al infinito. Tampoco carguemos en nuestros hombros los males de los otros, ni nos culpemos  de los que sobrellevamos pacientemente.
En fin, aprendamos a representar el papel de ancianos que nos toca por la simple ley de la naturaleza: nacer y morir.

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