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“Con el deseo en los dedos”: la ruta más corta para caer en lo ridículo

19 de marzo de 2018

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Mario Barral no pudo asistir el 29 de agosto de 1958 a la exhibición privada en la sala Arte y Cinema La Rampa de su opera prima De espaldas por hallarse en pleno proceso de edición de su segundo largometraje: Con el deseo en los dedos. Lo rodó durante solo diecisiete días a partir del 24 de marzo con interiores en los Estudios Nacionales del Biltmore y locaciones en la Havana Military Academy, el Residencial Rancho Alegre y algunos exteriores en la playa de Baracoa. Para entonces, la compañía Productores Independientes Americanos, S.A. (PIASA), bajo la cual apareció De espaldas, cambió su nombre por el de Producciones Barral.

Con el objetivo de poner en práctica sus teorías acerca de los defectos que limitaban la universalidad del cine nacional y sus debilidades dramatúrgicas, Barral anunció que en esta empresa llamaría, entre otros, a los escritores Félix Pita Rodríguez, Francisco Pasos, Cástor Vispo y Mercedes Antón. Disponía de la colaboración de un inquieto creador en la radio como Oscar Luis López, a quien asignó las responsabilidades de director de producción y redacción de los diálogos y al inicio fuera mencionado en marzo por Bohemia como director y luego posible codirector. En esa fecha tenía el título Deseo en sus manos. También coadyuvaron en el empeño el teatrista Rubén Vigón, responsabilizado con la dirección artística, el experto camarógrafo Antonio Ruiz y el autor de libretos televisivos Antonio Losada, que tenía a su haber la escritura de veinticinco guiones técnicos en el cine español, por lo que encargarse del de Con el deseo en los dedos no era una novedad, labores a las que sumó las de asistente de dirección y de diálogos.

Otros importantes rubros técnicos fueron encomendados al veterano Enrique Bravo (edición), Gustavo Corvisón (jefe de sonido), Rafael Mascorieto (iluminación), secundados por Gustavo Maynulet Abella (auxiliar de cámara), Carlos Gomerí (maquillaje), Lola Otero (anotadora), José Agraz Solans (foto –fija) y Roberto González (regrabación). El autor de las esculturas que aparecen en el filme fue Francisco Estupiñán. Cada actor implicado en el proyecto contribuyó con su parte hasta reunir los 20 mil pesos del presupuesto. El realizador testimonió en los créditos su gratitud a la Agrupación de Técnicos Cinematográficos, sobre todo a Huberto Valera y Manuel Oropesa por haber trabajo con entusiasmo a cambio de un pago mínimo, así como a José Guerra Alemán, director de Cineperiódico, que reseñó el inicio del rodaje.

Amerita detenerse en la sinopsis pormenorizada del argumento: Mirta, alumna de escultura de quien está enamorado Augusto, su profesor, abandona la academia para casarse con un hombre mayor muy rico. Su esposo, Víctor Morales, prefiere no interrumpir la soledad de ella, que no se inmiscuye en su agitada vida de negocios. Él le reprocha ignorar lo que realiza en el atelier de esculturas, ni saber lo que piensa en sus largos silencios. Nunca le ha pedido amor, solo que le deje acercarse un poco más a su vida por ser «el adorno más lindo de su casa». Pero ella ha fijado su atención en el muy jovencito Raúl, hijo de la cocinera. Los invita a acompañarla durante un fin de semana en su finca con la secreta intención de proponerle una beca al muchacho, pero allí se reencuentra con el profesor –que le reitera su amor–, y su hija Elenita. Mirta admite el matrimonio por interés porque su marido tiene el dinero suficiente para lograr lo que desea: no modelará más arcilla ni barro, sino en carne. La mujer, celosa, adivina cierta atracción entre Raúl y la jovencita. A lo largo de diez años ella paga los estudios de su protegido Raúl, que lo ignora, y piensa que lo debe al sacrificio de su madre como sirvienta.

Todo este tiempo Mirta lo consagra a observarlo, seguir sus pasos a escondidas y esculpir una estatua de tamaño natural, que considera su obra maestra aún inconclusa, a la que le falta algo: «un soplo de vida. Necesita amor, es el Dios del amor», expresa en un diálogo con el profesor. Este descubre la causa de su rechazo: ella ama únicamente al hombre modelado en barro con sus dedos nerviosos de deseo, pulgada a pulgada en todas sus dimensiones, obsesionada con la idea de un hombre perfecto. Solo ese sueño la ha hecho feliz. Al graduarse el joven, le ofrece la casa en la playa para unas vacaciones con la secreta intención de unírsele y convertirse en su primera mujer. Ha llegado el momento de poseer su obra. Allí, por supuesto, se entrega a él, decidida a terminar la escultura. No sospecha que su eterno pretendiente, celoso al conocer sus propósitos, le jugará una mala pasada. Incita a Roberto, enamorado de su hija Elena, quien a su vez ama en silencio a Raúl, a viajar al lugar para «darle una sorpresa» a este último, e incluso convence al esposo de Mirta para que los acompañe. La verdad se revelará para todos. Más tarde, Roberto hiere a Raúl en un absurdo duelo con floretes. Al conocer la noticia, Mirta decide ir a la clínica, sin escuchar la advertencia de su esposo: si sale por la puerta no podrá regresar. Al llegar, sorprende a Elena besando a Raúl en su cama. Despechada, va a su atelier, destruye los primeros ensayos de su obra, y muere aplastada por la estatua de su amado efebo.

«Mirta se le presenta una tarde, sin decir quién es y con su hermosura y su “sexy” logra que Raúl, atraído por sus encantos, se le entregue en las más finas, atrevidas y bellas escenas de amor que se han filmado en Cuba, y en el cine internacional…», enunciaba la sinopsis promovida por la Distribuidora de Películas Europeas, S.A. No podemos privarnos de reproducir la descripción de la escena final: «Mirta, loca, frenética, se entrega a la estatua en una escena de amor sin precedente en el cine; allí la mujer se vuelca sensualmente en la estatua de barro, se abraza febrilmente, le da sus más profundos y sentidos besos; la estatua por su enorme tamaño y peso va perdiendo el equilibrio y cae sobre Mirta matándola contra el suelo… El amor puro y sano de Elena y Raúl vence al amor carnal y enfermizo de Mirta, quien muere consumida en su propio deseo».[1]

La lectura evidencia que en su segunda experiencia fílmica, no solo Mario Barral renunció a toda la pretensión experimental de De espaldas, sino que la pobreza literaria contradecía esa idea suya de llamar a escritores notables para los argumentos, en este caso de su autoría. Rehuía el cine vernáculo que tanto criticaba para apropiarse de los peores esquemas y situaciones del más burdo melodrama, sobre todo del cine mexicano y argentino.

Los diálogos podrían inscribirse en una antología de la ridiculez. Sirvan estos como ejemplos de algunos pseudos –poéticos sostenidos entre Raúl, quien siente que «toda su vida ha sido movida por misteriosos cordeles sin saber quién los mueve» y Mirta, víctima de esa atracción patológica hacia él desde que era un muchacho imberbe: «No sé si es la brisa que trae tu perfume o la tarde que huele a ti. Cuando oigo tu voz tan cerca me parece que fueran las caracolas las que pronuncian mi nombre, las alas de las gaviotas, el golpear de las olas en la arena, el chasquido de sal contra el viento. Todo me parece que habla con tu voz»; «Eres mi obra, mi sueño, mi locura»; «Eres mi primer amor, mi primer misterio de amor»; «¿Te casarías conmigo aunque mañana supieras que soy, cómo te diría… algo insospechado?»; «Te amaré siempre, en cualquier lugar y circunstancia. Me casaré contigo cuando tú me lo pidas, seas quien seas»; «Yo quiero ser para ti como el invierno que se comenta o la primavera que se oculta».[2] (¡Y pensar que se ensañaban acusando de cursi y hasta de picúo al pobre Caignet…!).

Barral, aunque de nuevo prescindió de una música incidental especialmente concebida para la película, invitó al compositor Sergio Cruz a aportar una canción tema de su autoría, «Será traición», interpretada por Miriam Balmorit. Es, por suerte, la única que se incluye, si bien habría podido prescindir de ella sin que se notara en los 89 minutos de duración. Justamente, la enfática musicalización por Héctor Sansón[3] a partir de piezas existentes en una fonoteca –herencia de la radio, nefasta al trasladarla al cine–, reitera las deficiencias señaladas a De espaldas. Sobran los tensos acordes de los que tanto se abusan como si de una radionovela se tratara.

El guionista Antonio Losada expresó «que sin ser una obra extraordinaria, satisfará a todos, pues tiene drama, tesis atrevida y atrayente y cada papel está escrito para los intérpretes».[4] En cuanto a la selección del reparto a partir de figuras famosas en la televisión nacional, Barral confió en que si los protagonistas ostentaban la condición de estrellas en Cuba, lo serían en un futuro del mundo. Invitó a Enrique Santisteban para una actuación especial como Víctor, esposo de la atormentada Mirta, que personificó la excelente actriz Minín Bujones (1925 –1997), dúctil para la comedia y el drama.

Fue seguida por el galán Jorge Félix (Raúl), Rolandito Barral (Roberto, su amigo), Enrique Montaña (el profesor Augusto), Baldomero Peláez (mayordomo), Lina Brando (Tatiana, profesora de ballet), René Socarrás (instructor de deportes), Enrique Almirante (profesor de esgrima) y Carlos Barba (joven esgrimista). No obstante contar con estos nombres reconocidos, se advierte una insegura dirección de actores, ante todo de la debutante Martha Alonso (Elena), pésima en todo momento. Completaron el reparto: Amparo Pérez, Rafael de Aragón, Kasandra García, Jorge Rodríguez, Nelly Méndez y Juan González Gaspar, autor radial de gran éxito con sus novelones. La bailarina Sonia Calero apareció en otra secuencia innecesaria por completo, en compañía de Yleana Rodríguez, Matilde Raviña, Caridad Baniella, Zelanda Romero y Martha Adams, alumnas del Ballet Alicia Alonso, y los pianistas Numilia Vaillant y Armando Santana. (Continuará)

 

Notas:

[1] Sinopsis del argumento de la Distribuidora de Películas Europeas, S.A. (Archivo de los autores).
[2] Transcripción del visionado de la película.
[3] Sansón no cobró un solo centavo por su trabajo, a cambio del crédito en la película, que luego no se le dio, ni fue mencionado en la publicidad de la prensa.
[4] «Piden leyes que protejan la industria cubana del cine»: Diario de la Marina, La Habana, 14 de mayo de 1958.

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