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Cómo surgió el lector de tabaquería

15 de diciembre de 2021

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lector de tabaquería

 

En artículos anteriores hemos destacado la relación directa y omnipresente del puro habano con la mesa cubana. Pretender profundizar en la gastronomía de la Isla y soslayar los símbolos de la nacionalidad que acompañan desde ya hace siglos el hecho culinario de todas las capas sociales, es una forma superficial de investigar las cosas. Hablamos del habano, del ron, del café, e incluso de expresiones artísticas como la música, y por ello nos acercamos con afecto a los aspectos que conforman los procesos de producción, elaboración o prácticas que se asocian con estos entrañables elementos.

En consecuencia, hoy nos referiremos a una curiosa tipicidad de la industria tabacalera. El proceso de elaboración de los habanos no es solo complejo y riguroso, está cargado además de tradiciones y costumbres. Cuando usted se lleva a la boca un puro habano –algo tan aparentemente simple- han sucedido muchas cosas interesantes. Las fábricas de cigarros puros contemplan en su plantilla de trabajadores, un cargo denominado, lector de tabaquería, integrado ya de forma habitual como un auxiliar inseparable del proceso tecnológico. Es original de Cuba y distintivo de esta industria. El lector de tabaquería es una persona de buena dicción, cierta formación cultural y con aptitud para la narración. Mientras los torcedores confeccionan los cigarros, esa persona lee noticias, informaciones útiles y novelas, incluidas las clásicas; no pocas veces escogidas por los propios obreros.

Curiosamente, si los torcedores están satisfechos con la labor del lector o aprueban determinada lectura, hacen sonar sus chavetas (cuchilla plana, herramienta de corte) contra la superficie de trabajo. En caso contrario, arrojan al suelo dicho instrumento.

Cuándo y en qué momento se constituyó el primer lector de tabaquería ha sido controversial. Las versiones abundan, aunque todas giran alrededor de un determinado lustro de mediados de los sesenta del siglo XIX. De una parte, el periódico Aurora que se editaba en la Habana desde esa misma fecha, afirma que esta costumbre fue instituida inicialmente en el taller el Fígaro el 7 de enero de 1866 e incluso describe una versión sobre el suceso. Otra explicación aparece en el libro Historia Colonial Ariguanabaense de José Rafael Lauzán. En este se relata que el primer lector de tabaquería conocido fue Antonio Leal, en 1864, en la fabrica Viñas de Bejucal, poblado cercano a la Habana, quien era remunerado por fondos recolectados entre los torcedores de tabaco. Aunque los dos sucesos, y otros por el estilo, pueden haber correspondido a la realidad, nos inclinamos por destacar como hecho histórico el correspondiente al publicado por el diario Aurora, que cuenta con mayor cantidad de evidencias documentales y a él nos apegamos en nuestro relato.

Todo indica que la práctica no convencía totalmente a ciertos industriales, pero los torcedores de otras factorías lucharon para que la misma fuera adoptada por sus patrones. Como resultado de estas gestiones, prontamente el propietario de la fábrica Partagás accede a su implantación y hace levantar una tribuna para que desde este punto se expresara el lector. En parte así lo describió el citado periódico:

“… uno de los jóvenes artesanos de ese taller, colocado en el centro de aquella multitud de trabajadores cuyo número asciende a cerca de 200, con voz sonora y clara, anunció que iba a darse principio a la lectura de una obra cuyas doctrinas tendían a encaminar los pueblos hacia un fin digno de las nobles aspiraciones de las clases obreras de todo país civilizado. Y abriendo un volumen en folio mayor, empezó a leer “Las Luchas del Siglo”. Es imposible ensalzar como se merece la atención profunda con que fue oído durante la media hora que por turno le correspondió leer; a cuyo término otro joven de idénticas circunstancias, tomó el mismo libro y continuó la lectura otra media hora, así sucesivamente hasta las seis de la tarde, hora en que todos los obreros abandonaron el taller, con el propósito de continuar al otro día en la misma práctica, como sucedió y ha venido sucediendo en los demás días de la semana”.

Esta costumbre, netamente cubana, se popularizó entre el resto de las fábricas de tabaco en todo el país. En 1867 el Capitán General Francisco Lersundi, la prohibió, para reaparecer 14 años más tarde y establecerse definitivamente como una hermosa usanza que aún perdura.

 

Martí, 1892, con un grupo de emigrado revolucionarios cubanos, a la entrada de la fábrica de tabacos de Vicente Martínez Ibor, en Ibor City, Tampa, Florida. Fotografía tomada por José María Aguirre durante una recepción a Martí en uno de sus viajes dedicados a la propaganda revolucionaria y al acopio de fondos para la nueva guerra. Foto tomada del portal José Martí

 

Es también interesante la descripción que sobre el lector de tabaquería hace el investigador José E. Perdomo en su libro Léxico Tabacalero Cubano publicado en 1940: “El lector de tabaquería es un operario de todas las fábricas de tabaco…Este desde una plataforma o tribuna preparada al efecto, lee a los obreros mientras trabajan; los periódicos del día, las revistas de mayor circulación y libros que le son indicados por los propios obreros. (…) El lector ilustrándolos, los ha convertido en una clase obrera con cualidades y condiciones excepcionales: dándoles más luz y forjando en ellos, en esta comunión de cultura, nobles ideales comunes que abrazaron con fe y entusiasmo sin límites. El taller de tabaquería es como una cátedra. (…) Su democrática y voluntaria autoeducación (se refiere a los tabaqueros) es un fenómeno característico de esta clase obrera, que tanto contribuyó a la lucha por nuestra independencia. (…) Esta tribuna de lectura fue además de educación de los obreros, exposición de ideales. En la emigración, la institución de la lectura se fundó en Cayo Hueso desde los primeros momentos (…), no fue solo el estrado desde el cual se leían los periódicos y revistas, desde ella se escuchaba la voz de la libertad, fue el templo de los ideales de los obreros y lo cuidaban con fervor y mantenían con sus salarios. Por eso Martí cuando fue a hablarles escogió la tribuna de lectura, visionando que sus palabras de fe de independencia llegarían mejor a los tabaqueros”.

 

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