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Como la mala yerba en verano

8 de septiembre de 2017

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Yo soy una apasionada del tema de las emociones, de su papel en la vida de las personas, de la necesidad de ser educados desde la nueva perspectiva de una inteligencia emocional, pero eso ustedes lo saben porque semanalmente escribo al respecto, pero mi amor apasionado no es vano, sino que tengo fuertes razones para ello, y es que –esencialmente– ser emocionalmente inteligente resulta el más eficiente predictor del éxito personal, lo cual no ha logrado el famoso y ya envejecido concepto de el coeficiente de inteligencia, y más aún, porque la inteligencia emocional considera que existe una integración entre pensamiento y sentimiento, que es una postura totalmente innovadora porque esta unión provee la suficiencia para lograr el bienestar general de las personas.

Por otro lado, ser emocionalmente inteligente da la posibilidad de tener éxito personal y profesional sin tener esos altos niveles de la inteligencia clásica, porque se está preparado para utilizar sus emociones en comunión con los pensamientos para lograr los objetivos. Pero no nos llamemos a facilismos -–y aclaro esto porque quien no estudie seriamente la inteligencia emocional tiende a análisis superficiales– porque estar contento, ser simpático y hacer bromas no es necesariamente un buen uso de este matrimonio pensamiento-sentimientos, sino que es una versión moderna de un bufón, pudiendo provocar risas pero poco respeto. Así que la pregunta que nos debemos hacer para saber si nuestra educación emocional es buena es: ¿Nuestras emociones potencian las ideas racionales que tenemos? Si la respuesta es afirmativa, entonces su vida anda por buen camino, pero si es negativa, le recomiendo que haga el ejercicio de la introspección, o sea que dedique tiempo a estar a solas con sus pensamientos para evaluar en qué momento, situación, asunto, personas, las emociones se le escapan para impedir el logro del objetivo, y sobre todo cuál es la emoción más recurrente en su vida, ya que hay gente iracunda, otros tienden a la ansiedad, hay quienes entristecen, y así podemos saber cuál es el repertorio emocional personal.

Pongamos el ejemplo de un centro de investigación de vida silvestre, en el cual los trabajadores tiene un horario por actividades, o sea, que pueden estar en el centro laboral o en diferentes escenarios porque se sabe que ni los animales, ni las plantas viven y crecen debajo del escritorio, por lo que hay días que no van a la oficina, aunque están trabajando duro, lo que se demuestra en los resultados. Pero llega un nuevo jefe que pone una regla y es que hay que llegar todos los días a la oficina y mantenerse en la misma entre dos y cuatro horas, así que las protestas son muchas y se le pide al jefe un despacho para explicarle que es imposible cumplir con todas las tareas con esa disposición y tienen un conjunto de argumentos para probarlo. Sin embargo, el jefe está tan ocupado con cambios y nuevas construcciones que no puede hablar con sus trabajadores, entre los cuales crecen las emociones negativas. Llegados a este punto nos preguntamos ¿Qué pasa? Hay dos aspectos, y el primero es el jefe que mantiene la postura arcaica del directivo centrado en el trabajo, olvidando lo más importante, que es el material humano, sus necesidades y los conocimientos que tienen sobre el ejercicio laboral y la organización del trabajo, porque son verdaderamente los trabajadores los que mejor conocen el funcionamiento de la institución. Por el otro lado están los trabajadores que ven imposible cumplir con sus tareas porque o están en misa o en procesión, ya que no pueden estar en la oficina y en el trabajo de campo, y al no ser escuchados, la única salida que les queda es hacer el trabajo a medias, maestrías y doctorados se paralizan, las investigaciones se detienen o avanzan lentamente y en las oficinas hay muy divertidos chistes para pasar el tiempo y bastante juego en las computadoras.

La historia es cierta, no crean que me la he inventado, y hasta el día de hoy el jefe no se ha enterado de lo que pasa, ocupado como está en otros asuntos “más importantes”, y aunque se le advirtió que no se podría realizar el trabajo correctamente, ni caso hizo porque está acostumbrado a hacer “un llamado al esfuerzo y trabajar aún en contra de las circunstancias” y con esto lograr que la gente trabaje fuera de horario, los fines de semana, pero se mantiene en su criterio de que hay que tener presencia física en el centro. Este jefe es claramente un analfabeto emocional y los trabajadores frustrados tienen conductas diversas que van desde los que manejan bien sus emociones y le sacan provecho al tiempo y estudian en el oficina y se echan a la espalda la frustración de proyectos no concluidos, esperando tiempos mejores; hay quienes presentan su renuncia; otros van al representante sindical para que sepan la situación y participe en una solución; hay quienes no dejan de enojarse con peligro para sus coronarias y el resto sigue jugando al solitario, lo cual es un excelente relajante.

Como queda la historia, se las contaré cuando me entere, aunque lo dicho hasta aquí es bastante aleccionador y resulta más frecuente de lo que nos imaginamos, así que hay más analfabetos emocionales de lo que pensamos y parecen que se propagan más que la mala yerba en verano.

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