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Colonia con K

22 de marzo de 2021

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índiceAl cabo de la vejez, ella dormía la siesta. Ni aun en los embarazos, la vio tomar la cama. Por asalto. Él se sabía un dormilón y ella, cinéfila desde la lactancia, lo comparaba con el enanito Dormilón de la primera Blanca Nieves, la original de Disney. Dormida, la cara relajada, la carretera de las arrugas marcando el camino de los años. Nunca fue de las que vivían para el espejo. Y sin embargo, en los últimos tiempos, quizás porque tenía más tiempo para sí, la encontraba sentada frente al espejo del tocador. Al notar que él la observaba, entonces se daba dos toques fuertes con el desdentado cepillo en la melena cortísima y se escondía en alguna de sus salidas jocosas.
Dicen que hay miradas que tumban cocos y la de él, despierta a las bellas durmientes. La anciana despertó de su siesta sin sentimiento de culpa porque por dormir, los vasos de la merienda continuaban sucios en el fregadero. Esos complejos de culpa patrocinados por las suegras, habían quedado atrás. Por el olor, ella supo que él había tomado su colonia, la regalada a ella por la nuera. Él no tenía valor para confesar el robo. Después del baño, como en tiempos de productos liberados, la roció indiscriminadamente por su cara. Sabía lo que le esperaba. Mientras, algo disgustada, la anciana aplacaba el regaño fuerte. Encontró solo dos salidas, pues sabía de este robo continuado. Pensó en la solución. O escondía la colonia, o en queja dulce al principio o en queja en decibeles más altos, lo conminaría a hacer la cola en la tienda en busca del reemplazo. De momento y en preparación del instante propicio, mientras buscaba la toalla para el baño, le dijo bajito al pasar por su lado: ¡Viejo, qué bien hueles!
Cincuenta años atrás, esas palabras significarían que ella deseaba cambiar el horario de hacer el amor aunque la suegra estuviera en la casa y mirara con mala cara que los dos entraran juntos al baño. Cincuenta años después, las gotas de menos hurtadas a la colonia presagiaban la exigencia en tono azucarado o de militar de alto grado, según estuviera de ánimo, el pedido de compra de otra colonia. Y en tiempos pandemónicos, se traducía en una cola en la tienda. Y a través de los tiempos, las colas lo desajustaban.
Y mientras en el olfato se le desvanecía ya el aroma de la colonia. Buscó un entretenimiento para alejar la futura propuesta honesta de enrolarse en una cola. Siendo un hombre dado a desenrollar el hilo de Ariadna, despejó el misterio de que en Cuba a las filas se las llamara colas. Una fila evoca a un grupo de soldados en una parada militar, a un grupo de niños educados entrando en el aula, modelos de ropa de noche en la pasarela. Una cola, es la cola de un perro de cualquier raza. Enroscada a veces en transmisión oral de los productos en existencia. Alargada y en atención por las buenas artes de un organizador. En movimiento de un lado al otro detrás de quienes ya compraron, para ver la calidad de lo ofertado. Y mochas en un segundo cuando se anuncia que todo se acabó por ese día.
Tendría que hacer la cola, no le quedaría mas remedio. Y por lo menos, ella no era exigente. Jamás le pediría aquella colonia de la adolescencia de ambos, aquella colonia que se escribía con K y tanto anunciaba la radio.

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