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Clemens Krauss en el recuerdo

3 de enero de 2014

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Cuando el director de orquesta vienés Clemens Krauss desembarcó en La Habana en octubre de 1948 era ya una figura destacadísima en el mundo de la música. Hijo de una conocida cantante de los dramas líricos de Wagner, había estudiado en la Academia de Música de Viena, aunque, antes de imponerse en esa ciudad debió recorrer otros sitios como Brunn, Riga, Nuremberg, Graz.  Se afirma que debió vencer muchas dificultades cuando dirigió en teatros de segundo orden, como la ocasión que en un coliseo provinciano debió conducir el Parsifal de Wagner con un solo violonchelo en la orquesta.
Ese fogueo lo ayudaría a ganar fama de virtuoso y le hizo acceder a la dirección de las Óperas Nacionales de Viena, Berlín y Munich, aunque a partir de 1945 prefirió establecer su residencia en Salzburgo, sin obligación fija, solo para suscribir los contratos para conducir obras que le atraían. Sintió una fascinación especial por la obras de Richard Strauss, de cuyas óperas Salomé, Electra, El Caballero de la rosa, Ariadna y La mujer sin sombra hizo creaciones especiales. También le fascinó el oratorio Juana de Arco en la hoguera de Arthur Honegger y fue su gran divulgador en América Continental.
Krauss permaneció aproximadamente un mes en La Habana y dirigió seis conciertos en total, todos en el Auditorium. En los dos primeros, celebrados el 24 y el 25 de octubre, actuaba la célebre soprano Kirsten Flagstadt, una de las grandes intérpretes de los roles femeninos wagnerianos de su tiempo, con la que ya Krauss había actuado en otras ocasiones. Ella interpretó, precisamente las Cinco canciones que Wagner dedicara a Matilde Wesendonck y la “Balada de Senta” de la ópera El buque fantasma, así como el aria de concierto “Ah, pérfido!” de Beethoven. El director completó el extenso programa con la obertura de Los maestros cantores de Nuremberg y dos partituras de Beethoven: la obertura Coriolano y la Sinfonía no.5.
Mas, a Krauss y a la Flagstadt los unía en la capital cubana un empeño mayor, el estreno, en el propio teatro Auditorium del drama lírico Tristán e Isolda de Wagner, bajo el patrocinio de la Sociedad Pro Arte Musical. El montaje, centrado en las figuras de la célebre soprano en el rol de Isolda y el tenor Max Lorenz en el de Tristán, constituyó uno de los grandes sucesos escénicos de la Isla en el siglo XX y se ha convertido en una auténtica leyenda, en tanto esa obra jamás ha regresado a las tablas cubanas.
Krauss dirigió otros dos conciertos el 7 y 8 de noviembre. El solista invitado era un gran pianista cubano, que había realizado casi toda su brillante carrera en el extranjero, José Echániz. Este ejecutó el Concierto no.4 para piano y orquesta de Beethoven; el programa ofrecía además la obertura para Sueño de una noche de verano de Felix Mendelssohn, el poema sinfónico El aprendiz de brujo de Paul Dukas y la Quinta Sinfonía de Chaicovski.
El célebre director se despidió del público habanero con otras dos presentaciones, ocurridas el 21 y 22 de noviembre, con una propuesta muy novedosa para los asistentes: se trataba de la “Danza de los siete velos” y la escena final de la ópera Salomé de Richard Strauss, interpretada por la soprano Viorica Ursuleac. El programa se completó con el poema sinfónico Las travesuras de Till Eulenspiegel también de Strauss, así como la obertura Leonora 3 de Beethoven y la Sinfonía no.8 de Franz Schubert.
Poco después el artista saldría de la Isla a la que nunca regresaría. Impenitente viajero, Clemens Krauss fallecería no en su Austria natal, sino en México, en 1954.

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