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Claudio José Domingo Brindis de Salas: El Rey de las Octavas (I)

14 de noviembre de 2023

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Lo cuenta Salvador Bueno en uno de sus libros. “Aventuras y desventuras conjugan una nota novelesca en torno a la existencia de aquel famoso violinista que se llamó Claudio José Domingo Brindis de Salas. Aquel hombre tuvo una trayectoria vital que asombra por su vertiginosidad, sus alternativas, sus altibajos de luz y de sombra. La fantástica carrera del rey de las octavas, como se le llamaba con admiración, llevó el nombre de su tierra nativa a los círculos más destacados de la Europa decimonónica”.

Nacido el 4 de agosto de 1852, en la casa marcada con el número 168 de la habanera calle de Águila “El color de su piel le infligía de antemano un destino aciago, en aquellos años donde todavía la esclavitud era un hecho cierto, una dura y terrible realidad. (…) Y, sin embargo, como testimonio de su voluntad y como muestra de su dedicación tenaz, los índices adversos no clausuraron sus ansias de superación, sus afanes de encumbramiento, ni serán valladares suficientes para que sus maravillosas interpretaciones de violín dejaran de ganar aplausos innumerables en los salones de Europa y América”

Inició sus estudios bajo el cuidado de su padre, aquel primer Claudio Brindis de Salas, conocido violinista también, y los continuó bajo la guía de los mejores maestros que poseía la capital cubana.

Su primer concierto lo dio en el Liceo de La Habana. Ya para entonces aquel niño negro de insólita prestancia que acaparaba la atención del entendido público pronto sería considerado como un prodigio de la música.

Doce años tenía cuando acompañó a su padre en un recorrido que efectuó el viejo maestro por toda la Isla. Así cuando llega a París en 1869 está en posesión de una técnica depurada y exquisita del instrumento, a los 17 años estudia en el prestigioso Conservatorio de esa ciudad, donde conquista varios premios, en especial el Primer Premio de Violín, que le gana el reconocimiento de los críticos franceses.

Después viaja por Europa: Milán, Florencia, Berlín, San Petersburgo, Londres…, donde la crítica y el público le responden entusiasmados.

“Europa iba a rendirse ante los maravillosos sonidos que aquel violinista negro, venido de una isla antillana, arrancaba a su violín mágico”.

Era el Rey de las octavas o el Paganini negro, de las dos formas se le reconoció.

Retornó a Cuba en 1875 para luego emprender una gira por América Central, México y Venezuela, donde se reconoció su virtuosismo.

Tampoco olvido seducir a sus coterráneos, tanto a los de La Habana como a los de Santiago. Serafín Ramírez, historiador de las artes cubanas, reseña sobre uno de sus conciertos en la capital cubana: “Entre las cualidades que lo adornan, sobresalen una fuerza de arco extraordinaria y un estilo apasionado. Su ejecución es brillante y hasta diabólica”.

En medio de su apogeo era descrito físicamente: “alto, varonil, esbelto, garboso”, pero también que “como intérprete era incorrecto, no siempre respetaba la obra. Conocía las debilidades del público. Era efectista”.

Pero todos coincidían en que Brindis de Salas era único.

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