ribbon

Centenario de Alfredo Lozano

17 de mayo de 2013

|

Escultor Alfredo Lozano Peiruga

Exactamente con el inicio de este año, el 1 de enero, se cumplieron cien años del natalicio del escultor Alfredo Lozano Peiruga, miembro del grupo Orígenes y una figura imprescindible de las artes plásticas cubanas del siglo XX, cuya obra, sin embargo, apenas ha sido reconocida en las últimas décadas.
Su formación artística comenzó en la Academia San Alejandro, pero tuvo su momento más alto unos años después, cuando recibió clases en México del maestro Manuel Rodríguez Lozano. Mientras la nación azteca ardía en el fervor del muralismo que contagiaría a su compatriota y amigo Mariano Rodríguez, Lozano iba a apegarse, con su habitual tenacidad, a los grandes y pesados volúmenes que su maestro le mostraba, derivados de la arquitectura y las imágenes religiosas precolombinas.
Sin embargo, lo llamativo es que, de regreso a la Isla, donde no hay maestros que puedan orientar sus labores, encuentre muy pronto una poética personal, capaz de ofrecer una imagen nueva y nada superficial de lo cubano, equivalente a las búsquedas que en el terreno pictórico realizaban por esos años Eduardo Abela, Amelia Peláez, Mariano Rodríguez.
Fascinado por las experiencias mexicanas en la educación artística popular, Lozano estuvo entre los colaboradores de Abela en 1937, en el efímero experimento del Estudio Libre de Pintura y Escultura.
Tierno y rudo a la vez, lector de Azorín y Juan Ramón, amigo de Lezama, con el que colabora en cada una de sus fantásticas empresas editoriales, era ya por entonces un maestro en su oficio.
Es una lástima que, después que el artista fijara su residencia en Puerto Rico, a partir de 1967, algunos tomaran la decisión de retirar importantes piezas suyas de espacios públicos habaneros, de ese modo, parte de su evolución artística se ha hecho invisible: su talla en piedra Desarrollo de la cultura, emplazada en 1945 en el Palacio de los Trabajadores desapareció, así como el Mural escultórico que realizara junto a Mariano Rodríguez en 1952, en el restaurante La Arboleda del Hotel Nacional. Felizmente se conservan: La Perspectiva, bronce, cobre y hierro, colocado en el Palacio de Bellas Artes en 1953, su magistral Cristo, tallado en caoba para la iglesia de Playa Baracoa, así como las obras que el presbítero Angel Gaztelu le encargara para el templo del Espíritu Santo: el sepulcro del obispo Gerónimo Valdés y los relieves La anunciación y El bautismo de Cristo, a lo que podríamos añadir la talla en piedra Crisálida, ubicada desde 1959 en los jardines del Teatro Nacional.
José Lezama Lima había escrito sobre él:
[…]desde el principio, desde sus tanteos de México lo vemos ir hacia la simplicidad, lo monumental. Si algunos escultores europeos, si las circunstancias tan penosas de nuestro país lo hacen recurvar momentáneamente hacia la angustia, muy pronto vuelve a la serenidad en sus actuales esculturas, tan macizas y tan bien plantadas, es las que nos maravillamos al descubrir – en las esquinas de la pirámide-, la extraña pureza de ciertos perfiles.
Es de esperar que el centenario de este artista ayude a realizar un balance más adecuado de sus aportes a la cultura nacional.

Galería de Imágenes

Comentarios