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Cavilaciones de un chino en La Habana

7 de mayo de 2022

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64141928-retrato-de-una-pareja-de-ancianos-felices-sentado-en-un-banco-en-el-parque-de-otoñoSe asomó al patio. Continuaba allí. Apoyado el taburete en la vieja mata de mango, la que sembró cuando el único varón empezó en la escuela. En el rostro, apenas dañado por las arrugas, ella podía adivinar la tristeza. Aprendió a descubrir sus emociones al paso de los años, pero aprendió a trasladar sus eles en erres desde que en la bodega, todavía en oraciones cortas le insinuó su preferencia por ella, la muchachita que por una leve cojera nadie la invitaba a bailar en las fiestas del barrio. Llevaba poco tiempo en Cuba, traído por su tío para que lo ayudara en la bodega y por las noches, una maestra vecina le daba clases de Aritmética y Lenguaje y decía que era muy inteligente y estudioso. A ella le cayó bien desde el principio. Y resistió las burlas de las amigas y la crueldad de más de una que le aconsejó que le diera el sí rápido porque con su defecto, no podía esperar un novio mejor. Y fue el mejor. Ella fue la primera que se casó en moda modesta, pero apuntada en los registros y bendecida por el cura. Y él hasta le permitió continuar los estudios de comercio.
Cuando la intervención llegó a la bodega, el tío decidió marchar a San Francisco. Y lo combinó. Irían los dos primeros junto a un grupo de compatriotas a abrirse camino. Ya les habían nacido las gemelas y ella estaba embarazada del varón. Aunque el paso significaba alejarse de los suyos, su chino no vaciló. Optó por la familia cubana. Lo dejaron de administrador de la bodega. Ella comenzó a trabajar y los niños quedaron con los abuelos. No hubo problemas en la crianza. Su familia estaba hecha para el trabajo y la superación. Y él, venido de Cantón, aplaudía esas normas adornadas por una honradez a prueba de cualquier tentación.
De aquella bodega de barrio pasó a administrar almacenes y en la empresa sabían que él no creía en las marañas. Y cuando venían aquellos controles y ayuda, nunca aparecían los faltantes que él y su suegro cubano llamaban por otro nombre, bien feo por cierto.
No tenía que invocar a San Fan Kon, ni a changó ni a Santa Bárbara para leer los pensamientos del anciano. Ella sufría también porque la honradez de sus progenitores unida a la traída por su chino aplatanado hasta la médula, se resentía hasta las raíces. Aquel árbol sembrado junto al hijo, venció las tormentas cruzadas por La Habana, pero el hijo hoy, arrastrado por el dios moneda, sucumbió a las tentaciones. Y estaba sujeto a investigaciones.

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