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Casa del Marqués de Prado Ameno

1 de enero de 2016

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Fachada

Fachada

 

Cuando en los años sesenta del siglo XIX el viajero norteamericano Samuel Hazard visitó La Habana, quedó tan sorprendido por los intereses que esta ofrecía que decidió plasmar sus impresiones en una obra imprescindible para conocer de la ciudad capital y otras regiones de Cuba por esa época: Cuba a pluma y lápiz. Sus descripciones, especialmente de la arquitectura doméstica, constituyen un valioso testimonio de las características de la vivienda, sus propietarios, el modo de vida de estos, sus fortunas y ocupaciones, así como sus propias sensaciones al convivir con las familias habaneras o visitarlas.
De unas de estas visitas a una casa habanera, Hazard comentó: “Al ir a hacer una visita para presentar una carta, creí me había engañado con respecto a la dirección, al encontrarme en una especie de bodega, con barriles, toneles, etc., cubriendo buena parte de la entrada. (…) Revistiéndome de valor, me dirigí al individuo que en una esquina del salón (…) resultó ser el portero de la casa. Me indicó subiera por una sólida escalera de piedra adosada a un lado del patio, arriba de la cual, y pasando por pintados vestíbulos, me encontré en una especie de hermosa galería que rodeaba al patio. Teniendo al fin la oportunidad de presentar mi carta de la manera más agradable”. De esta forma, Samuel Hazard describía sin sospecharlo la tipología de la casa colonial cubana. ¿Sería la casa del Marqués de Prado Ameno el destino de la carta que el visitante traía? Bien pudo haber sido, cuando hasta hoy, a pesar de la acción del tiempo y del hombre conservó similares características.
De esta hermosa casona ubicada en una de las calles más antiguas de La Habana Vieja, O’Reilly, hoy con el número 253 entre Cuba y Aguiar, se sabe por documentos primarios que, hacia 1712, ya estaba construida, llegando al presente detalles típicos de una etapa temprana del desarrollo de la arquitectura colonial habanera en las viviendas de una a dos plantas.
En 1725 se reconstruyó, dato obtenido a través de una imposición hecha por Don Gabriel González de Álamo y Toledo, a favor del Monasterio de Santa Clara, “…que situó y cargó sobre sus casas altas y bajas, de rafas, tapias y tejas, nuevas que ha fabricado en la Calle que va de la Puerta del Convento de Santo Domingo a la Plazuela del Monasterio de Santa Catalina…”
Antes de 1864, año en que fallece el IV Marqués de Prado Ameno, Don Miguel de Cárdenas y Herrera, ya pertenecía al ilustre linaje de los Cárdenas. Luego la propiedad pasa a su hija Doña María Teresa de Cárdenas y Chacón, Herrera y Valdés, como también la sucesión del título. Para la tenuta de la dignidad marquesal, Doña María Teresa, casada con Don José María de la Cuesta y Gallol, obtuvo autorización provisional el 18 de agosto de 1864, expedida por el Capitán General y Gobernador Civil y Militar de la Isla de Cuba. A finales del siglo XIX continuaba la casa en propiedad de la sucesión de esta familia, llegando con ellos al XX. En 1898 había fallecido Doña María Teresa de Cárdenas y Chacón, dejando como herederos a su esposo e hijos.

 

Galería en la planta alta

Galería en la planta alta

 
En 1904 se describe como una casa “…de alto y bajo, mampostería, azotea y tejas, en un terreno que forma una superficie de 672 m 78 cm planos… ” En este mismo año es vendida por sus propietarios, y en 1910, hipotecada a favor de la Sociedad denominada Amour and Company. Comenzaron, asimismo, las primeras transformaciones de los inicios de la pasada centuria.
En 1916, otro importante propietario de uno de los mayores negocios farmacéuticos de Cuba, y de bienes inmuebles, compró la antigua casa del Marqués de Prado Ameno: Don Ernesto Sarrá y Hernández, quien realizó igualmente en ella algunas obras de remodelación, convirtiéndola en casa de vecindad, con cuartos de alquiler. En tanto, la planta baja se destinó a funciones comerciales, contando en ella una Imprenta donde se dice llegó a publicarse La Gaceta Oficial.

 

Pintura mural en las galerías
Según el arquitecto Joaquín Weiss, “…se trata de un ejemplo de transición entre lo que fue la primera mitad del siglo XVIII y los cambios originados en la segunda, cuando un gran desarrollo económico permitió un parejo florecimiento de la arquitectura colonial…” Dentro del contexto urbano de la calle O’Reilly destaca por su traza singular, marcada por la apariencia del cuarto alto con balcón o torre mirador, rematado por un tejaroz, sendas gárgolas y el diseño de hermosas pinturas murales. Del mismo modo, conserva otros elementos tipológicos de valor que aluden a su antigüedad y a la morfología de la casa colonial cubana como la forma acodada del patio central para ocultar su visión desde la calle, cuyas galerías perimetrales permiten la circulación alrededor del mismo y logran la armonía de la unidad arquitectónica. Rezan también el amplio zaguán tras la portada y la escalera que indica el acceso a la planta alta, señalada con un arco apoyado sobre pilastras toscanas.

 

Patio

Patio

 
Aunque a la actualidad llegó con un alto grado de deterioro eran visibles sus valores arquitectónicos y artísticos, en especial, por la cantidad y calidad de sus pinturas murales que van desde el dibujo floral y geométrico a modo de cenefas en diversos locales, hasta la composición inusual e interesante de las pinturas de la azotea que alcanzan el techo de la misma. Otro aspecto interesante en su fisonomía son los capiteles redondos de las columnas y la molduración geométrica.
Su portada, ubicada a un extremo de la fachada principal, sobresale por su guarnición de pilastras adosadas con su correspondiente entablamento, en cuyo arquitrabe se distingue un pequeño nicho. Estos se reservaban muchas veces para una imagen religiosa que servía de protección a la familia y si la nobleza lo permitía, entonces se destinaba este punto clave de la fachada para el escudo aristocrático.

 

Pintura mural en la azotea

Pintura mural en la azotea

 
La torre mirador, que flanquea el lado izquierdo de la fachada, como la habitación corrida anexa a esta en la planta alta, se cubrieron con techos de armadura y tejas criollas, que lamentablemente no perduraron con todo su esplendor.
En la década 1990, la casa comienza a intervenirse por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. No es hasta los años 2000 que la obra cobra impulso y se concluye su proyecto y ejecución para convertirse en el hotel Marqués de Prado Ameno, perteneciente a la compañía Habaguanex, y sumado a la administración económica del hotel Florida, edificio neoclásico por excelencia. Así, el criterio de intervención tuvo en cuenta la comunicación entre ambos inmuebles, sirviendo a la vez de piezas que exponen la transición del siglo XVIII al XIX de la arquitectura colonial habanera.

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