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Casa de Inquisidor 406 entre Sol y Santa Clara I

9 de mayo de 2014

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Antiguas viviendas sorprenden a cada paso por las calles de La Habana Vieja, su imponente arquitectura y niveles de conservación revelan sus valores patrimoniales, muchas veces ocultos tras la transformación o el deterioro. Sin embargo, la búsqueda documental incrementa, aún más, esta riqueza histórica. Y la casa de Inquisidor 406, entre las calles de Sol y Santa Clara, es uno de estos ejemplos.

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Los datos más antiguos encontrados en el Registro de la Propiedad sobre este inmueble corresponden al siglo XVIII, específicamente al año 1761 en que era descrita de la siguiente manera: “casas altas y bajas … de rafas tapias y tejas que se hallan situadas en la calle que de la plaza nueva va a la que no tiene salida y se nomina de redes”. Su propietaria en aquel entonces era Doña Felipa Montoya.
Estas construcciones debieron ser las precedentes al palacete que ha llegado a la actualidad, posiblemente reconstruido a finales del mismo siglo. Relevantes elementos tipológicos de valor hacen de esta vivienda, un valioso ejemplo de la arquitectura doméstica del XVIII. Entre ellos, su hermosa fachada de cantería, cuya portada ha sido labrada con las líneas barrocas que presidieron las mansiones construidas en dicha centuria y con las posibilidades  que bridó la piedra conchífera de Cuba a los maestros de obras y alarifes que, al decir del arquitecto Josquín Weiss, “en cambio realizaron una magnífica labor a base de los motivos esquemáticos y lineales de la arquitectura andaluza. Por otra parte, esta arquitectura, era más desenvuelta, más ligada al acervo artístico nacional y más de acuerdo con el gusto popular que el barroco italianizante y aristocrático del norte”.

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Otros elementos -del siglo XVIII- que la distinguen, es la escalera de piedra, con los pasos moldurados en los bordes, que arranca desde la primera crujía, a continuación del zaguán, para permitir el acceso a la planta alta; y un arco mixtilíneo que separa ambos espacios y deja ver su presunción desde el exterior. Su puerta clavadiza o a la española, propia de la época, con postigos y de grandes dimensiones, se esmeró en la decoración de sus clavos, cuyas cabezas tomaron forma humana. Asimismo, destaca el diseño elaborado de sus vitrales y el cierre con persianería francesa y barandas de hierro, presumiblemente ejecutados en el siglo XIX, al igual que sus techos planos, momento donde la vivienda alcanzó magnificencia. Sin embargo, mantuvo la distribución espacial heredada de antaño, resuelta alrededor de un patio central de tipo claustral, es decir, rodeado de galerías, lo cual aporta otra singularidad al inmueble.

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El próximo propietario de que se tiene constancia fue el Señor Conde de O´Reilly, probablemente su dueño a principios del siglo XIX y quien le hiciera estas transformaciones a la vivienda. Desde 1823, la casa perteneció a Don José Hernández Aloy, Doña Francisca Aloy y Don Francisco Hernández; y desde 1864 a los esposos Don Juan Poey y Doña Rosa Hernández.
A la muerte de este matrimonio la edificación, junto con otros bienes, pasó a manos de sus herederos. Corría entonces el año 1879. Por 1883 se describía como una “casa de dos pisos y entresuelos de cantería, mampostería y azotea, señalada con el número catorce de la calle del Ynquisidor, con sus accesorias anexas señaladas con las letras A y B, cuadra comprendida entre las del Sol y Santa Clara, barrio de San Francisco, segundo distrito de esta capital.” Seguiría, en lo adelante, cambiando de dueño y función como vivienda unifamiliar.

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