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Carmen Miranda en La Habana de los 50 (II)

7 de septiembre de 2022

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“Cuando una artista como Carmen Miranda puede salir de su país y apoderarse del mundo, es porque su mensaje nacional es legítimo y ostenta una fuerza universal”, comentaba entonces el cronista de una popular revista habanera.

Los cubanos estaban maravillados con tan carismática artista que los enseñó, con su alegría contagiosa, a bailar los ritmos brasileños.

Coincidió aquí con la mismísima María Félix, cuya belleza no tenía comparación, pero en simpatía no le llegaba a los talones a la brasileña, quien derrochó simpatía a manos llenas y se metió al público en el bolsillo. Eran dos divas muy diferentes.

A partir de los años 40 Carmen Miranda se convirtió en una estrella especializada en ritmos latinos, como la samba, y que llamaba la atención por su atuendo exótico y tropical, pues siempre llevaba sombreros de fruta y vestidos coloridos, que complementaba con llamativas joyas y mucho maquillaje.

Lo cierto es que su personaje siempre fue el mismo: Un estereotipo basado en la imagen que se tenía de lo exótico o tropical, que ella llevaba al extremo, fingiendo incluso una mala pronunciación del inglés.

Nunca logró escapar de ese papel, que le proporcionó alegrías al mismo tiempo que frustraciones. Sin embargo, consiguió una proyección internacional que ningún otro artista de la época había logrado.

En Cuba a la Reina de la samba se le esperó por mucho tiempo, y ella, según se cuenta, en deferencia, habló en español con absoluta fluidez.

El fastuoso cabaret Tropicana y las televisoras de reciente estreno vivieron unos de sus momentos más estelares con la chispeante carioca, cantando y bailando, unas veces descalza, y con la blusa arremangada sobre el talle.

Venía de recorrer algunas ciudades europeas en una gira publicitaria de sus películas y se quejaba –ella que derrochaba energía – de un profundo cansancio, al que atribuía a “la gira más intensa de mi vida”.

Carmen Miranda se encantó con Cuba, donde ella, su madre y su representante recibieron muchísimos halagos.

Dicen que hubiera podido disfrutar en la Isla de una semana libre entre su contrato con los empresarios cubanos Fox y Ardura y el cumplimiento de sus compromisos en California.

Sin embargo, aceptó una prórroga del contrato que la obligó a trabajar hasta unas pocas horas antes de tomar el avión de regreso.

Cuentan que sin restablecerse del agotamiento llegó a Hollywood, donde vivía, y al instante se puso a trabajar. Según declaró el cronista Don Galaor: “No lo hizo por dinero, porque ya era muy rica. Digamos mejor que el ruido de los aplausos la arrebataba”.

Dicen que Carmen Miranda la paso tan bien en La Habana que, en uno de sus “arrebatos” escénicos, desobedeció por primera vez en público la orden de los tiránicos productores estadounidenses.

Como se sabe, ellos le habían diseñado una imagen artística con el obligado uso de plataformas y turbantes que le escondían de tal forma la cabellera, que muchos la creían calva.

No obstante, en varias ocasiones se dejó ver “al natural” en la capital cubana, donde se mostraba feliz y libre de ataduras.

Su relación con el público habanero fue cálida y sus contactos con los colegas de la Isla muy gratos. Cuando le llamaban la atención sobre el urgente reposo, respondía que aquí se sentía “viva”.

En Hollywood la esperaban para filmar unas películas televisivas. Para entonces su salud estaba muy deteriorada y aunque todavía era reconocida como una estrella, lo cierto es que ya había comenzado su decadencia y trabajaba más para la televisión que para el cine.

Apenas unos días después de su arribo a la llamada Meca del cine, al terminar un baile, Carmen perdió el equilibrio y se cayó, como declaró un famoso actor de la época.

“Creí que ella había tropezado, pero al ayudarla a levantarse noté que no respiraba bien y que estaba como postrada”.

Falleció de un infarto, en su habitación, el 5 de agosto de 1955, en la primera planta de su mansión en Norteamérica, mientras un grupo de amigos seguía de fiesta en el primer piso. La mataron su propia fama, los sedantes que la acompañaron siempre y el demoledor sistema de estrellas hollywoodense.

Por mucho tiempo los cubanos la recordaron de cuando los puso a bailar samba en La Habana de los años 50.

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