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Carlos Díaz, polémico y transgresor

26 de enero de 2015

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Carlos Díaz, director de Teatro El Público, recibió el 22 de enero el Premio Nacional de Teatro 2015. Habana Radio publica una entrevista que concediera a esta emisora el 11 de febrero del 2005.

Hay dos rasgos que, a mi juicio, definen tu teatro: la belleza formal de las puestas en escena y  el riesgo.

 

En lo de la belleza no hago mucho ahínco, creo que uno va componiendo las cosas,  uno escoge los elementos que va a usar en su obra, y la belleza puede o no salir, también la belleza es muy elástica. Creo que lo del riesgo sí me define,  soy feliz cuando me arriesgo en algo. Creo que el teatro sin riesgo seria muy difícil.

La lista de autores que has llevado a escena es extensa. Estoy pensando, por ejemplo, en Albee, en Williams,  en Piñera, en Sartre, en Camus. ¿Qué criterios te llevan a escoger un autor y subirlo a escena?

 

Siempre se parte de los ideales que uno tenga con relación al teatro. Uno no debe dejar pasar lo mejor de la dramaturgia. Creo que las personas que nos dedicamos hacer teatro somos responsables de que nuestra generación conozca, de manera viva,  los textos escritos para teatro. Soy de una generación que no ha visto Edipo Rey, no ha visto Macbeth. Era muy urgente hacer Las Brujas de Salem, hacer La Gaviota. Me queda pendiente El jardín de los cerezos, Las tres hermanas. De esta última vi la gran puesta en escena de Vicente Revuelta  en Teatro Estudio. Detenerse ante lo mejor de la dramaturgia es muy peligroso porque uno entra con mucho miedo a enfrentar algunos autores y algunas obras. Yo sé que fui muy arriesgado, en mis primeras obras, al enfrentarme al teatro norteamericano. Soy muy feliz cuando algunas personas me recuerdan por la trilogía de teatro norteamericano, otros me recuerdan por La niñita querida. Creo que cada día nos va quedando menos tiempo para hacer más obras de teatro.

¿Es  esa urgencia por hacer lo que te lleva a tener dos horas en cartelera y ensayar otra?

 

Yo pienso que es otro riesgo trabajar constantemente, pero yo siento como una muerte lenta en las cortas temporadas que a veces se hacen en el teatro cubano. Se trabaja durante mucho tiempo en un montaje que se hace tres fines de semana, cuatro fines de semana y muy pocas personas lo ven. Yo soy feliz trabajando mucho. Ahora estoy ensayando Fedra, de Racine, es una obra que no quería se me fuera. Tengo una lista de obras, a veces otros directores las escogen, pero soy muy feliz haciendo Fedra. La haré con un elenco medianamente joven, y eso me dará la posibilidad de mirar hacia atrás y revisar todo lo hecho y ver cómo voy a seguir.

Hacías referencia al poco tiempo que duran las obras en carteleras, pero Teatro El Público se ha distinguido por llegar a la función cien de cada estreno. ¿Por qué crees que  esas puestas en escena se mantienen vivas, por qué crees que el público viene a verlas?

 

Yo creo que eso es por el trabajo mismo, a lo mejor en nuestro Trianón no tenemos todas las condiciones como ya el público lo sabe, pero aquí se trabaja mucho y el mejor néctar que tiene el alma de un teatrista- no quiero entrar en palabrerías- es ver la sala llena. Es muy buen termómetro para ver cómo va tu obra. Teatro El Público se ha encaminado a trabajar mucho y a mantener las obras en cartelera para, constantemente, darle algo al público, para que los espectadores no tengan que preguntar qué estarán haciendo. Esos huecos que a veces existen en las programaciones de los teatros se debieran revisar.

Estudiaste Teatrología en el Instituto Superior de Arte y después llegaste al camino de la dirección de escena. ¿A quiénes reconoces como maestros? ¿Quiénes son, en el panorama cubano teatral, tus compañeros de viajes?

 

Estudié Teatrología y me gradué en el ochenta y dos, soy de la primera promoción del ISA de Artes Escénicas. Tuve muy buenos profesores, personas que recuerdo con mucho afecto como Rine Leal. A Raquel Carrió la admiro y  la respeto muchísimo, tuve el privilegio de ser alumno de ella. En el panorama teatral tuve el privilegio que no tienen muchos, y es que saliendo del ISA fui el asesor, y personal de toda la confianza, de Roberto Blanco. Con él aprendí qué es el trabajo diario, Roberto no pensaba en la belleza, lo que me admiraba de Roberto es que todo le salía bello, y siempre fui muy receptivo en eso. Estuve mucho tiempo trabajando con él, me dio la posibilidad de hacer todo: diseño de vestuario, diseño de escenografía, la asesoría, trabajaba con él en los textos. Creo que yo he sido de los más felices egresados del ISA al salir de la escuela. El hecho de entrar en Irrumpe no lo voy a olvidar.
Admiro muchísimo a Flora Lauten y todo el trabajo que ha hecho con el Buendía. Hay otros muchos directores que respeto y quiero mucho, por ejemplo, estuve muy cerca de Raúl Martín, hizo su tesis aquí en Teatro El Público, es una persona que también tiene la herencia de Roberto Blanco, yo soy más viejo que Raúl pero estamos cerca de Roberto siempre. Hay alguien a quien respeto muchísimo y admiro extraordinariamente, es Carlos Celdrán, un director muy consecuente, de los que trabaja día a día. Salió del Buendía y ha creado una compañía que se ha ganado el respeto y la admiración del público teatral cubano.

Algunos han cuestionado tu trabajo con los actores, los desniveles actorales de las puestas en  escena. A mí me llama la atención que has trabajado con una larga lista de actores. Siempre intento recalcar el hecho de  que algunos actores vienen de otros grupos y cuando llegan a Teatro El Público develan sus dotes como actor.

 

Yo le tengo un poco de miedo  al criterio de que haya un nivel actoral. Creo que en una obra donde hay ocho actores cada actor tiene sus características y hay características que siempre van hacer mucho más fuertes que otras. En nuestro teatro  hay actores emblemáticos de esta generación,  y cuando  pones a un actor de esos al lado de otros que no son tan emblemáticos, no creo que haya desnivel de actores, sino que hay actores que brillan más, que tienen más ángel, que su carrera es más consecuente. El teatro es del día a día, el teatro sufre a veces por los designios de la televisión, del cine. Son tres lenguajes que los actores, sobre todo los jóvenes, tienen que explotar, pero yo trabajo con los actores como si todos fueran iguales. Creo que la obra es lo que les pone la posibilidad de decir quiénes son y de encontrar la manera de andar por un espectáculo. He tenido el privilegio -y soy muy feliz porque respeto mucho a los actores- de haber trabajado con una larga lista de actores; de entrada empecé trabajando con Lilian Llerena. Fue la primera actriz que yo dirigí, y aprendí mucho porque esa mujer es una escuela también. Tuve la dicha de trabajar con  María Elena Diarde, como Caterina Sobrino, como Broselianda Hernández, con Leticia Martínez. Es una lista enorme de actores y actrices que dicen quiénes son encima del escenario.

¿Es cierto que el carácter festivo de tu teatro tiene que ver con el hecho de haber nacido al compás de las charangas de Bejucal?

 

Sí. Los orígenes no se pueden borrar. Creo, además, que el teatro es una fiesta, no lo veo de otra manera. Yo puedo disfrutar extraordinariamente un buen espectáculo, una ópera-me gustaría hacer ópera en el futuro-, y disfruto mucho también con las charangas de Bejucal, o con las parrandas de Remedio.

Sé que estás haciendo cine por estos días, que compartes con Fernando Pérez la autoría de un filme que está por estrenarse. ¿Cómo fue la experiencia trabajar con Fernando?

 

Te refieres a Madrigal. Fernando me llamó para que entrenara a treinta actores que, en la película, integran un grupo de teatro que representan una obra de Maeterlinck,  Los ciegos. Aprendí mucho porque uno provoca el hecho teatral, pero el cine tiene la magia de revisar muchas cosas, el cine tiene la magia de editarlo, esconderlo, convertirlo, sacarlo de debajo de la manga. En el teatro  eso cuesta mucho trabajo, porque es más artesanal. Yo doy muchas gracias a Fernando Pérez por confiar en mí. Estoy temblando porque también trabajo como actor. No es lo mismo dirigir que sentir que te están dirigiendo, uno tiene miedo escénico, de pestañar, de que le falle la voz, todo eso me pasó en la película. Creo que Fernando Pérez es otro gran hombre de esta época, un gran director. Soy muy amigo de Fernando y  le tengo esa distinción que uno le hace a los grandes, creo que Fernando es de los grandes de este país.

¿Te atreverías, entre tantos estrenos y ensayos, a dejar escritas tus memorias, o algunas indicaciones de cómo has dirigido a los actores, cómo has levantado tu teatro?

 

Yo no me voy a morir todavía, pero creo que sí me gustaría. Ustedes, los críticos, siempre empiezan las reseñas diciendo: Carlos Díaz el polémico, el trasgresor. Creo que yo soy una persona muy tranquila cuando trabajo, que el resultado de un espectáculo emocione o mueva al público a pensar ciertas cosas es otro asunto. Yo trabajo de una manera muy tranquila y me gusta trabajar como las abejas, no es que vaya a crear otra colmena, porque ya Cremata hizo una con los niños, pero no tengo la divisa de ser transgresor.  Y me gustaría expresarlo así, tal vez lo escriba.

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