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Cara a cara

20 de diciembre de 2014

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teclas-sound-music-piano-viejo-historicamente_121-92403El 17 de diciembre cumplieron cincuenta años de casados. Ninguna creencia religiosa los convocó a esa fecha de promesas. Dadas las constantes movilizaciones de él y los apasionados reencuentros, los padres de la novia decidieron apurar las firmas y cualquier día venía bien siempre que un desvirgamiento por la libre no se presentara para recreo chismográfico del barrio. Legalidad por medio y permutadas las movilizaciones militares por las cañeras, los abrazos, besos y demás, prodigaron cuatro hijos consecutivos hasta que ella, provista de los anticonceptivos de moda, llámese T, anillo o asa, y apoyada en la liberación femenina, decidió continuar los estudios y trabajar, secundada en el hogar por la madre y los círculos infantiles.
Supuestamente era una pareja modélica para esas fechas. Pero era una pareja dispar como todas las parejas porque ni en el corte exacto de una naranja se obtienen dos partes iguales. En sí, eran modelos de estereotipos quebrados. Los ojos azules y el pelo rubio de él no compaginaban con sus pies de buen bailador y otros atributos sexuados. Los gruesos labios de ella y la canela de la piel oscurecían las clases de piano, mientras las de ballet en la niñez, la hicieron estilizada, entrada en la categoría de flaca para el gusto de la época, inmortalizado por “las criollitas” del caricaturista Wilson.
Pasados algunos años y colmados los arrebatos de la lejanía, pues el tiempo amainó las separaciones, las normales diferencias afloraron.
Ni en los gustos culinarios coincidían. Y allí, precisamente en la cocina porque alguien dijo que el hombre tenía que comer primero para después pensar que discutiendo sobre los ingredientes de un plato, hallaron remedio para sus antagonismos crecientes.
Mesa por medio, frente a frente, descargaron sinceramente desde ese día sus contradicciones. No hacían caso a los restos de pan dejado por los hijos y que los corruptos gorriones robaban. Destapaban las preocupaciones aumentadas en cada centímetro de crecimiento de los hijos y que variaban a la par de las primicias videntes tanto del cambio climático como del social.
Por esta mesa de negociaciones, pasaron decisiones variopintas de colores de un romántico rosa o un furioso rojo sangre. La inexistencia de palabras sinceras dichas cara a cara, hubieran destruido el matrimonio en un dos por tres, dadas las circunstancias apremiantes que los rodearon y que los obligaron a vadear situaciones extremas. Moldeados por los hechos inevitables, cada uno sufrió al paso del tiempo, modificaciones imperceptibles para ellos mismos y que fueron cambiando las opiniones jamás pronunciadas años antes. No fue culpa del cansancio ni del paso de los años. Simplemente, la realidad les exigió el camino.
De vez en cuando a ella la martillaba aquella decisión de la venta del piano, último recuerdo de la madre y a él, la permuta de la vivienda en que nació para obtener unos pesos. A pesar de la sinceridad enlazadora, ocultaban el dolor por esas traiciones al pasado personal. Era el precio pagado por cincuenta años de unión y por las ganas de disfrutar por lo menos, los pedazos de futuro pendientes.

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