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Cambio en las estadísticas

29 de agosto de 2020

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Sucesos-Agresiones-Heridos-Lugo_-Municipio-Tercera_edad-Sucesos_370723865_112983288_1706x960Aquel dictamen médico en contra de su voluntad, lo devolvió del taller al hogar, cercano a los setenta años. Con las manos magulladas por las herramientas y el olor a aceite incrustado en el olfato, las flores del jardín cuidado por la mujer, las pequeñas reparaciones hogareñas y las comidas suministradas a horas fijas y bajas de sal, no llenaron sus horas. Y más cuando la hija con los nietos se le fue a la ciudad y la mujer se le había envejecido muy rápido. Solo la veía en función de ama de casa, encerrada entre cazuelas, amados detergentes y suspiros por los lejanos nietos. Era un ángel guardián con visos policiales que de tanto velar por su cumplimiento de los consejos médicos, lo asediaba y aburría.
En aquel pueblo en que unos conocían el árbol genealógico de otros y viceversa, era admirado por su condición de mecánico de excelencia y por su dominio del dominó, cuyos secretos aprendió en las fichas y recomendaciones del padre. Aprendió que en una mirada se revela a la pareja, la data recibida. Y en las aspiraciones del tabaco, la orden de trancar la partida.
Dada esta fama, un vecino de las afueras, se apareció una tarde con una proposición. Al saberlo jubilado, le hacía una invitación formal a integrarse al grupo que noche tras noche se reunían para mover las fichas. Y cargado de las recomendaciones de la mujer que sabía que el dominó se santigua en alcohol, marchó jubiloso ese mismo día.
Y la archivada ya en el renglón de vieja majadera, tenía razón. Del dominó era seguidor desde la infancia. Del ron, antaño clasificaba entre los bebedores sociales, ahora poco a poco cambiaría esa clasificación si lo tomaran en cuenta en las estadísticas del año. Aceptado con aplausos por su conocido pedigrí en el juego, cumplimentó las costumbres del grupo de jugadores reunidos a diario en el patio trasero de la casa. Con el lanzamiento de las fichas en la mesa y el patrimonial grito de ¡Agua para el dominó!, vociferaban un segundo alarido: ¡Ron para mojarnos nosotros!.
Por lo menos, algún nuevo amigo lo acompañaba cuando tambaleante arribaba al portal en que la vieja lo esperaba. Después de hacerlo tragar unas tabletas, ayudarlo a cambiarse de ropa y depositarlo en la cama matrimonial, ella callaba sus resabios con un dulce pensamiento: Los hombres en la vejez vuelven a ser niños y las mujeres, sus manejadoras.

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