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Botón de Inés (II)

13 de septiembre de 2017

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Bola junto a Rita Montaner y personalidades del arte argentino

 

Se suceden, disímiles presentaciones en la isla y en el exterior, para 1936, Rita, con la cual sustentó más de dos décadas de correspondencia artística, le estrena su obra “Si me pudieras querer” en el teatro Alkázar. Gracias al rotundo éxito de sus presentaciones Bola de Nieve viaja hasta Argentina, como parte del elenco de la Compañía de Lecuona, lo acompañan durante este periplo musical, Esther Borja y Ernestina Lecuona, entre otras personalidades del espectáculo. Vibrante encuentro con este público en teatros, cabarets, en emisoras como: Radio Splendid y Radio Mundo, participando de igual manera, en la filmación de la película “Adiós Buenos Aires”, arte que no resultaba ajeno en la vida del Bola.

Al año siguiente asoma con su intuitiva prodigalidad musical, en los escenarios argentinos que lo reciben como a un hijo pródigo, extendiendo sus presentaciones a Chile y Perú, es innegable, mis amigos, Ignacio Villa hace de Argentinas una explanada certera para insertar su talento, genuino y cubano, interviniendo en otros filmes producidos en dicha nación, tales como: “Embrujo” y “Melodías de América”.

Madrid los seduce en septiembre de 1947, formando parte de la Compañía de Conchita Piquer, cantante y actriz española, figura representante del género de la copla, con ella recorre las ciudades peninsulares y nuevamente, de la mano de Lecuona y su Compañía, en 1948, inicia una extensa gira por los Estados Unidos, desde Filadelfia, alternando con Lena Horne y Paul Robenson, pasando por los teatros Puerto Rico y San Juan hasta suscitar un concierto inigualable en el Carnegie Hall de Nueva York que el periódico The New York Times, consideró como una verdadera revelación, teniendo que salir nueve veces a escena ante los pertinaces vítores de los espectadores.

 

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La década del 50 le reserva a Ignacio, sagrario de luz, siempre a proscenio: París, Copenhague, Caracas, Washington, Niza, Roma, Venecia, Milán, Inglaterra, se arropan con el canto negro, boca de amplia guarda, para abrigar letras y cadencias que solo él sabía situarles a cada interpretación. La Revolución lo descifra en su travesía por el mundo y regresa, cual estratega sonoro, a continuar la obra artística que tanto había soñado para su Patria.

En 1961 es acogido en Budapest, Bucarets y Constanza, al siguiente año visita la República Popular China, Checoslovaquia y la Unión Soviética, República Democrática Alemana, Corea, entre otras naciones, embajador natural de nuestra cultura. Ensalzado por los poderosos, no olvida su vínculo de primarias raíces, de brotes africanos, resuelto siempre como el humilde retoño de la Asunción, botón de Inés que desprendió septiembre. El Teatro Amadeo Roldán cuenta con el privilegio de formar parte de una tradición defendida por Bola de Nieve, que cada víspera del 26 de julio ofrecía un recital de medianoche, y es precisamente este Tablado testigo sublime de su última presentación en público, acontecida un 20 de agosto de 1971, en homenaje sentido a la Rita Montaner, amiga y compatriota que se iluminó al bautizarlo, como él no quería –luego de resistencias infantiles ante tales motes–, pero sí como la historia lo haría perdurar.

La televisión mostró por última vez al cantante inolvidable, el 12 de septiembre de ese mismo año, en el espacio Álbum de Cuba, conducido por Esther Borja, un día después de su sexagésimo cumpleaños. Dicen que vislumbró, una noche, su muerte, misterio infinito de sus antepasados, que se moría en México, la tierra que lo vio despuntar como artista y que los amigos velaban su cuerpo, prendido en notas imborrables, y que lo retornaban a Cuba, madre terruño a la que nunca renunció, y así aconteció. ¿Premonición o anhelo? O quizás ambos, pero Bola se nos fue, un 2 de octubre de 1971, de un ataque al corazón que tanto desvelos musicales le había amparado, y allí estuvieron los amigos, esos que nunca se despiden porque dejan su espacio para cuando retornan, y lo despidieron todos en nuestra isla, en las Américas y en el mundo entero, para ofrecerle sepultura en esta Villa, de pródigos manantiales.

 

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Nicolás Guillén, despidió el duelo: “A estas horas, no solo eres tú, generosa y grave Guanabacoa que le viste nacer, la única que sufre la muerte de su preclaro hijo (…)” Ignacio Villa, le hizo una súplica al tiempo “(…) Si me pudieras querer/como te estoy queriendo yo (…)” y la gracia le fue concedida, a ese vendedor de ciruelas, mangos y duraznos sentado en el gran escenario de la vida, como él se hacía llamar –cuando afloraban sus anhelos de cantar ópera–, el pueblo lo amó con su decir de canciones, con esa interpretación sensible y diáfana, con el placer de hacerse uno con la música, pues…”Cuando la gente no habla de música, ¿de qué habla?”. De lo que sí estoy segura, es que siempre se hablará de usted.

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