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Boquita de león

1 de noviembre de 2013

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En un atardecer cualquiera, observaba la torre donde reina la Giraldilla, escultura simbólica de la capital cubana.  El movimiento de la brisa agitó algo que atrajo mi atención. De una grieta en el  muro del  foso, colgaba un cortinaje de hojas aterciopeladas color verde claro, que como un tapiz, enriquecía con su contraste  las grises piedras de la muralla.
Indagué sobre esa especie parásita que se alimenta del rocío y es invulnerable ante la agresión del viento o del salitre marino. Pertenece a la familia botánica de las Gesneriáceas, cuyo nombre científico es Rhytidophylum Crenulatum. Otras del mismo género son conocidas en el argot popular como “Boquita de león”, nombre vernáculo originado por sus flores acampanadas, formando un tubo por la fusión de sus pétalos, semejando las fauces abiertas del “rey de la selva”.
Esta familia botánica abarca aproximadamente 1900 especies distribuidas en las regiones tropicales y subtropicales. Entre ellas, algunas de valor ornamental conocidas como “Lacito de Amor”.
Exponente de planta autóctona cubana, forma parte de la vegetación oriunda de la zona donde se asentara la otrora villa de San Cristóbal de La Habana.
De hábito rupícola, crece sobre rocas en pequeñas grietas donde se deposita materia orgánica por la descomposición  de hojas caídas de la vegetación circundante. De ahí que ésta y otras especies de Gesneriáceas habiten solo en farallones.
Al destruirse el ecosistema en que durante siglos creció, buscó refugio en los paredones calcáreos de los muros del Castillo de la Real Fuerza, y ahí se mantiene de manera perpetua.
No importa que la Giraldilla le robe las miradas de los transeúntes, ni que los desconocedores de la botánica, cambien su nombre y le digan, simplemente, boquita de león. Ella seguirá ahí, creciendo imperceptiblemente, ocupando espacio y revistiendo los muros con su rico verdor.

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